domingo, 2 de noviembre de 2014

16th Street


                                                                                                                         Para Nemorio

Mañana regresas, esta es tu última noche y aunque estás cansado, piensas aprovecharla, te despides de tus nuevos amigos y fiel a tu costumbre  decides recorrer las calles de esta ciudad por tu cuenta. Una ciudad que es más que calles, parques y edificios, museos y esculturas, la ciudad que te interesa conocer es la que vive en su gente, la que se manifiesta en sus costumbres, en sus ritos, en sus comportamientos, en sus historias. Cuando cruzas la puerta del hotel, el portero te pregunta si saldrás solo, le dices que sí, te avienta un discurso en un inglés cargado de hindú que no alcanzas a entender, le sonríes y te despides.

Mientras caminas, enciendes un cigarrillo y bajas el ritmo, el caminar despacio y concentrarte en percibir todos los detalles que puedas en tu trayecto es un ejercicio que ejecutas con frecuencia, especialmente en lugares que no conoces, el frío de otoño te da la bienvenida.
Entras en un sitio que anuncia Jazz en vivo, le pides a la chica una cerveza, tomas asiento en un rincón a lado de una pareja y cierras los ojos dando todo el poder de la percepción al sentido del oído.
Una rola cuasieterna te mantuvo fuera de este mundo, agradeces en el alma la improvisación que te tocó atestiguar y le sonríes en la oscuridad a tu mujer quien no necesita estar contigo para acompañarte.

En algún momento la chica te sirvió tu cerveza, desapareces el contenido del tarro en 20 segundos y prometes comprar la playera que viste por la mañana con la sentencia “No soy un alcohólico, soy un borracho, los alcohólicos van a reuniones”.

La trompeta te acaricia suavemente, a ti y a todo el recinto, una de las bondades de la música es su capacidad de sintonizar espíritus, sin importar sexos, culturas o edades, observas la pista de baile donde algunas parejas mueven sus cuerpos al ritmo que marca el sensual  saxofón, despacio, sin prisas, desinhibidos, bien, no puedes reprimir un gesto de sorpresa cuando te percatas como en cierto momento dos parejas intercambian y siguen fajando, él con él, ella con ella.

El aire frío de Denver te recibe nuevamente, golpea tu rostro mientras caminas por la calle 16 de regreso al hotel, lo haces despacio como te gusta, observas, descubres sombras que se deslizan al cobijo de los intersticios de los edificios que como tú, también observan, con ojos acostumbrados a la ausencia de  luz, homeless que buscan tomar de la noche lo que sea, lo que se pueda.

El frío de la madrugada comienza a calar, tu cabeza sin cabello es un sensor que te pide apurar el paso y olvidarte del proceso de observación, te faltan como diez cuadras, recuerdas aquellos textos Chamánicos que leíste de Carlos Castaneda hace algunos años y decides realizar un ejercicio que Don Juan, el personaje principal puso a sus pupilos; emprender una caminata de poder para meterle un poco de onda al regreso; te prometes caminar firme y decididamente, como si tuvieras prisa, al menos una cuadra con los ojos cerrados, confiando solo en tu instinto y en la guía que te pudieran dar las energías del entorno para no chocar con algún poste, hidrante, arbusto o banca de esta calle, estudias la cuadra que te reta silenciosa, visualizas los próximos metros y te programas para cambiar levemente tu dirección en el momento preciso para evitar la farola que se interpone en tu camino, acoges el reto, sabes como muchas otras veces que has llegado al punto sin retorno donde tienes que ejecutar la idea, das tres bocanadas sonoras de ese aire frío que te despabila, cierras los ojos y con firmeza, casi con fiereza comienzas tu recorrido.

Tropiezas con algo, escuchas un grito ahogado y por poco caes de bruces, instintivamente abres los ojos, una mujer que dormía te grita en un idioma que no entiendes, balbuceas repetidamente un  “I´m sorry, I´m sorry” que solo parece irritar más a la vieja, sacas tu cartera buscando resarcir de alguna manera el daño pero alguien te la arrebata, tu visa americana va en ella, piensas, entonces percibes más sombras, mimetizadas en los edificios, que se acercan, el frío desaparece, te acorralan, surgen de los resquicios, dispuestas a tomar de la noche lo que sea, lo que se pueda.

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