Si, al aeropuerto por favor, pego mi rostro al cristal del auto y me
despido de esta ciudad, de la brisa con sal de su malecón, de sus olas enormes
que se estrellan en el Morro, de los otrora cañones que adornan las calles, del
capitolio y su ironía, del Granma, de los mojitos, del Capri y sus mujeres de
traseros erguidos, del Partagras, del Gato Tuerto y sus boleros, del café, de
la Casa de la Música y sus ritmos, de la Casa de las Américas y sus letras, de
las cervezas Cristal y Bucanero, del aromático Cohiba, de las santeras vestidas
de blanco, del Tropicana y sus bailes, del Habana libre y la historia en sus
muros, de la guagua, de la gasolina rica en plomo, de los museos y sus
restauraciones, de la casa Guayasamín con sus Fideles, de las callejuelas y sus
miradas furtivas, de sus olores, de su gente.
Llegamos, mientras espero en la fila, no resisto la tentación de verle el
trasero a una joven que está delante de mi, es hermosa, un taco de ojo no le
hace mal a nadie, decido distraerme en una lectura que cuenta las andanzas del
mafioso Mayer Lansky en esta tierras. Me llaman, documento el equipaje y me
dispongo a matar las tres horas de espera a golpe de recuerdos cercanos, tomo
un asiento y me desparramo, cierro los ojos dispuesto a iniciar un ejercicio de
reflexión y síntesis de la experiencia, lo que habré de recordar por siempre.
Me remonto a mi llegada, mientras esperábamos pasar por migración, un policía
vestido de civil buscaba en la respuesta de unos viejos que solo hablaban
inglés, razones ocultas al placer de solo viajar, me pareció exagerado el
interrogatorio, se trataba de un policía atrapado en los tiempos del recontra
ultra espionaje de la guerra fría.
Recuerdas tu turno frente a la oficial de inmigración, fue ahí, que viste por
primera vez la puerta cerrada, esa que solo se abrió cuando ella verificó que
eras un turista mas, hiciste un comentario que a cualquier otra mujer le
hubiera arrancado una sonrisa, pero la mulata no estaba para bromas, recibiste
un ceño fruncido y una especie de reprimenda como respuesta, de inmediato te
arrepentiste. Mientras te volvías de nuevo un hombre aburrido, llenó un
formulario y dándote una ultima mirada oprimió el botón que te abrió la puerta
a la Habana.
Esperaste tu equipaje, la maleta tardaba en aparecer, no te importaba, estabas
respirando el aire de la tierra de Martí, de Silvio y Pablo, versos y guitarras
que marcaron tu juventud, tierra donde Ernesto alcanzó las alturas de ícono
revolucionario.
Se te antoja un cigarro, los minutos parecen haberse detenido en esta sala de
espera, nunca te han gustado, te meten en un estado de nerviosismo donde el
humo del tabaco es lo único que parece calmarte, volteas y ves un letrero que
prohíbe fumar.
Para tranquilizarte cierras los ojos, recuerdas tus años de juventud, los
debates, cigarros, las críticas al partido dominante, cervezas, las marchas de
apoyo al pueblo nicaragüense en la glorieta de los Insurgentes. Te descubres
suspirando con esa sonrisa del pasado mientras las palabras de Salvador Allende
vienen a tu memoria “Ser joven y no ser revolucionario, una contradicción hasta
biológica”, casi en automático, en voz inaudible repites la cita que no habían
tocado tus labios en décadas, “las dictaduras engendran revoluciones”. Recordando
sombras de la historia ves a Díaz en México, a Pinochet en Chile, a Stroessner
en Paraguay, a Somosa en Nicaragua, a Duvalier en Haití, a Trujillo en
Dominicana, a Noriega en Panamá, todos interpretaron la lección a su manera,
“milicos del mundo, uníos”. Irremediablemente la reflexión te lleva a Fidel, el
sempiterno Fidel.
Vuelves a tu ensueño, te hospedaste en la Habana vieja, cogiste la mochila y
saliste a la calle, después de rechazar a los choferes de taxis que no
entendían tu vicio por caminar te sumergiste en esas calles de edificios
grises, vestidos de hollín y de tiempo, el único color que ostentaban era el de
la ropa tendida al sol de sus ventanas y balcones. La ciudad de las columnas de
Carpentier te recibía, los vitrales de abanico rojos, azules o amarillos con
huesos de plomo o de madera te saludaban, la música en los pequeños rincones te
asaltaba y tú, que siempre has sido un tronco para el baile, te movías
discretamente, provocando la risa de quien te veía, siempre había alguien
observando.
Nunca viste tantos autos clásicos juntos, algunos impecables, de colección en
otras partes del mundo, un collage tecnológico del siglo pasado, carrocería
americana, transmisión alemana, carburador checoeslovaco, suspensión soviética,
los hermanos cubanos se adaptaron al bloqueo del tío Sam y se volvieron los
padres del ingenio, resolvieron las carencias con lo que tenían, lo fabricaron,
lo repararon, lo ajustaron, lo utilizaron.
Caminaste por las calles de una de las primeras ciudades de la conquista, te
preguntas como luciría en aquel tiempo, cuando la poderosa España y su iglesia,
eran dueños de la tierra, de los mares, de los hombres y de las almas de los
hombres.
Cuando llegaste a la plaza de la revolución, un imponente Martí te sonrió… Yo soy un hombre sincero de donde
crece la palma y antes de morirme quiero echar mis versos del alma… Yo vengo de
todas partes y hacia todas partes voy: Arte soy entre las artes y en los montes
monte soy. Guardaste
silencio, a 120 años de su vida, le rendiste homenaje a un hombre que
trascendió su tiempo y su espacio.
Parece que te dormiste, abres los ojos, dos chicas y un joven están frente a
ti, una de ellas es la cubana que te gustó en la fila de documentos, te tocas
el rostro y tratas de ahuyentar al sueño frotándolo con fuerza, sin querer
escuchas su charla, los percibes nerviosos, se preguntan porque tardamos tanto
en salir, la verdad es que estamos a tiempo, una de ellas aprieta el boleto de
avión, como si su futuro dependiera de ello, te das cuenta que por primera vez
salen de la isla.
Mencionan algo de un decreto, si, ahora lo recuerdas, lo leíste casualmente en
el diario oficial, la política para salir de la isla para los cubanos que no
son ni atletas, ni militares, ni diplomáticos, se suavizó. La nueva ley ya no
exige la carta de invitación y tampoco la autorización del estado para salir,
me parece que se requiere una autorización del responsable del centro de
trabajo donde se labora, tiene que ver con el control de la fuga de cerebros,
si, ya recuerdo.
Vuelvo, una de las chicas transmite ansiedad, le sonrío, trato de imaginar la
realidad que está sintiendo, me regresa el gesto, me sostiene la mirada,
estamos así algunos segundos que me parecen eternos, sus ojos verdes son como
imanes que no permiten que me aparte, una capa de humedad les atenúa el brillo,
poco a poco, comienza a llorar, es un llanto silencioso, discreto, las lágrimas
bajan por sus mejillas, aunque
sigue sonriendo denota una profunda congoja, miro su mano, sus nudillos
están blancos, el boleto ha perdido su forma, yo, por mi parte, sigo
hipnotizado en el contacto, las palabras que conozco me abandonan, en un acto
solidario mis ojos se humedecen también, me parece que si… su futuro depende de
ello.
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