domingo, 5 de abril de 2015

Iguazú



   Te encuentras como muchas otras veces, esperando tu equipaje, esta vez en Misiones, provincia del norte Argentino; decidiste conocer uno de las mayores prodigios de la naturaleza, Iguazú, con toda su agua, tanta, según has leído, que los hombres del desierto como tú, seguramente la percibirán como de otro mundo, uno acuático, con el que alguna vez has soñado.

   Aquí estas, esperando los 10 kilos de tu maleta, con todo lo que necesitas para vivir, mientras esperas al transporte, el Tláloc del Sur te recibe con toda su furia. Si, miserable mortal, bienvenido a mis dominios que se extienden del cielo a la tierra, en todo lo que puedan abarcar tus 360 grados de percepción esférica, donde una de mis bocanadas es suficiente para detener la vida como la conoces. Si, Dios maravilloso, Dios voluptuoso, golpea mi pecho y mi rostro, purifícame, lava mis soledades, mis fobias, mis mezquindades, limpia lo aprendido, libérame, llévame contigo, con el arroyo, con el río y deposítame en el sitio de todas las aguas, en la tierra húmeda que da paso a la vida renovada.

   No puedes dormir, café, mate y cigarro te acompañan toda la noche, bichos alados rondan tus sueños y acompañan tu vigilia, la espera hasta las seis, hora en que pasa tu transporte te parece interminable. Esto te ha pasado otras ocasiones, es como si algo que fuera a marcar tu vida estuviera a punto de suceder y a ti no te queda más que esperar, pones en una fumada la paciencia que no tienes y que te lleva a estados de exaltación que te hacen comenzar una carrera, adentrado en la noche de un pueblo desconocido.

   Iguazú, agua grande, Iguazú, su exuberancia nubla tus sentidos, árboles altísimos se delinean dibujando una metrópoli en el horizonte, imaginas a los antiguos guaraníes rondando estas tierras, venerándolas, respetándolas con todos sus seres, construyendo su cosmovisión alrededor de este espacio que tú, hombre del desierto, tienes la suerte de pisar.

   Comienza tu caminata, el taxista te dice que después de una hora llegarás a la entrada del Parque Nacional, enciendes tu primer cigarro de la mañana y te adentras en la vereda, a cada paso te parece descubrir múltiples movimientos a tu alrededor, monos, serpientes, aves, puede ser cualquier cosa. La vereda está llena de charcos y cubierta de mariposas, abundan las amarillas, cientos, no, miles, te recuerda al Mauricio Babilonia de 100 años de soledad. Los sonidos te llaman, son poderosos, muchísimos, uno a un lado del otro, se traslapan, te embriagan y confunden, no puedes ignorarlos más, les das la cara y decides simplemente entrar. Avanzas esa selva con dificultad, diez metros tal vez, la sinfonía parece haberse hecho más poderosa, te detienes, abrumado, te sientas en un pequeño lugar de un mundo desconocido, decides comulgar con el espacio, cierras los ojos.

   Te descubres caminando entre caídas de agua, como nunca antes has visto, arriba, abajo, a tus lados, las pasarelas esparcidas como venas a lo largo del parque te dan ese efecto, tu cámara atestigua prácticamente cada paso que das, la mañana es fría pero la caminata te ha calentado, te percatas que perdiste tu chamarra, debió quedar en la selva, que la aprovechen los monos, piensas.

   Subes y bajas, hay poca gente, te gusta conocer espacios fuera de temporada, es mejor en muchos sentidos, te diriges a la Garganta del Diablo que de acuerdo al plano, es el salto de agua más alto de los más de 250 que hay en este lugar, te detienes un momento a descansar, te quitas los zapatos y metes tus pies en un arroyo de agua helada, sientes como si te clavaran miles de agujas con la precisión de un chino milenario, descansas. En algún momento, un Coatí acostumbrado a robar abre tu mochila, al descubrirlo, prácticamente se pelean por ella y en tu sorpresa termina llevándose un chocolate que te acompañaba desde México.

   Sabes que estás cerca, el ruido del agua es majestuoso y mientras avanzas solo te preocupas por mantener tu cámara seca, al fin llegas, te quedas sin habla al descubrir como la tierra se traga literalmente toda el agua del mundo, sientes la adrenalina correr por tu cuerpo, te electriza, agradeces el estar acá, luchas por mantener los ojos abiertos mientras una ráfaga de agua intenta vencerlos, ves a un chico a tu lado, con la chamarra que perdiste por la mañana, la reconoces, es una del Santos Laguna, verde con rayas blancas, intentas imaginar cómo es que la tiene pero eso no importa, la garganta del diablo te tiene hipnotizado, a él también.

   Por alguna razón lo tomas de la mano y te sientes bien, como si lo conocieras de siempre y lo necesitaras, él te aprieta fuerte y por un momento te sonríe, tampoco puede desviar su vista de la caída por demasiado tiempo, lo observas de perfil, se parece a ti, cuando tenías su edad. Juntamos nuestras fuerzas y nos acercamos al borde, el ruido es ensordecedor, toda el agua del mundo, todo el vértigo, el chico te suelta, te mira a los ojos y balbucea algo que no alcanzas a oír, le gritas que no lo escuchas, “gracias”, percibes, “es lo que necesitaba” te dice mientras dando un paso certero se pierde en el vacío.