No sabes cuando comenzaste a seguirla, un día simplemente se volvió parte de tu rutina, de tu existir, morías por que se cumpliera el tiempo en que sabías saldría a pasear, para tu fortuna, el patinar le representaba una especie de droga de la cual era adicta, no todas las adicciones lastiman.
Tu, para poder estar a la altura, te
hiciste de una bicicleta de montaña, al principio la seguías discretamente, a
20 o 30 metros, siempre zigzageando atrás de ella, posteriormente fuiste
ganando confianza y francamente le pasabas por la derecha, por la izquierda,
ibas y venias, trazabas círculos en el asfalto teniéndola a ella como centro
móvil, era como si la punta de un gran compás tuviera la vida propia descansando
en las ruedas de sus patines mientras tú, que hacías las veces del carbón de
ese compás, tratando de mantener la distancia concéntrica con el sujeto de tu
deseo, dibujabas lo que las aves seguramente identificaban como los trazos de algo
parecido a un caleidoscopio.
Perfecto, aunque aún no habías cruzado
palabra alguna con ella, su cercanía era suficiente para hacerte feliz, algún
matemático de la vida te enseñó que una buena ecuación es aprender a disfrutar cada
momento que nos toque atestiguar.
Me gusta verte, estudiar tus
movimientos e imaginar lo que técnicamente te hace falta para imprimir la
aceleración y tomar una mayor velocidad, soy amigo del viento, en ocasiones,
para sentirlo hay que correr. Por otro lado me encanta tu cadencia, esa manera
de deslizarte sobre este asfalto caliente cual si de hielo se tratara, el
recargar tu peso sobre una pierna para enseguida transferirlo a la otra
mientras tus brazos se mueven rítmicamente ayudando en su sincronía al tema del
equilibrio.
Me gusta cómo te detienes en medio del
camino a ver algún lagartijo o bicho hermano de estas tierras, me emociona tu
capacidad de asombro ante las cosas simples de la vida, aquellas que son
invisibles para la mayoría de los mortales.
Cuanto daría por qué alguna vez me vieras
al menos de esa manera. Me he hecho especialista en acrobacias sobre mi
alubike, puedo rodar solo sobre cualquiera de mis ruedas, en la rampa de la
universidad donde alguna vez hemos ido, me he animado a realizar el mortal que
a todos emociona, excepto a ti, las audacias me han costado algunas caídas y
huesos rotos, nada importante, pero a pesar de todo no logro tu mirada.
Después de un año de soñarte, de
seguirte, de ser ignorado sistemáticamente he decidido enfrentarte, me he
ganado el derecho de plantarme frente a ti, obligarte a detenerte, robar la
mirada que me has negado y decirte cuánto te amo y que te quiero cuidar por el
resto de nuestras vidas.
Me decido a esperarte en el parque, en
el camino de la fuente que siempre sigues y que en su angostura, al estar yo
ahí esperándote no te quedará más que enfrentarme, ahí vienes, reconozco tu
silueta, el rítmico sonido de tus ruedas, me planto en la vereda, pongo la bici
de lado para evitar cualquier intento de esquivarme, 30 metros, siento que me
sudan las manos, como cuando tenía 14 y recibí mi primer beso, 20 metros,
respiro profundo y trato de presentar la mejor de mis sonrisas aunque los
nervios están a punto de traicionarme, 10 metros, me recompongo, me quito
apresuradamente el casco y me paso la pañoleta por mi cabeza retirando el
inevitable sudor del verano, 5 metros, sigues patinando sin bajar la velocidad,
te grito que te detengas ante el temor de que en el contacto inminente te
lastimes, pareces no escucharme, es como si tu foco de visión estuviera mas
allá de mi persona, extiendo mis manos para atenuar el golpe, siento tu esencia
en mis dedos, en mis palmas, en mis antebrazos, en mi pecho, en mi cabeza, en mi
cuerpo, sorprendido alcanzo a ver cómo me atraviesas, un escalofrío me recorre
la espalda, a la orilla de la vereda descubro una pequeña cruz de madera, con
mi nombre en ella, entonces recuerdo, la caída y el golpe seco contra la base
de la fuente.