Para Nemorio
Mañana regresas, esta es tu última noche y aunque estás cansado, piensas aprovecharla, te despides de tus nuevos amigos y fiel a tu costumbre decides recorrer las calles de esta ciudad por tu cuenta. Una ciudad que es más que calles, parques y edificios, museos y esculturas, la ciudad que te interesa conocer es la que vive en su gente, la que se manifiesta en sus costumbres, en sus ritos, en sus comportamientos, en sus historias. Cuando cruzas la puerta del hotel, el portero te pregunta si saldrás solo, le dices que sí, te avienta un discurso en un inglés cargado de hindú que no alcanzas a entender, le sonríes y te despides.
Mañana regresas, esta es tu última noche y aunque estás cansado, piensas aprovecharla, te despides de tus nuevos amigos y fiel a tu costumbre decides recorrer las calles de esta ciudad por tu cuenta. Una ciudad que es más que calles, parques y edificios, museos y esculturas, la ciudad que te interesa conocer es la que vive en su gente, la que se manifiesta en sus costumbres, en sus ritos, en sus comportamientos, en sus historias. Cuando cruzas la puerta del hotel, el portero te pregunta si saldrás solo, le dices que sí, te avienta un discurso en un inglés cargado de hindú que no alcanzas a entender, le sonríes y te despides.
Mientras caminas, enciendes un cigarrillo y bajas el ritmo,
el caminar despacio y concentrarte en percibir todos los detalles que puedas en
tu trayecto es un ejercicio que ejecutas con frecuencia, especialmente en
lugares que no conoces, el frío de otoño te da la bienvenida.
Entras en un sitio que anuncia Jazz en vivo, le pides a la
chica una cerveza, tomas asiento en un rincón a lado de una pareja y cierras
los ojos dando todo el poder de la percepción al sentido del oído.
Una rola cuasieterna te mantuvo fuera de este mundo,
agradeces en el alma la improvisación que te tocó atestiguar y le sonríes en la
oscuridad a tu mujer quien no necesita estar contigo para acompañarte.
En algún momento la chica te sirvió tu cerveza, desapareces el
contenido del tarro en 20 segundos y prometes comprar la playera que viste por
la mañana con la sentencia “No soy un alcohólico, soy un borracho, los alcohólicos van a reuniones”.
La trompeta te acaricia suavemente, a ti y a todo el
recinto, una de las bondades de la música es su capacidad de sintonizar espíritus,
sin importar sexos, culturas o edades, observas la pista de baile donde algunas
parejas mueven sus cuerpos al ritmo que marca el sensual saxofón, despacio, sin prisas, desinhibidos, bien,
no puedes reprimir un gesto de sorpresa cuando te percatas como en cierto
momento dos parejas intercambian y siguen fajando, él con él, ella con ella.
El aire frío de Denver te recibe nuevamente, golpea tu
rostro mientras caminas por la calle 16 de regreso al hotel, lo haces despacio
como te gusta, observas, descubres sombras que se deslizan al cobijo de los
intersticios de los edificios que como tú, también observan, con ojos
acostumbrados a la ausencia de luz, homeless que buscan tomar de la noche lo
que sea, lo que se pueda.
El frío de la madrugada comienza a calar, tu cabeza sin
cabello es un sensor que te pide apurar el paso y olvidarte del proceso de
observación, te faltan como diez cuadras, recuerdas aquellos textos Chamánicos
que leíste de Carlos Castaneda hace algunos años y decides realizar un
ejercicio que Don Juan, el personaje principal puso a sus pupilos; emprender una
caminata de poder para meterle un poco de onda al regreso; te prometes caminar
firme y decididamente, como si tuvieras prisa, al menos una cuadra con los ojos
cerrados, confiando solo en tu instinto y en la guía que te pudieran dar las
energías del entorno para no chocar con algún poste, hidrante, arbusto o banca
de esta calle, estudias la cuadra que te reta silenciosa, visualizas los
próximos metros y te programas para cambiar levemente tu dirección en el
momento preciso para evitar la farola que se interpone en tu camino, acoges el
reto, sabes como muchas otras veces que has llegado al punto sin retorno donde
tienes que ejecutar la idea, das tres bocanadas sonoras de ese aire frío que te
despabila, cierras los ojos y con firmeza, casi con fiereza comienzas tu
recorrido.
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