Para ser realmente
grande, hay que estar con la gente, no por encima de ella
Charles Louis de
Secondat – Montesquieu
Para Manuel Alanis
Llegas al restaurante, uno oriental cuyo nombre no recuerdas
en algún lugar del sur de la moderna Tenochtitlan, te dice quién te recibe que
tu grupo se reunirá en el segundo piso, subes las escaleras y en el descanso te
encuentras con un monumental Samurai con piel de bronce, te impacta, lo
observas, el detalle de sus ojos y manos es sobresaliente, está parado sobre
una de sus piernas y el efecto de equilibrio que transmite es muy bueno. Tratas
de imaginar cómo fue su proceso de creación, el boceto del artista, el modelado
con el detalle necesario para volverlo casi real, la cobertura de yeso, la impregnación
de cera, el vaciado del metal, el pulido hasta llegar a la conclusión de la
obra, no sé cuánto tiempo he estado aquí, en ocasiones veo lo que pienso aunque
no siempre pienso lo que veo, Cortazar?
Comienzan los tragos, tu pides una cerveza, la modelo
especial de siempre, clara, fría, rechazas el vaso aunque violes algunas
reglas, el estar entre amigos o entre desconocidos te da ese privilegio,
limpias el pico, le retiras con cuidado esa envoltura de papel metálico y das
un trago firme.
Estás contento, rodeado de camaradas, has visto en una de
las mesas un reconocimiento para Manuel, entiendes que esta comida será el
pretexto para su entrega.
Mientras degustas tu cerveza, observas a quienes te rodean, todos
te han acompañado en tu camino profesional. Inconscientemente viajas a los
primeros años de tu carrera, cuando la arrogancia de la juventud era tu fiel
compañera, suspiras. En tus recuerdos entras a aquella sala de operación del sistema
eléctrico del Área Norte, espacio apreciado por los Operadores del Sistema,
donde las decisiones en tiempo real se vuelven adictivas, donde la diversidad
del trabajo era lo que lo hacía atractivo y donde el mayor reto era estar
preparado para la peor contingencia.
Cuidar el detalle técnico de la operación era lo que la
volvía digamos… elegante.
Pides otra cerveza mientras rechazas un taco de Pato que te
ofrecen, soy vegetariano murmuras, alguien te pregunta el porqué, pregúntale al pato, respondes.
Nuestro Director General toma la palabra y platica del
motivo de la celebración, menciona a los amigos que se jubilan y nos cuenta algún
aspecto de su relación con cada uno de ellos, hay un silencio solemne en la
sala, casi todos pensamos en la jubilación como en una despedida y ese
inconsciente nos vuelve más emocionales.
Pasan a recibir sus reconocimientos Jesús, Gilberto,
Gustavo, Héctor y finalmente Manuel, mientras Enrique da lectura, a nombre de
todos nosotros, a este último reconocimiento, te pide que pases al frente para
recibirlo, surge un aplauso fuerte y sincero.
Nos platicas tus primeros años en la compañía, como
conociste a algunos de nosotros y compartes anécdotas que guardas en tu
memoria, las cuentas con esa sencillez y calidad humana que te caracterizan,
mientras hablas, hurgo en esos espacios que solo yo conozco llenos de enlaces
sinápticos y te encuentro, en la sala de operación, en reuniones de trabajo, en
comidas, en bares, pateando el balón, en congresos, en la presa, en debates, en
proyectos, en restablecimientos, en consejos; otro aplauso fuerte me regresa,
todos se incorporan para felicitarte, a medida que espero mi turno me congratulo
de haber tenido el privilegio de conocerte y cuando te doy un abrazo, las
palabras que esperaba expresar escapan a mi garganta y solo alcanzo a balbucear
lo orgulloso que todos estamos de ti.
La compañía es espléndida y la confianza de estar entre amigos
nos lleva a los excesos, los Bailey´s en las rocas se multiplican a medida que
transcurre el tiempo, en algún momento alguien pide un taxi y decides irte también,
mientras bajas las escaleras, el Samurai parece observarte fijamente, descubres
un brillo en su mirada que te provoca una descarga de adrenalina, avanzas otro
escalón aunque más lentamente, con cuidado, la hoja de su sable emite un
reflejo con el cambio de perspectiva, Nacho, que viene detrás de ti tropieza y
te empuja hacia la mole de bronce, lo golpeas, con el empellón rompes lo que
los ingenieros llamamos “equilibrio críticamente estable” el muro que se
encuentra detrás evita su caída pero el rebote es todo tuyo, el bronce te
pertenece mientras rueda contigo escaleras abajo en ese lugar… enemigo de los
patos.