martes, 24 de julio de 2012

Ruedas






No sabes cuando comenzaste a seguirla, un día simplemente se volvió parte de tu rutina, de tu existir, morías por que se cumpliera el tiempo en que sabías saldría a pasear, para tu fortuna, el patinar le representaba una especie de droga de la cual era adicta, no todas las adicciones lastiman.

Tu, para poder estar a la altura, te hiciste de una bicicleta de montaña, al principio la seguías discretamente, a 20 o 30 metros, siempre zigzageando atrás de ella, posteriormente fuiste ganando confianza y francamente le pasabas por la derecha, por la izquierda, ibas y venias, trazabas círculos en el asfalto teniéndola a ella como centro móvil, era como si la punta de un gran compás tuviera la vida propia descansando en las ruedas de sus patines mientras tú, que hacías las veces del carbón de ese compás, tratando de mantener la distancia concéntrica con el sujeto de tu deseo, dibujabas lo que las aves seguramente identificaban como los trazos de algo parecido a un caleidoscopio.

Perfecto, aunque aún no habías cruzado palabra alguna con ella, su cercanía era suficiente para hacerte feliz, algún matemático de la vida te enseñó que una buena ecuación es aprender a disfrutar cada momento que nos toque atestiguar.

Me gusta verte, estudiar tus movimientos e imaginar lo que técnicamente te hace falta para imprimir la aceleración y tomar una mayor velocidad, soy amigo del viento, en ocasiones, para sentirlo hay que correr. Por otro lado me encanta tu cadencia, esa manera de deslizarte sobre este asfalto caliente cual si de hielo se tratara, el recargar tu peso sobre una pierna para enseguida transferirlo a la otra mientras tus brazos se mueven rítmicamente ayudando en su sincronía al tema del equilibrio.

Me gusta cómo te detienes en medio del camino a ver algún lagartijo o bicho hermano de estas tierras, me emociona tu capacidad de asombro ante las cosas simples de la vida, aquellas que son invisibles para la mayoría de los mortales.
Cuanto daría por qué alguna vez me vieras al menos de esa manera. Me he hecho especialista en acrobacias sobre mi alubike, puedo rodar solo sobre cualquiera de mis ruedas, en la rampa de la universidad donde alguna vez hemos ido, me he animado a realizar el mortal que a todos emociona, excepto a ti, las audacias me han costado algunas caídas y huesos rotos, nada importante, pero a pesar de todo no logro tu mirada.

Después de un año de soñarte, de seguirte, de ser ignorado sistemáticamente he decidido enfrentarte, me he ganado el derecho de plantarme frente a ti, obligarte a detenerte, robar la mirada que me has negado y decirte cuánto te amo y que te quiero cuidar por el resto de nuestras vidas.

Me decido a esperarte en el parque, en el camino de la fuente que siempre sigues y que en su angostura, al estar yo ahí esperándote no te quedará más que enfrentarme, ahí vienes, reconozco tu silueta, el rítmico sonido de tus ruedas, me planto en la vereda, pongo la bici de lado para evitar cualquier intento de esquivarme, 30 metros, siento que me sudan las manos, como cuando tenía 14 y recibí mi primer beso, 20 metros, respiro profundo y trato de presentar la mejor de mis sonrisas aunque los nervios están a punto de traicionarme, 10 metros, me recompongo, me quito apresuradamente el casco y me paso la pañoleta por mi cabeza retirando el inevitable sudor del verano, 5 metros, sigues patinando sin bajar la velocidad, te grito que te detengas ante el temor de que en el contacto inminente te lastimes, pareces no escucharme, es como si tu foco de visión estuviera mas allá de mi persona, extiendo mis manos para atenuar el golpe, siento tu esencia en mis dedos, en mis palmas, en mis antebrazos, en mi pecho, en mi cabeza, en mi cuerpo, sorprendido alcanzo a ver cómo me atraviesas, un escalofrío me recorre la espalda, a la orilla de la vereda descubro una pequeña cruz de madera, con mi nombre en ella, entonces recuerdo, la caída y el golpe seco contra la base de la fuente.

domingo, 15 de julio de 2012

Madonna

Un cuadro debe ser pintado con el mismo sentimiento con que un criminal comete un crimen.
Degas

Si algo me gusta del Distrito Federal es su oferta para combatir al ocio, hay de todo, como corresponde a una de las más grandes urbes del mundo, desde los tiempos de Marco Tulio Cicerón. El jueves me topé con una exposición de Edvard Munch, decidí conocerlo al recordar aquella frase suya donde se autodefinía como un diseccionador de almas, arduo trabajo el suyo, la exposición, aunque breve, mostró obras interesantes, me impresionó fuertemente La Madonna, una obra rica en sensualidad, el tocado, la luminosidad del cuerpo, el fondo obscuro lleno de movimiento resaltando la silueta del personaje, ojos cerrados con círculos obscuros alrededor y un rostro que me resultó perturbadoramente conocido. Esa noche no pude dormir, la obra me persiguió durante horas y cuando al fin pude conciliar el sueño ya era hora de levantarme.

La Madonna permaneció en mi memoria todo el viernes, no pude concentrarme en la reunión que había preparado con tanto ahínco, a tal grado que seguramente perdí la mejor cuenta de este año, no me importó, la obra de Munch se transformó en mi prioridad, debía descubrir a cual de las mujeres que conozco evocaba, algo me decía que mi futuro dependía de ello.

Por fin en casa, los 40°C combinados con una humedad del 83% pegan mi camisa al cuerpo, definitivamente un hombre de agua, sentencia que me han repetido todas las mujeres que he amado y que han descubierto como me derrito en los momentos donde se corona la intimidad.

Aunque puedo vivir en cualquier sitio, el puerto siempre me ha llamado, necesito el calor, las sandalias, la ropa de manta, el sombrero y el habano que se han vuelto parte de mi personalidad, ya llevo acá 30 años, en este bendito malecón he conocido a más mujeres de las que puedo amar, he amado a más mujeres de las que puedo recordar y he terminado por  recordar a más mujeres de las que en realidad he conocido.

Llego al departamento que tengo en un quinceavo piso, me gusta dormir la siesta en esa hamaca que le compré a un hombre de 85 años y que me pidió que lo ayudara, que necesitaba vender, se llamaba Manuel, me conmovió y aunque no necesitaba hamaca alguna decidí comprar sin regatear, un hombre de 85 que sale a ganarse la vida como uno de 20, merece todo nuestro respeto.

Esperanza, la mujer que me ayuda no se encuentra, mejor, me gusta la soledad, es una chica extraña pero eficaz, tiene todo limpio, cuando me quedo en casa siempre hay comida, la ropa impecable y hasta en alguna ocasión que dormía la siesta, desnudo como siempre, estuvo conmigo persuadida por unas palabras que fingí no haber pronunciado y unos besos que también olvidé haber dado.  El rito de las 5 da comienzo, enciendo el abanico de techo que es lo único que acepto como acondicionamiento ambiental dado el escaso ruido que produce, me quito la ropa que deposito en la silla de mimbre, me preparo un whisky doble y me recuestas en la hamaca, cierro los ojos y me propongo a escuchar el silencio que la tarde que un quinceavo piso te puede permitir, mientras doy unos sorbos escucho a Esperanza que acaba de llegar, hola señor me dice, no me molesto en contestarle, siento como se ha quedado en la entrada de la habitación, se que le gusta observar mi desnudez, no me importa, ahora solo doy cabida a los sentidos del oído y del gusto, el silencio y el whisky.

Un ligero vaivén me despierta, mi copa vacía yace en el piso, Esperanza pegada al muro es quien se encarga de mecerme, está frente a mí, se ha quitado la blusa, su mirada me busca, es como si quisiera asegurarse de que se que existe, pienso si valdrá la pena involucrarme una vez más en su locura, cierra sus ojos quedando de manifiesto sus grandes ojeras, un distintivo muy personal, me mece con la mano derecha mientras con la izquierda se acaricia, guardo silencio, siempre me ha gustado observar la transformación de los rostros producto de la autocomplacencia, la velocidad pendular alcanza su máximo en la altura más baja, recuerdo mis clases de física, voy rápido, me incomodo, le ordeno que pare pero ella responde con una risotada fuera de todo lugar, estoy confundido, la mujer está desquiciada, sus risas se han convertido en carcajadas y ahora mece la hamaca casi con furia, esa fuerza me ha llevado casi a topar con uno de los muros, en la reflexión sé que cuando la velocidad se vuelva cero y alcance la mayor altura, vendrá el movimiento en retroceso impulsado por la fuerza de gravedad sumada a la que imprima la propia Esperanza, seguramente me hará alcanzar el ventanal del muro contrario, asustado le grito que pare, deja de reír y se funde en lo que reconozco un espasmo, es entonces que la veo, el velo, los senos, el pelo, las ojeras, su sensual locura.

La Madonna de Munch te saluda.