Cuando se sabe de manera absoluta que todo es irreal, no tiene ningún sentido fatigarse para demostrarlo.
Emil Cioran
Para el colectivo ENAMURO
Te juntas con los amigos a lanzar ideas, el tema a desarrollar es de luchadores, las imágenes se forman y deshacen en tu mente a medida que las palabras de los otros las evocan, algunos papeles por fin las materializan y después de discutir pros y contras, finalmente se deciden por uno de ellos para hacer un boceto.
Te toca trabajarlo, la diferencia de proporciones de ancho y
alto del muro disponible representa todo un reto para lograr que los personajes
respondan a los conceptos del colectivo, te concentras, trabajas acompañado
solo por humo y café, el resultado te satisface, las horas invertidas han
valido la pena, cada obra es como un pequeño hijo, dice el maestro.
La pared espera impaciente, el proyecto te llevará algunas
horas y consiste en multiplicar las dimensiones del boceto, mientras preparas
la pintura, vas y vienes del boceto a los colores, y esa noche, te lo llevas a
lo más profundo de tus sueños, los personajes aparecen una y otra vez, bajo
diversas circunstancias, te despiertas con una ansiedad que nunca habías sentido,
no puedes esperar más, es como si te hubieras dado cuenta que hacer este mural
cambiará tu vida.
Pasas tus manos sobre esa pared, cierras los ojos y sientes
las múltiples texturas que presenta, es un rito que siempre realizas, tocar el
soporte, sentir, es parte del protocolo al iniciar un trabajo. Realizas los
primeros trazos, cubres las firmas que los chavos del barrio han plasmado por
años, reclamando como suyo cada centímetro cuadrado de esta pared, esta tarde,
trabajaras para el barrio, regalando tu talento, convencido que mejorar el
entorno también mejora la vida de las personas.
El muro está lleno de imperfecciones, hoyos e
irregularidades dificultan la pintada, así son los muros de nuestros barrios, el
tiempo, las pintas y los hoyuelos observan a las personas en su tránsito por
las calles, son mudos testigos de los juegos de los pequeños, de actos de
violencia de los perversos, y en ocasiones, cuando tienen suerte, de las caricias
de los amantes que buscan burlar al
pudor al cobijo de los rincones más oscuros.
Te gusta el azul, comienzas a aplicarlo y a medida que cubre
las piernas del personaje casi pudieras afirmar que sientes como se tensan tus propios
músculos abductores. Imaginas el ambiente en una arena real, los gritos de la
gente, los rostros de los niños que ven en las máscaras de sus ídolos a esos
héroes que no pierden su esencia humana; nada que ver con aquellos de la liga
de la justicia de los comics gringos. Acá, en esta arena, los rudos y los
técnicos, el bien y el mal, se enfrentan cada semana para dirimir viejas rencillas.
No te das cuenta y ya estás trabajando el abdomen, decides pintar
uno que denote horas de entrenamiento, uno que sea capaz de soportar cualquier
golpe, cualquier patada sin que disminuya la efectividad del contraataque. Te
gustaría contar con uno así, diferente a esta pancita cervecera que te
caracteriza, uno que, al mostrarse, enseñara una disciplina de carácter que
definitivamente no tienes.
Trabajas los pectorales, deltoides y bíceps que te permite
la perspectiva, buscas transmitir la tensión, fuerza y coordinación que un
salto desde una tercera cuerda seguramente requiere. Imaginas al personaje,
consumando uno de los grandes sueños del hombre, volar.
El sol lagunero te pasa la factura de la pintada, te quedas
sin agua pero no puedes parar, es un estado que muy pocas veces logras cuando
estás desarrollando una obra, pareciera que el pincel cobrara vida propia, va y
viene del muro al bote de pintura, al bote de agua, imprimes luces y sombras
que dan el volumen que necesitas.
Trabajas la cabeza, una máscara azul la cubre, mientras pintas, imaginas lo que debe
significar una lucha a dos de tres caídas sin límite de tiempo portando una máscara
de estas; el ejercicio por sí mismo es capaz de generar litros de sudor, pero
con la máscara encima el efecto debe ser multiplicador, se debe sentir algo
parecido a lo que tú ahora sientes, al pintar bajo el sol, el agua resbala por
tu cuerpo y rostro, el pincel sigue su movimiento de autómata que no te permite
descanso, te duelen los brazos, especialmente el izquierdo, como si hubieras
recibido un fuerte golpe; los ruidos de la calle se desvanecen y son
sustituidos por gritos de personas, te descubres en tensión, dispuesto a
golpear, tu cabeza caliente, tu mirada fija en el objetivo, derrumbar y
preparar la caída, lastimar sin lastimarte, un momento que parece volverse
eterno, detenido en el tiempo mientras con el rabillo del ojo, a tu derecha,
observas a un hombre que te mira fijamente, muestra una mueca que quiere
parecer una sonrisa, satisfecho, liberado, mientras tú, te quedas acá, atrapado
en un muro, volando.