sábado, 2 de marzo de 2013

Habana




   Si, al aeropuerto por favor, pego mi rostro al cristal del auto y me despido de esta ciudad, de la brisa con sal de su malecón, de sus olas enormes que se estrellan en el Morro, de los otrora cañones que adornan las calles, del capitolio y su ironía, del Granma, de los mojitos, del Capri y sus mujeres de traseros erguidos, del Partagras, del Gato Tuerto y sus boleros, del café, de la Casa de la Música y sus ritmos, de la Casa de las Américas y sus letras, de las cervezas Cristal y Bucanero, del aromático Cohiba, de las santeras vestidas de blanco, del Tropicana y sus bailes, del Habana libre y la historia en sus muros, de la guagua, de la gasolina rica en plomo, de los museos y sus restauraciones, de la casa Guayasamín con sus Fideles, de las callejuelas y sus miradas furtivas, de sus olores, de su gente.

   Llegamos, mientras espero en la fila, no resisto la tentación de verle el trasero a una joven que está delante de mi, es hermosa, un taco de ojo no le hace mal a nadie, decido distraerme en una lectura que cuenta las andanzas del mafioso Mayer Lansky en esta tierras. Me llaman, documento el equipaje y me dispongo a matar las tres horas de espera a golpe de recuerdos cercanos, tomo un asiento y me desparramo, cierro los ojos dispuesto a iniciar un ejercicio de reflexión y síntesis de la experiencia, lo que habré de recordar por siempre.

   Me remonto a mi llegada, mientras esperábamos pasar por migración, un policía vestido de civil buscaba en la respuesta de unos viejos que solo hablaban inglés, razones ocultas al placer de solo viajar, me pareció exagerado el interrogatorio, se trataba de un policía atrapado en los tiempos del recontra ultra espionaje de la guerra fría.

   Recuerdas tu turno frente a la oficial de inmigración, fue ahí, que viste por primera vez la puerta cerrada, esa que solo se abrió cuando ella verificó que eras un turista mas, hiciste un comentario que a cualquier otra mujer le hubiera arrancado una sonrisa, pero la mulata no estaba para bromas, recibiste un ceño fruncido y una especie de reprimenda como respuesta, de inmediato te arrepentiste. Mientras te volvías de nuevo un hombre aburrido, llenó un formulario y dándote una ultima mirada oprimió el botón que te abrió la puerta a la Habana.

   Esperaste tu equipaje, la maleta tardaba en aparecer, no te importaba, estabas respirando el aire de la tierra de Martí, de Silvio y Pablo, versos y guitarras que marcaron tu juventud, tierra donde Ernesto alcanzó las alturas de ícono revolucionario.

   Se te antoja un cigarro, los minutos parecen haberse detenido en esta sala de espera, nunca te han gustado, te meten en un estado de nerviosismo donde el humo del tabaco es lo único que parece calmarte, volteas y ves un letrero que prohíbe fumar.

   Para tranquilizarte cierras los ojos, recuerdas tus años de juventud, los debates, cigarros, las críticas al partido dominante, cervezas, las marchas de apoyo al pueblo nicaragüense en la glorieta de los Insurgentes. Te descubres suspirando con esa sonrisa del pasado mientras las palabras de Salvador Allende vienen a tu memoria “Ser joven y no ser revolucionario, una contradicción hasta biológica”, casi en automático, en voz inaudible repites la cita que no habían tocado tus labios en décadas, “las dictaduras engendran revoluciones”. Recordando sombras de la historia ves a Díaz en México, a Pinochet en Chile, a Stroessner en Paraguay, a Somosa en Nicaragua, a Duvalier en Haití, a Trujillo en Dominicana, a Noriega en Panamá, todos interpretaron la lección a su manera, “milicos del mundo, uníos”. Irremediablemente la reflexión te lleva a Fidel, el sempiterno Fidel.

   Vuelves a tu ensueño, te hospedaste en la Habana vieja, cogiste la mochila y saliste a la calle, después de rechazar a los choferes de taxis que no entendían tu vicio por caminar te sumergiste en esas calles de edificios grises, vestidos de hollín y de tiempo, el único color que ostentaban era el de la ropa tendida al sol de sus ventanas y balcones. La ciudad de las columnas de Carpentier te recibía, los vitrales de abanico rojos, azules o amarillos con huesos de plomo o de madera te saludaban, la música en los pequeños rincones te asaltaba y tú, que siempre has sido un tronco para el baile, te movías discretamente, provocando la risa de quien te veía, siempre había alguien observando.

   Nunca viste tantos autos clásicos juntos, algunos impecables, de colección en otras partes del mundo, un collage tecnológico del siglo pasado, carrocería americana, transmisión alemana, carburador checoeslovaco, suspensión soviética, los hermanos cubanos se adaptaron al bloqueo del tío Sam y se volvieron los padres del ingenio, resolvieron las carencias con lo que tenían, lo fabricaron, lo repararon, lo ajustaron, lo utilizaron.

   Caminaste por las calles de una de las primeras ciudades de la conquista, te preguntas como luciría en aquel tiempo, cuando la poderosa España y su iglesia, eran dueños de la tierra, de los mares, de los hombres y de las almas de los hombres.                  

   Cuando llegaste a la plaza de la revolución, un imponente Martí te sonrió… Yo soy un hombre sincero de donde crece la palma y antes de morirme quiero echar mis versos del alma… Yo vengo de todas partes y hacia todas partes voy: Arte soy entre las artes y en los montes monte soy. Guardaste silencio, a 120 años de su vida, le rendiste homenaje a un hombre que trascendió su tiempo y su espacio.

   Parece que te dormiste, abres los ojos, dos chicas y un joven están frente a ti, una de ellas es la cubana que te gustó en la fila de documentos, te tocas el rostro y tratas de ahuyentar al sueño frotándolo con fuerza, sin querer escuchas su charla, los percibes nerviosos, se preguntan porque tardamos tanto en salir, la verdad es que estamos a tiempo, una de ellas aprieta el boleto de avión, como si su futuro dependiera de ello, te das cuenta que por primera vez salen de la isla.

   Mencionan algo de un decreto, si, ahora lo recuerdas, lo leíste casualmente en el diario oficial, la política para salir de la isla para los cubanos que no son ni atletas, ni militares, ni diplomáticos, se suavizó. La nueva ley ya no exige la carta de invitación y tampoco la autorización del estado para salir, me parece que se requiere una autorización del responsable del centro de trabajo donde se labora, tiene que ver con el control de la fuga de cerebros, si, ya recuerdo.

   Vuelvo, una de las chicas transmite ansiedad, le sonrío, trato de imaginar la realidad que está sintiendo, me regresa el gesto, me sostiene la mirada, estamos así algunos segundos que me parecen eternos, sus ojos verdes son como imanes que no permiten que me aparte, una capa de humedad les atenúa el brillo, poco a poco, comienza a llorar, es un llanto silencioso, discreto, las lágrimas bajan por sus mejillas, aunque sigue sonriendo denota una profunda congoja, miro su mano, sus nudillos están blancos, el boleto ha perdido su forma, yo, por mi parte, sigo hipnotizado en el contacto, las palabras que conozco me abandonan, en un acto solidario mis ojos se humedecen también, me parece que si… su futuro depende de ello.

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