domingo, 17 de noviembre de 2013

El lienzo

  


 Amanece, la luz de Octubre me abraza por completo dejando mi pálida piel al desnudo, te observo por primera vez y siento como tus palmas resbalan por mi cuerpo, alisándolo, me gusta, podría acostumbrarme a tus mimos matutinos por siempre.

   No sé quién eres ni porqué llegaste a mí pero me gusta observarte, mi estructura sensorial de tres metros cuadrados me permite verte desde diversas perspectivas, la parte baja, media o alta, por un lado o por el otro. En ocasiones me permito concentrar todas las visiones en una sola, donde tus rasgos terminan por perderse y solo queda un espacio de luz cálido y difuso que me encanta descomponer una y otra vez en cada una de tus perspectivas. Así, en una maravilla del aprendizaje y autodominio, mágicamente voy y vengo de tu rostro al espacio de luz y de vuelta a tus manos, tu cuerpo, tu luz, tu color, tu aroma, tu luz.

   Te esmeras en cubrir mi piel con esos colores y brochas de diversos tamaños, hay ocasiones en que tu mentón y entrecejo se arrugan un poco, es ahí, cuando descubro ese gesto; que concentro todas mis miradas en una sola viéndote directamente a los ojos, fijamente, esperando te acerques lo suficiente para jugar al cíclope de Cortazar, o al menos lo necesario para veme en ti, en el reflejo de tu concentrada mirada y descubrir el nuevo tono de mi piel, las formas con que has decidido tatuarme de por vida, esperando que descubras mi presencia, que me sientas como yo te siento a ti amor, desde ese primer Octubre de mi vida, cuando me tocaste.

   La pintura cubre mis imperfecciones, en ocasiones pasas más de un tono por el mismo sitio, es como si no decidieras que ropa ponerme, no importa, al final siempre me cubres, me haces diferente. Hay un momento de tu técnica que anhelo y espero cada día, ese que acompaña al ruido de un compresor mientras un aire tibio comienza a acariciarme llenándome de cosquillas, me río a carcajadas mientras tú, seria y concentrada me ametrallas con ese aire colorido formando las grecas que tanto te gustan.

   Tengo tu atención, me gusta el hecho, sentir como me cuidas, como me transformo bajo tu influencia y tus colores y tu música y tu danza de libélula feliz. Me regocijo siendo el objeto que la lente de tu cámara enfoca cada tarde, documentando la transformación, juego a tratar de adivinar el momento preciso en que finalmente oprimirás el botón.


   Estoy vestido, sonríes, te alejas un par de metros y me observas detenidamente, tomas un pincel delgado, vestido de  verde y retocas mi frente, sonrío, te alejas, tomas de nueva cuenta ese pincel pero ahora bañado de negro, te concentras mientras lo apoyas en mi costado marcándome con esos 11 símbolos que rompen la paleta y la composición, sé que habrán de acompañarme el resto de mi vida, te retiras nuevamente y muestras tu sonrisa satisfecha, presiento que dejaremos de vernos y un sentimiento de tristeza me asalta, no te vayas, al menos dime quien eres, por favor.