Fragmento de obra de Ricardo Carpani
Llegas al hotel después de 18 horas de viaje, lo
único que quieres es bañarte y dormir hasta donde sea posible, la cabaña tiene
lo necesario para descansar, es decir una cama, el baño es compartido, lo que
te gustó es que está en medio de la selva lacandona en el corazón de Chiapas,
México.
Después de refrescarte te recuestas, para un hombre
del desierto resultan sumamente inquietante el sonido de la selva, ruidos
desconocidos bañan el ambiente, la ventana permite entre el negro selvático ver
un poco del cielo estrellado, piensas en los antiguos estudiando este mismo
cielo, en este mismo lugar.
A mitad de la noche un grito parecido a un aullido te
despierta, cuando cobras conciencia estás de pie con la respiración agitada,
intentas tranquilizarte pensando que se trata de una pesadilla cuando el grito
se presenta de nueva cuenta, viene de afuera aunque es tan fuerte que pareciera
salir de tu misma habitación, enciendes la luz, asustado, pensando de que
animal puede tratarse, debe tener una caja torácica importante, a partir de
entonces un concierto de gritos anula todos los demás sonidos, terminas por
acostumbrarte, te recuestas y finalmente te duermes, el mono aullador te ha
dado la bienvenida.
Mientras desayunas unas galletas y un café, se te
acerca un lugareño, su frente delata su linaje, ese que has visto en las referencias
mayas que has consultado. Te dice que ha organizado una caminata por la selva
hasta llegar a un lago y te promete el avistamiento de aves, reptiles, monos,
parajes y unas cascadas que poca gente conoce, baño incluido, diez horas ida y
vuelta, no hay tarifa, lo que le quieras dar. Su mirada limpia y sonrisa franca
de inmediato te conquistan, tomas tu mochila y decides sumarte al grupo, desde
hace años estás convencido de que el azar no existe y este paseo habrá de ser
parte de tu experiencia.
Nos adentramos en la selva, solo quedamos la jungla
y nosotros, Juan al frente de un grupo de ocho en línea, yo, como siempre me
coloco al final, me gusta observar a las personas y la retaguardia es una
posición privilegiada para el efecto. Hay una vereda que nos permite avanzar
casi sin utilizar el machete, todo un espectro de verdes, marrones y amarillos
nos rodean, comienza a llover suavemente y el olor a selva húmeda acaricia
nuestros sentidos, levanto la vista, el efecto de las gotas atravesando las
copas es alucinante. Ocasionalmente Juan levanta el brazo para indicar un
avistamiento, es importante hacer el menor ruido al acercarnos.
Hemos visto bichos de todos los tipos, aves,
insectos, lagartos, culebras y ranas que se mimetizan de tal manera que parecen
hojas, ramas o lianas hasta en su mas mínimo detalle, si no fuera por Juan y su
ojo entrenado el resto de nosotros caminaríamos prácticamente sobre ellos sin
darnos cuenta.
Después de tres horas de camino llegamos a una
cascada de un color azul claro, Juan nos explica que la coloración del agua se
debe a las sales de carbonatos que lleva disueltas. Es momento de descansar,
nos sentamos a la orilla del río, saco de mi mochila una lata de atún y unas
galletas, me tumbo a fumar un cigarro, desde hace rato ha dejado de llover y
ahora el cielo está limpísimo, me entretengo buscando formas en las nubes o en
los árboles que nos rodean, el grupo se encuentra relajado, algunos decidieron
entrar al agua, otros se separan, seguirán explorando, Juan recomienda no
alejarnos demasiado, en dos horas emprenderemos el regreso.
Después de un rato solo estamos Juan y yo, lo
observo, come algo, que es, pregunto, hongos, pruébalos me dice, te ayudarán, los
cuenta, son ocho, me llevo uno a uno a la boca, tienen un sabor ligeramente
amargo, están buenos.
Te descubres caminando a la orilla del río, traes en
tus manos el snorkel que no recuerdas haber sacado de la mochila, tampoco sabes
a que horas te quitaste la playera pero te sientes bien, en paz. En un recodo
del río encuentras un bulto de ropa, descubres una prenda roja y deduces que es
de la chica albanesa que viene en el grupo. Te desnudas, te parece de lo más
normal el hecho de querer bañarte con ella, no te importa que venga acompañada.
El agua fría aguijonea tus plantas, sube por tus
pantorrillas y muslos, cuando llega a tus genitales un acto reflejo te detiene
pero enseguida otro pensamiento te dice, ya estás acá y te metes de golpe,
sabes que tienes que moverte con vigor para entrar en calor, recuerdas tus
clases de termodinámica y casi puedes ver la transferencia de calor entre los
cuerpos, del mas caliente, en este caso el tuyo al de las sales de carbonato
disueltas.
Decides nadar hacia la pequeña cascada, te das cuenta
que a pesar de tus esfuerzos no consigues acercarte, el ejercicio te quita el
frío que al final solo se trata de un estado mental. Te impones el reto de
sentir esa fuerza sobre tu espalda, te agarras de un tronco horizontal que está
al nivel del agua para poder acercarte, te tienes que sumergir para aparecer al
otro lado, la fuerza del agua es impresionante, no la imaginaste así cuando decidiste
sentir su caída a los 8 metros, como si hubieras firmado un contrato en el que
te fuera la vida, la necesidad de cumplir tu objetivo se vuelve poco menos que
apremiante, sabes que nadando nunca podrás llegar, te ayudas de unas ramas,
sacas la mitad de tu cuerpo del agua y con las dos piernas preparas un salto
hacia la base de la cascada, percibes entre la brisa, el estruendo y la espuma
a la pareja de albaneses que, al fondo, observan tu maniobra, encoges tus
piernas, cierras los ojos, llenas tus pulmones de aire y en un movimiento
firme, te impulsas con todas tus fuerzas, de espaldas hacia la pared de agua.
Cuando el golpe de agua te recibe, te sientes a
merced del elemento y tus 78 kilos parecen dejar de serlo cuando la fuerza de
la naturaleza te sumerge y te hace pasar en un segundo por debajo del tronco
para salir a flote sin un rasguño, cuando emerges sueltas un grito liberador
que envidiaría cualquiera de los monos que habita este lugar.
Descubres a los albaneses que te miran con
curiosidad, los dos sonríen, seguramente se preguntan que tipo de persona eres,
después de asimilar la experiencia, percibes al agua riquísima, vigorizante, te
diriges a la orilla y te pones el snorkel, siempre que hay agua de por medio lo
llevas, sabia decisión, te ha permitido disfrutar con plenitud de rocas,
tortugas, peces, colores y uno que otro cuerpo que nada junto al tuyo.
Ya relajado hechas un vistazo al ojo de agua, a
través del plástico en tu cara percibes a las rocas y plantas de tu alrededor
con una total claridad, inhalas y exhalas con plenitud ufffff juuuuu, el sonido
que ejerces con la fuerza de tus pulmones es lo único que escuchas, ufffff
juuuuu, el sentido de la vista pasan a ser el centro de tu atención ufffff
juuuuu, sabes que estas viviendo una experiencia que habrás de recordar por
mucho tiempo ufffff juuuuu, un movimiento en el fango llama tu atención, ufffff
juuuuu te diriges a ese espacio, donde se encuentran los albaneses, ufffff
juuuuu, ríen y juegan ufffff juuuuu, está buenísima, ufffff juuuuu, decides
descansar, intentas pararte, ufffff juuuuu, algo te lastima el tobillo ufff
juuu ufff juuu, te duele, el ardor se expande por tu pierna ufff juuu ufff
juuu, te sumerges a ver que pasa ufff juuu ufff juuu ufff juuu, no puedes moverte
ufff juuu ufff juuu ufff juuu, te quema, ufff juuu ufff juuu ufff juuu, buscas a
tu alrededor, los albaneses siguen jugando ufff juuu ufff juuu ufff juuu ufff
juuu ufff juuu ufff juuu, por fin la ves, se aleja, serpentea ufff juuu ufff
juuu ufff juuu, manoteas ufff juuu ufff
juuu ufff juuu, los albaneses ríen ufff juuu ufff juuu ufff juuu ufff juuu ufff
juuu ufff juuu.