Amanece, la luz de
Octubre me abraza por completo dejando mi pálida piel al desnudo, te observo por
primera vez y siento como tus palmas resbalan por mi cuerpo, alisándolo, me
gusta, podría acostumbrarme a tus mimos matutinos por siempre.
No sé quién eres ni
porqué llegaste a mí pero me gusta observarte, mi estructura sensorial de tres
metros cuadrados me permite verte desde diversas perspectivas, la parte baja,
media o alta, por un lado o por el otro. En ocasiones me permito concentrar
todas las visiones en una sola, donde tus rasgos terminan por perderse y solo
queda un espacio de luz cálido y difuso que me encanta descomponer una y otra
vez en cada una de tus perspectivas. Así, en una maravilla del aprendizaje y
autodominio, mágicamente voy y vengo de tu rostro al espacio de luz y de vuelta
a tus manos, tu cuerpo, tu luz, tu color, tu aroma, tu luz.
Te esmeras en
cubrir mi piel con esos colores y brochas de diversos tamaños, hay ocasiones en
que tu mentón y entrecejo se arrugan un poco, es ahí, cuando descubro ese gesto;
que concentro todas mis miradas en una sola viéndote directamente a los ojos,
fijamente, esperando te acerques lo suficiente para jugar al cíclope de
Cortazar, o al menos lo necesario para veme en ti, en el reflejo de tu
concentrada mirada y descubrir el nuevo tono de mi piel, las formas con que has
decidido tatuarme de por vida, esperando que descubras mi presencia, que me
sientas como yo te siento a ti amor, desde ese primer Octubre de mi vida,
cuando me tocaste.
La pintura cubre mis
imperfecciones, en ocasiones pasas más de un tono por el mismo sitio, es como
si no decidieras que ropa ponerme, no importa, al final siempre me cubres, me
haces diferente. Hay un momento de tu técnica que anhelo y espero cada día, ese
que acompaña al ruido de un compresor mientras un aire tibio comienza a
acariciarme llenándome de cosquillas, me río a carcajadas mientras tú, seria y
concentrada me ametrallas con ese aire colorido formando las grecas que tanto
te gustan.
Tengo tu atención,
me gusta el hecho, sentir como me cuidas, como me transformo bajo tu influencia
y tus colores y tu música y tu danza de libélula feliz. Me regocijo siendo el
objeto que la lente de tu cámara enfoca cada tarde, documentando la
transformación, juego a tratar de adivinar el momento preciso en que finalmente
oprimirás el botón.
Estoy vestido,
sonríes, te alejas un par de metros y me observas detenidamente, tomas un
pincel delgado, vestido de verde y retocas
mi frente, sonrío, te alejas, tomas de nueva cuenta ese pincel pero ahora bañado
de negro, te concentras mientras lo apoyas en mi costado marcándome con esos 11
símbolos que rompen la paleta y la composición, sé que habrán de acompañarme el
resto de mi vida, te retiras nuevamente y muestras tu sonrisa satisfecha,
presiento que dejaremos de vernos y un sentimiento de tristeza me asalta, no te
vayas, al menos dime quien eres, por favor.