Milan Kundera
Después de una noche que duró tres días, despiertas, abres
los ojos, confundido te descubres en un camastro, un techo de paja te cobija,
el inconfundible ruido de olas besando una orilla te dice que estás en alguna
playa, aún recostado tratas de recordar que hiciste, como llegaste a este sitio.
Una mujer entra corriendo a la choza, te sonríe y te apura diciendo que el
ritual está por comenzar, enseguida sale a toda prisa dejando todavía más
preguntas en tu mente. Te incorporas, descubres una botella de agua y la apuras
con avidez, al primer trago sientes como quema tu garganta y esófago, demasiado
tarde, es una especie de mezcal que te descompone volviendo a la sed lo menos
importante en este momento, sales a la luz, una lluvia de fotones te recibe
mientras tus ojos tardan un momento en acostumbrarse al cambio, aunque siempre
lo logras, reflexionas, adaptarte al cambio.
La imagen es increíble, un inconfundible verde turquesa te
dice que estás en el Caribe, la brisa de la mañana acaricia tu rostro, respiras
hondo, llenas tus pulmones de ese aire salado que te hace tanto bien, cierras los
ojos para concentrarte en las sensaciones que tus pies transmiten mientras se hunden en la arena,
ahora te fijas en los sonidos, escuchas con atención, mides el tiempo pretendiendo
encontrar la frecuencia escondida en el oleaje, realizas algunos cálculos y
determinas un rango que consideras aceptable, tu formación siempre te ha
impuesto estos ejercicios; recuerdas un personaje de Asimov que se entretenía
planteando las ecuaciones diferenciales de los cuerpos en movimiento,
definitivamente no llegas a tanto; una brisa te acaricia, abres los brazos, los
labios, la reconoces y saludas con una sonrisa, se trata de la hija del viento,
tu amigo.
Un grito te trae de vuelta, la mujer de la choza te hace
señas para que te acerques, caminas, descubres un gran domo blanco, un Temazcal
enorme, el más grande que has visto en tu vida adornado con una serpiente
emplumada, México lindo, un hombre con el pelo larguísimo te da un abrazo
fuerte, gracias por estar acá vagabundo, te dice, asientes sin saber de quien
se trata, maldita memoria; mientras esperas, tratas de recordar cómo has
llegado a este sitio, la vista del mar a través de las palmeras es maravillosa,
te hipnotiza y decides llevártela en uno más de tus recuerdos de vida, aquellos
que habrás de nombrar la noche que te despidas, unas volutas de humo te sacan
del trance, hay una gran fogata que otro muchacho atiza con una pala.
El ritual comienza pidiendo sabiduría
a Quetzalcóatl hacia el Oriente, volteamos
al Poniente y nos dirigimos a Xipe Totec solicitando recibir y dar amor, al Norte
invocamos a Tezcatlipoca buscando la inteligencia para reconocernos y hacia el Sur
llamamos a Huitzilopochtli para que nos ayude a desarrollar nuestra voluntad en
armonía con la voluntad divina. Asumes el rito con toda seriedad, por
algo estás acá, no hay casualidades, te repites. El guía explica la forma de
entrar, caminaremos rodeando el temazcal hacia la derecha, entraremos por la
pequeña puerta y dentro caminaremos ahora hacia la izquierda hasta completar otro
circulo completo, entendido, si, contestamos, emularemos el símbolo del
infinito regresando al vientre materno, el común a todos los hombres, sin
importar culturas o religiones, posiciones sociales o creencias, el vientre de la
tierra, nuestra madre.
Soy el primero en entrar, la puerta es pequeña, el abdomen
no me permite hacerlo en cuclillas de modo que lo hago gateando, las piedrillas
del suelo me lastiman, hago el círculo interior y busco sentarme cerca del hoyo
del centro delimitado por piedras, como nos pidieron, observo como entran el
resto de las personas, 4 hombres y tres mujeres, todos toman su sitio, el guía
nos dice que esta mañana haremos una puerta por cada uno de nosotros, también
dice que compartirá un conocimiento que aprendió de sus padres y ellos de los
suyos y así sucesivamente hasta el inicio de los tiempos. Nos pide que
mantengamos la menta abierta, libre de prejuicios, que tratemos de sentir y
dejemos de pensar, nos presenta a quienes llama sus águilas de fuego, el chico
que estaba en la fogata y una mujer de cabello rubio que físicamente responde a
patrones nórdicos.
El águila varón entra con una cubeta llena de piedras que se
perciben muy calientes, en ese momento, siguiendo al guía comenzamos un cántico
“Bienvenidas, bienvenidas, abuelitas de la antigüedad”, el muchacho deposita
las piedras en el ombligo del temazcal, se retira y ahora quien entra es la
chica con otra carga similar después de lo cual sella la entrada de luz, lo que
nos lleva a una oscuridad casi total, solo el centro arroja algunos destellos
producto de la incandescencia, dejamos de cantar, ahora nos pide relajarnos mientras
diversos aromas inundan el ambiente - estamos aquí quienes tenemos que estar,
bienvenidos hermanos, bienvenidos a casa, limpiaremos nuestro cuerpo y nuestro espíritu,
estamos seguros, en paz, en el vientre de la tierra, nuestra madre, aquí todos
somos iguales, no importa de dónde vengamos ni nuestras posesiones, todos somos
hijos de la tierra, venimos a purificarnos, a dejar lo malo, a renacer como
mejores personas.
El espacio se llena de vapor, alguien ha vertido agua sobre
las piedras, comienzas a sudar copiosamente, sientes como tu cuerpo de agua se
desprende del de carne en muchas pequeñas gotas, resbalan formando caminos caprichosos
a través de los montes, valles, cicatrices, tatuajes y vellos que forman tu
cuerpo. Los cánticos sobrevienen, uno tras otro, los sigues, concentrado, tus
sentidos atentos, alertas, sin querer perderse un solo detalle de la
experiencia, como si cada uno de ellos tuviera voluntad propia y al tomar
preponderancia en la percepción del mundo, estuvieran jubilosos. Las piedras
calientes siguen entrando, ocho puertas, ocho recargas, ocho nacimientos.
Permiso para hablar, Concedido, el tiempo de las confesiones
ha llegado, de tirar lo malo al fuego, de lanzarlo a las abuelitas que con su
sabiduría sabrán que hacer, de quitarnos el lastre de las acciones vergonzosas
mediante una confesión pública, de reconocer, de arrepentirnos, de aprender,
Jop.
Permiso para hablar, Concedido, agradeces al guía y a sus
águilas la experiencia, agradeces a tus hermanos su compañía, comprometes tus
acciones futuras con la tierra de testigo, escuchas el tono de tu voz, te suena
distinta, es la voz de mis entrañas, piensas, Jop.
El momento de renacer ha llegado, gritamos con todas
nuestras fuerzas, mientras se abre la puerta de luz, salimos, ahora eres el
último, estás cansado, calculas que las ocho puertas se han llevado poco más de
tres horas, definitivamente estás deshidratado, piensas en lo bien que te
caería una cerveza fría, te pones de nueva cuenta a gatas, por alguna razón te
duelen muchísimo las rodillas, te levantas, intentarás pasar de cuclillas, te
sujetas del marco de la pequeña puerta mientras flexionas tus piernas ausentes
de fuerza, algo que no calculaste, al intentar dar el primer paso, pierdes el
equilibrio, te vas hacia un lado, alcanzas a recomponer pero ahora te vas hacia
atrás, no hay retorno, el ombligo del temazcal te recibe.
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