lunes, 18 de agosto de 2014

El mural






Cuando se sabe de manera absoluta que todo es irreal, no tiene ningún sentido fatigarse para demostrarlo.
Emil Cioran


Para el colectivo ENAMURO

   
Te juntas con los amigos a lanzar ideas, el tema a desarrollar es de luchadores, las imágenes se forman y deshacen en tu mente a medida que las palabras de los otros las evocan, algunos papeles por fin las materializan y después de discutir pros y contras, finalmente se deciden por uno de ellos para hacer un boceto.

   Te toca trabajarlo, la diferencia de proporciones de ancho y alto del muro disponible representa todo un reto para lograr que los personajes respondan a los conceptos del colectivo, te concentras, trabajas acompañado solo por humo y café, el resultado te satisface, las horas invertidas han valido la pena, cada obra es como un pequeño hijo, dice el maestro.

   La pared espera impaciente, el proyecto te llevará algunas horas y consiste en multiplicar las dimensiones del boceto, mientras preparas la pintura, vas y vienes del boceto a los colores, y esa noche, te lo llevas a lo más profundo de tus sueños, los personajes aparecen una y otra vez, bajo diversas circunstancias, te despiertas con una ansiedad que nunca habías sentido, no puedes esperar más, es como si te hubieras dado cuenta que hacer este mural cambiará tu vida.

   Pasas tus manos sobre esa pared, cierras los ojos y sientes las múltiples texturas que presenta, es un rito que siempre realizas, tocar el soporte, sentir, es parte del protocolo al iniciar un trabajo. Realizas los primeros trazos, cubres las firmas que los chavos del barrio han plasmado por años, reclamando como suyo cada centímetro cuadrado de esta pared, esta tarde, trabajaras para el barrio, regalando tu talento, convencido que mejorar el entorno también mejora la vida de las personas.

   El muro está lleno de imperfecciones, hoyos e irregularidades dificultan la pintada, así son los muros de nuestros barrios, el tiempo, las pintas y los hoyuelos observan a las personas en su tránsito por las calles, son mudos testigos de los juegos de los pequeños, de actos de violencia de los perversos, y en ocasiones, cuando tienen suerte, de las caricias de los amantes  que buscan burlar al pudor al cobijo de los rincones más oscuros.

   Te gusta el azul, comienzas a aplicarlo y a medida que cubre las piernas del personaje casi pudieras afirmar que sientes como se tensan tus propios músculos abductores. Imaginas el ambiente en una arena real, los gritos de la gente, los rostros de los niños que ven en las máscaras de sus ídolos a esos héroes que no pierden su esencia humana; nada que ver con aquellos de la liga de la justicia de los comics gringos. Acá, en esta arena, los rudos y los técnicos, el bien y el mal, se enfrentan cada semana para dirimir viejas rencillas.

   No te das cuenta y ya estás trabajando el abdomen, decides pintar uno que denote horas de entrenamiento, uno que sea capaz de soportar cualquier golpe, cualquier patada sin que disminuya la efectividad del contraataque. Te gustaría contar con uno así, diferente a esta pancita cervecera que te caracteriza, uno que, al mostrarse, enseñara una disciplina de carácter que definitivamente no tienes.

   Trabajas los pectorales, deltoides y bíceps que te permite la perspectiva, buscas transmitir la tensión, fuerza y coordinación que un salto desde una tercera cuerda seguramente requiere. Imaginas al personaje, consumando uno de los grandes sueños del hombre, volar.

   El sol lagunero te pasa la factura de la pintada, te quedas sin agua pero no puedes parar, es un estado que muy pocas veces logras cuando estás desarrollando una obra, pareciera que el pincel cobrara vida propia, va y viene del muro al bote de pintura, al bote de agua, imprimes luces y sombras que dan el volumen que necesitas.


   Trabajas la cabeza, una máscara azul la cubre,  mientras pintas, imaginas lo que debe significar una lucha a dos de tres caídas sin límite de tiempo portando una máscara de estas; el ejercicio por sí mismo es capaz de generar litros de sudor, pero con la máscara encima el efecto debe ser multiplicador, se debe sentir algo parecido a lo que tú ahora sientes, al pintar bajo el sol, el agua resbala por tu cuerpo y rostro, el pincel sigue su movimiento de autómata que no te permite descanso, te duelen los brazos, especialmente el izquierdo, como si hubieras recibido un fuerte golpe; los ruidos de la calle se desvanecen y son sustituidos por gritos de personas, te descubres en tensión, dispuesto a golpear, tu cabeza caliente, tu mirada fija en el objetivo, derrumbar y preparar la caída, lastimar sin lastimarte, un momento que parece volverse eterno, detenido en el tiempo mientras con el rabillo del ojo, a tu derecha, observas a un hombre que te mira fijamente, muestra una mueca que quiere parecer una sonrisa, satisfecho, liberado, mientras tú, te quedas acá, atrapado en un muro, volando.