lunes, 28 de enero de 2013

Chiapas



Fragmento de obra de Ricardo Carpani



Llegas al hotel después de 18 horas de viaje, lo único que quieres es bañarte y dormir hasta donde sea posible, la cabaña tiene lo necesario para descansar, es decir una cama, el baño es compartido, lo que te gustó es que está en medio de la selva lacandona en el corazón de Chiapas, México.

Después de refrescarte te recuestas, para un hombre del desierto resultan sumamente inquietante el sonido de la selva, ruidos desconocidos bañan el ambiente, la ventana permite entre el negro selvático ver un poco del cielo estrellado, piensas en los antiguos estudiando este mismo cielo, en este mismo lugar.

A mitad de la noche un grito parecido a un aullido te despierta, cuando cobras conciencia estás de pie con la respiración agitada, intentas tranquilizarte pensando que se trata de una pesadilla cuando el grito se presenta de nueva cuenta, viene de afuera aunque es tan fuerte que pareciera salir de tu misma habitación, enciendes la luz, asustado, pensando de que animal puede tratarse, debe tener una caja torácica importante, a partir de entonces un concierto de gritos anula todos los demás sonidos, terminas por acostumbrarte, te recuestas y finalmente te duermes, el mono aullador te ha dado la bienvenida.

Mientras desayunas unas galletas y un café, se te acerca un lugareño, su frente delata su linaje, ese que has visto en las referencias mayas que has consultado. Te dice que ha organizado una caminata por la selva hasta llegar a un lago y te promete el avistamiento de aves, reptiles, monos, parajes y unas cascadas que poca gente conoce, baño incluido, diez horas ida y vuelta, no hay tarifa, lo que le quieras dar. Su mirada limpia y sonrisa franca de inmediato te conquistan, tomas tu mochila y decides sumarte al grupo, desde hace años estás convencido de que el azar no existe y este paseo habrá de ser parte de tu experiencia.

El grupo está formado por extranjeros, los únicos mexicanos somos Juan, el guía y yo, es increíble que nuestra tierra más oculta sea siempre del interés de otros pueblos.

Nos adentramos en la selva, solo quedamos la jungla y nosotros, Juan al frente de un grupo de ocho en línea, yo, como siempre me coloco al final, me gusta observar a las personas y la retaguardia es una posición privilegiada para el efecto. Hay una vereda que nos permite avanzar casi sin utilizar el machete, todo un espectro de verdes, marrones y amarillos nos rodean, comienza a llover suavemente y el olor a selva húmeda acaricia nuestros sentidos, levanto la vista, el efecto de las gotas atravesando las copas es alucinante. Ocasionalmente Juan levanta el brazo para indicar un avistamiento, es importante hacer el menor ruido al acercarnos.

Hemos visto bichos de todos los tipos, aves, insectos, lagartos, culebras y ranas que se mimetizan de tal manera que parecen hojas, ramas o lianas hasta en su mas mínimo detalle, si no fuera por Juan y su ojo entrenado el resto de nosotros caminaríamos prácticamente sobre ellos sin darnos cuenta.

Después de tres horas de camino llegamos a una cascada de un color azul claro, Juan nos explica que la coloración del agua se debe a las sales de carbonatos que lleva disueltas. Es momento de descansar, nos sentamos a la orilla del río, saco de mi mochila una lata de atún y unas galletas, me tumbo a fumar un cigarro, desde hace rato ha dejado de llover y ahora el cielo está limpísimo, me entretengo buscando formas en las nubes o en los árboles que nos rodean, el grupo se encuentra relajado, algunos decidieron entrar al agua, otros se separan, seguirán explorando, Juan recomienda no alejarnos demasiado, en dos horas emprenderemos el regreso.

Después de un rato solo estamos Juan y yo, lo observo, come algo, que es, pregunto, hongos, pruébalos me dice, te ayudarán, los cuenta, son ocho, me llevo uno a uno a la boca, tienen un sabor ligeramente amargo, están buenos.

Te descubres caminando a la orilla del río, traes en tus manos el snorkel que no recuerdas haber sacado de la mochila, tampoco sabes a que horas te quitaste la playera pero te sientes bien, en paz. En un recodo del río encuentras un bulto de ropa, descubres una prenda roja y deduces que es de la chica albanesa que viene en el grupo. Te desnudas, te parece de lo más normal el hecho de querer bañarte con ella, no te importa que venga acompañada.

El agua fría aguijonea tus plantas, sube por tus pantorrillas y muslos, cuando llega a tus genitales un acto reflejo te detiene pero enseguida otro pensamiento te dice, ya estás acá y te metes de golpe, sabes que tienes que moverte con vigor para entrar en calor, recuerdas tus clases de termodinámica y casi puedes ver la transferencia de calor entre los cuerpos, del mas caliente, en este caso el tuyo al de las sales de carbonato disueltas.

Decides nadar hacia la pequeña cascada, te das cuenta que a pesar de tus esfuerzos no consigues acercarte, el ejercicio te quita el frío que al final solo se trata de un estado mental. Te impones el reto de sentir esa fuerza sobre tu espalda, te agarras de un tronco horizontal que está al nivel del agua para poder acercarte, te tienes que sumergir para aparecer al otro lado, la fuerza del agua es impresionante, no la imaginaste así cuando decidiste sentir su caída a los 8 metros, como si hubieras firmado un contrato en el que te fuera la vida, la necesidad de cumplir tu objetivo se vuelve poco menos que apremiante, sabes que nadando nunca podrás llegar, te ayudas de unas ramas, sacas la mitad de tu cuerpo del agua y con las dos piernas preparas un salto hacia la base de la cascada, percibes entre la brisa, el estruendo y la espuma a la pareja de albaneses que, al fondo, observan tu maniobra, encoges tus piernas, cierras los ojos, llenas tus pulmones de aire y en un movimiento firme, te impulsas con todas tus fuerzas, de espaldas hacia la pared de agua.

Cuando el golpe de agua te recibe, te sientes a merced del elemento y tus 78 kilos parecen dejar de serlo cuando la fuerza de la naturaleza te sumerge y te hace pasar en un segundo por debajo del tronco para salir a flote sin un rasguño, cuando emerges sueltas un grito liberador que envidiaría cualquiera de los monos que habita este lugar.

Descubres a los albaneses que te miran con curiosidad, los dos sonríen, seguramente se preguntan que tipo de persona eres, después de asimilar la experiencia, percibes al agua riquísima, vigorizante, te diriges a la orilla y te pones el snorkel, siempre que hay agua de por medio lo llevas, sabia decisión, te ha permitido disfrutar con plenitud de rocas, tortugas, peces, colores y uno que otro cuerpo que nada junto al tuyo.

Ya relajado hechas un vistazo al ojo de agua, a través del plástico en tu cara percibes a las rocas y plantas de tu alrededor con una total claridad, inhalas y exhalas con plenitud ufffff juuuuu, el sonido que ejerces con la fuerza de tus pulmones es lo único que escuchas, ufffff juuuuu, el sentido de la vista pasan a ser el centro de tu atención ufffff juuuuu, sabes que estas viviendo una experiencia que habrás de recordar por mucho tiempo ufffff juuuuu, un movimiento en el fango llama tu atención, ufffff juuuuu te diriges a ese espacio, donde se encuentran los albaneses, ufffff juuuuu, ríen y juegan ufffff juuuuu, está buenísima, ufffff juuuuu, decides descansar, intentas pararte, ufffff juuuuu, algo te lastima el tobillo ufff juuu ufff juuu, te duele, el ardor se expande por tu pierna ufff juuu ufff juuu, te sumerges a ver que pasa ufff juuu ufff juuu ufff juuu, no puedes moverte ufff juuu ufff juuu ufff juuu, te quema, ufff juuu ufff juuu ufff juuu, buscas a tu alrededor, los albaneses siguen jugando ufff juuu ufff juuu ufff juuu ufff juuu ufff juuu ufff juuu, por fin la ves, se aleja, serpentea ufff juuu ufff juuu ufff juuu,  manoteas ufff juuu ufff juuu ufff juuu, los albaneses ríen ufff juuu ufff juuu ufff juuu ufff juuu ufff juuu ufff juuu.