Doy mis datos en la caseta, me piden mi
credencial de elector, anotan las placas del auto y por poco me piden abrir la
cajuela para revisarla, bah, si no fuera porque los “after” en casa del David de verdad se ponen buenos ya me hubiera ido
a dormir.
Me sirvo una cerveza, me encuentro a mucha
banda conocida, la música de lo mejor, los grupos con sus diversas charlas
están buenos, en uno de ellas, una mujer defendía a Maduro, el presidente Venezolano
y su política social, lo hacía con una vehemencia que me llamó la atención, me
daban ganas de comentarle que ninguna política vale la pena ser defendida si hay desabasto en todos
los frentes y se es el país más corrupto de América de acuerdo con el último
reporte publicado por Transparencia
Internacional. Afortunadamente me contengo.
Entro en un cuarto que despide una rolita del
Erick Burdon, espero a que mi vista se acostumbre a la oscuridad, identifico un
sillón vacío en un rincón, el humo baña el ambiente mientras ese rockcito en la
peculiar voz de Burdon me acaricia los sentidos, “I fell in to that burning ring of fire, I
went down, down, down”, cierro los ojos y me acuerdo de algo que leí en un libro de
Albert Espinoza:
-La base de todo es pensar que hoy es el día que morirás. Eso da sentido
a la vida. No hay más-
Pienso, que estaría haciendo hoy si solo me
quedaran unas horas de vida, me descubro sonriendo, definitivamente escuchar
rock clásico en una habitación a oscuras rodeado de camaradas con tus mismos
gustos no está mal.
Creo me quedé dormido, el rock ha terminado,
me reintegro a la fiesta donde encuentro al David, le doy un abrazo, hemos sido
amigos toda la vida, y seguro seguiremos siéndolo.
Otro camarada está contando chistes
prácticamente gritando, no lo conozco, le pregunto a David quien es, es un
colono me dice, ¿como…?, si, un vecino, fui a comprar unos cigarros al OXXO y
pues ahí estaba, lo vi aburrido así que lo invité y ya.
El colono resulta que se llama José, habla
hasta por los codos, se nota tiene una necesidad importante de ser escuchado,
demanda público como no había visto a otra persona, intuyo que otros químicos aparte
del alcohol corren por su sangre.
Ocho de la mañana, a estas alturas discuto
con Ernesto declaraciones recientes de un Jefe de estado, quien considera a la
corrupción como cultural, que estupidez, ciertamente la corrupción existe en
todo el mundo pero ese no es el problema, el verdadero problema es la
impunidad. ¿Quién te tomará en serio cuando pretendes castigar la corrupción si
tu casa es de color blanco?, en este momento me descubro realmente alterado,
tomo un respiro y para mi sorpresa José está a mi lado observándome fijamente, supongo
se sumará al debate, doy un trago a mi
cerveza y lo encaro con un contundente ¿Qué?, ¿ya vas a comenzar a gritar lo
que piensas?
El tipo tiene los ojos vidriosos, parece
triste, comienza a hablar de su vida, lo hace en voz alta y a toda velocidad,
solo quedamos nosotros tres en la fiesta, habla de su infancia, alterna sus
miradas con Ernesto y conmigo, menciona las voces, que no lo dejan dormir, que
lo persiguen día y noche, todo el tiempo, por eso habla tan fuerte, se
justifica; para silenciarlas, para olvidarlas, calla de repente, está sudando.
Ernesto y yo intercambiamos una mirada, casi nos ponemos de acuerdo en batir
retirada, mientras pienso como despedirme, José vuelve a tomar la palabra,
ahora por ejemplo, ahora por ejemplo, repite, las voces no dejan de ordenarme “mátalos a todos”.
Alcanzo a ver el destello del metal que sale de su costado, como se levanta y proyecto
el arco que habrá de describir su trayectoria hasta tocar mi pecho.
“I fell in to that burning ring of fire, I
went down, down, down”