Vivir es lo más raro de este mundo, pues la mayor parte de los hombres no hacemos otra cosa que existir.
Oscar Wilde
La carne, los tragos, la compañía, inmejorable, llegas a casa, te recuestas, intentas una lectura que no te atrapa, la gastritis te recuerda que todo exceso cobra sus facturas; dos horas después, ante la imposibilidad de conciliar el sueño, te incorporas, te sirves un coctel de bicarbonato y omeprazol para calmar de una vez por todas el ardor en tu garganta, esófago y estómago.
Son las 3 o 4, realmente tarde si tienes que checar a las 8 en la rutina de tu vida, no importa, ya dormirás, sientes ganas de tocar el aire, te vistes y coges tus llaves.
Cobijado por una noche de luna nueva, la sacas a escondidas, en silencio, como si se tratara de una amante prohibida, casada, con hijos, buscas en su alforja, encuentras un trapo, retiras el polvo de su tanque, de sus espejos y direccionales, acaricias su escape pretendiendo que brille en una noche obscura. Descubres una silueta en la ventana del vecino, se ha de preguntar que haces a esta hora, no sabe que antes de montarla siempre la acaricias, es como un rito que practicas desde que la conoces, en el que platicas tus cosas, le compartes tus sentires antes de volverse uno y acompañarse.
La enciendes, el suave ronroneo de los días se vuelve casi una estridencia a estas horas, te calzas los guantes y los lentes, metes primera y suavemente te adentras en la noche de tu día. Descubres en el retrovisor la silueta del vecino que te sigue, volviéndose cada vez mas pequeña.
Te gusta la noche, te atrae, desde niño, sus sonidos, sus misterios, sus historias, que algunas veces haz hecho tuyas, la luz incierta de la máquina no te permite ver los detalles del camino, no importa el hecho, te sientes un tanto a la deriva, te gusta, confías en tus instintos, a veces piensas que la máquina también tiene los suyos, en mas de una ocasión te has descubierto virando sin motivo para un segundo después pasar a lado de una coladera sin tapa, de esas que le roban al municipio por montones y que ninguna autoridad se le ocurre ir a buscar con los chatarreros, te sientes, guardando proporciones, como aquellas carreras de poder que los personajes de Castaneda emprendían en su aprendizaje del chamanismo en noches negras.
Llegas al periférico, el tráfico a esta hora es casi en su totalidad de carga pesada, 90, 100, aceleras y rebasas uno, dos autos, 120, 130, dejas de observar el velocímetro para atender lo que puedas del camino y de los almas hermanas.
La sientes vibrante, caliente, el poder de 1200 centímetros cúbicos entre tus piernas, sin connotaciones sexuales por supuesto, te inclinas un poco para cortar el aire, subes un puente y percibes una parte de Torreón notablemente iluminada, con la velocidad, los puntos de luz dejan de serlo al adquirir un movimiento uniforme, coherente, casi sinfónico, todo es relativo. El viento acaricia tu cara, se mete por los huecos de la chamarra y queda atrapado en tu espalda, te sientes bien, libre, vivo, hay quienes viven su vida a cada momento, otros solo existen.
Aceleras, la adrenalina es un magnífico estimulante, adictivo dicen algunos, intentas rebasar a un Jetta negro, el conductor, al sentirte a su lado no lo permite y hunde su pie en el pedal derecho, siguen así 10, 15 segundos, los dos empecinados en llegar primero a cualquier lado, no importa, volteas un instante y sus miradas se cruzan, es una chica, te sorprendes, su reacción es muy de varones compitiendo, suben otro puente, 20, 30 segundos, el Jetta sigue a tu diestra, lo cruzan y se topan con una curva derecha, aceleras a tope, cuando sales de ella te encuentras con dos autos que bloquean la ruta, sueltas el acelerador, haces un cambio y frenas atrás y adelante, escuchas el chirrido del Jetta haciendo lo propio, percibes el olor a hule quemado producto de la fricción de las balatas y llantas con el asfalto, recuerdas el concepto de Inercia, las leyes físicas son inamovibles, inmisericordes, por algo las creó Dios, cierras los ojos.