jueves, 27 de noviembre de 2014

Jubilación



Para ser realmente grande, hay que estar con la gente, no por encima de ella
Charles Louis de Secondat – Montesquieu

                Para Manuel Alanis

   Llegas al restaurante, uno oriental cuyo nombre no recuerdas en algún lugar del sur de la moderna Tenochtitlan, te dice quién te recibe que tu grupo se reunirá en el segundo piso, subes las escaleras y en el descanso te encuentras con un monumental Samurai con piel de bronce, te impacta, lo observas, el detalle de sus ojos y manos es sobresaliente, está parado sobre una de sus piernas y el efecto de equilibrio que transmite es muy bueno. Tratas de imaginar cómo fue su proceso de creación, el boceto del artista, el modelado con el detalle necesario para volverlo casi real, la cobertura de yeso, la impregnación de cera, el vaciado del metal, el pulido hasta llegar a la conclusión de la obra, no sé cuánto tiempo he estado aquí, en ocasiones veo lo que pienso aunque no siempre pienso lo que veo, Cortazar?

   Comienzan los tragos, tu pides una cerveza, la modelo especial de siempre, clara, fría, rechazas el vaso aunque violes algunas reglas, el estar entre amigos o entre desconocidos te da ese privilegio, limpias el pico, le retiras con cuidado esa envoltura de papel metálico y das un trago firme.
Estás contento, rodeado de camaradas, has visto en una de las mesas un reconocimiento para Manuel, entiendes que esta comida será el pretexto para su entrega.

   Mientras degustas tu cerveza, observas a quienes te rodean, todos te han acompañado en tu camino profesional. Inconscientemente viajas a los primeros años de tu carrera, cuando la arrogancia de la juventud era tu fiel compañera, suspiras. En tus recuerdos entras a aquella sala de operación del sistema eléctrico del Área Norte, espacio apreciado por los Operadores del Sistema, donde las decisiones en tiempo real se vuelven adictivas, donde la diversidad del trabajo era lo que lo hacía atractivo y donde el mayor reto era estar preparado para la peor contingencia.

   Cuidar el detalle técnico de la operación era lo que la volvía digamos… elegante.

   Pides otra cerveza mientras rechazas un taco de Pato que te ofrecen, soy vegetariano murmuras, alguien te pregunta el porqué,  pregúntale al pato, respondes.
Nuestro Director General toma la palabra y platica del motivo de la celebración, menciona a los amigos que se jubilan y nos cuenta algún aspecto de su relación con cada uno de ellos, hay un silencio solemne en la sala, casi todos pensamos en la jubilación como en una despedida y ese inconsciente nos vuelve más emocionales.

   Pasan a recibir sus reconocimientos Jesús, Gilberto, Gustavo, Héctor y finalmente Manuel, mientras Enrique da lectura, a nombre de todos nosotros, a este último reconocimiento, te pide que pases al frente para recibirlo, surge un aplauso fuerte y sincero.

   Nos platicas tus primeros años en la compañía, como conociste a algunos de nosotros y compartes anécdotas que guardas en tu memoria, las cuentas con esa sencillez y calidad humana que te caracterizan, mientras hablas, hurgo en esos espacios que solo yo conozco llenos de enlaces sinápticos y te encuentro, en la sala de operación, en reuniones de trabajo, en comidas, en bares, pateando el balón, en congresos, en la presa, en debates, en proyectos, en restablecimientos, en consejos; otro aplauso fuerte me regresa, todos se incorporan para felicitarte, a medida que espero mi turno me congratulo de haber tenido el privilegio de conocerte y cuando te doy un abrazo, las palabras que esperaba expresar escapan a mi garganta y solo alcanzo a balbucear lo orgulloso que todos estamos de ti.


   La compañía es espléndida y la confianza de estar entre amigos nos lleva a los excesos, los Bailey´s en las rocas se multiplican a medida que transcurre el tiempo, en algún momento alguien pide un taxi y decides irte también, mientras bajas las escaleras, el Samurai parece observarte fijamente, descubres un brillo en su mirada que te provoca una descarga de adrenalina, avanzas otro escalón aunque más lentamente, con cuidado, la hoja de su sable emite un reflejo con el cambio de perspectiva, Nacho, que viene detrás de ti tropieza y te empuja hacia la mole de bronce, lo golpeas, con el empellón rompes lo que los ingenieros llamamos “equilibrio críticamente estable” el muro que se encuentra detrás evita su caída pero el rebote es todo tuyo, el bronce te pertenece mientras rueda contigo escaleras abajo en ese lugar… enemigo de los patos.

domingo, 2 de noviembre de 2014

16th Street


                                                                                                                         Para Nemorio

Mañana regresas, esta es tu última noche y aunque estás cansado, piensas aprovecharla, te despides de tus nuevos amigos y fiel a tu costumbre  decides recorrer las calles de esta ciudad por tu cuenta. Una ciudad que es más que calles, parques y edificios, museos y esculturas, la ciudad que te interesa conocer es la que vive en su gente, la que se manifiesta en sus costumbres, en sus ritos, en sus comportamientos, en sus historias. Cuando cruzas la puerta del hotel, el portero te pregunta si saldrás solo, le dices que sí, te avienta un discurso en un inglés cargado de hindú que no alcanzas a entender, le sonríes y te despides.

Mientras caminas, enciendes un cigarrillo y bajas el ritmo, el caminar despacio y concentrarte en percibir todos los detalles que puedas en tu trayecto es un ejercicio que ejecutas con frecuencia, especialmente en lugares que no conoces, el frío de otoño te da la bienvenida.
Entras en un sitio que anuncia Jazz en vivo, le pides a la chica una cerveza, tomas asiento en un rincón a lado de una pareja y cierras los ojos dando todo el poder de la percepción al sentido del oído.
Una rola cuasieterna te mantuvo fuera de este mundo, agradeces en el alma la improvisación que te tocó atestiguar y le sonríes en la oscuridad a tu mujer quien no necesita estar contigo para acompañarte.

En algún momento la chica te sirvió tu cerveza, desapareces el contenido del tarro en 20 segundos y prometes comprar la playera que viste por la mañana con la sentencia “No soy un alcohólico, soy un borracho, los alcohólicos van a reuniones”.

La trompeta te acaricia suavemente, a ti y a todo el recinto, una de las bondades de la música es su capacidad de sintonizar espíritus, sin importar sexos, culturas o edades, observas la pista de baile donde algunas parejas mueven sus cuerpos al ritmo que marca el sensual  saxofón, despacio, sin prisas, desinhibidos, bien, no puedes reprimir un gesto de sorpresa cuando te percatas como en cierto momento dos parejas intercambian y siguen fajando, él con él, ella con ella.

El aire frío de Denver te recibe nuevamente, golpea tu rostro mientras caminas por la calle 16 de regreso al hotel, lo haces despacio como te gusta, observas, descubres sombras que se deslizan al cobijo de los intersticios de los edificios que como tú, también observan, con ojos acostumbrados a la ausencia de  luz, homeless que buscan tomar de la noche lo que sea, lo que se pueda.

El frío de la madrugada comienza a calar, tu cabeza sin cabello es un sensor que te pide apurar el paso y olvidarte del proceso de observación, te faltan como diez cuadras, recuerdas aquellos textos Chamánicos que leíste de Carlos Castaneda hace algunos años y decides realizar un ejercicio que Don Juan, el personaje principal puso a sus pupilos; emprender una caminata de poder para meterle un poco de onda al regreso; te prometes caminar firme y decididamente, como si tuvieras prisa, al menos una cuadra con los ojos cerrados, confiando solo en tu instinto y en la guía que te pudieran dar las energías del entorno para no chocar con algún poste, hidrante, arbusto o banca de esta calle, estudias la cuadra que te reta silenciosa, visualizas los próximos metros y te programas para cambiar levemente tu dirección en el momento preciso para evitar la farola que se interpone en tu camino, acoges el reto, sabes como muchas otras veces que has llegado al punto sin retorno donde tienes que ejecutar la idea, das tres bocanadas sonoras de ese aire frío que te despabila, cierras los ojos y con firmeza, casi con fiereza comienzas tu recorrido.

Tropiezas con algo, escuchas un grito ahogado y por poco caes de bruces, instintivamente abres los ojos, una mujer que dormía te grita en un idioma que no entiendes, balbuceas repetidamente un  “I´m sorry, I´m sorry” que solo parece irritar más a la vieja, sacas tu cartera buscando resarcir de alguna manera el daño pero alguien te la arrebata, tu visa americana va en ella, piensas, entonces percibes más sombras, mimetizadas en los edificios, que se acercan, el frío desaparece, te acorralan, surgen de los resquicios, dispuestas a tomar de la noche lo que sea, lo que se pueda.