sábado, 14 de abril de 2012

Sosa




En la lucha entre uno y el mundo, hay que estar de parte del mundo
Franz kafka



Te despiertas, un casi extraño te regresa la mirada frente al espejo, a pesar de lo irónico que le pueda sonar a tu calvicie, estas despeinado, los cabellos de tu diestra, se encuentran aplastados en comparación con los de la siniestra, la barba de cinco días te da un aspecto cansado, parece que el whisky te pasa su factura, terminas pagando los tragos por partida doble, con plata y salud, a tus ojos parece cubrirlos una capa de humedad que te dificulta el enfoque, principalmente el de tu vida, decides bañarte, retirarte los olores del Cohiba, quitarte el aroma de una mujer cuyo rostro has olvidado y cuyo nombre solo habrás de recordar si ella lo menciona, abres la fría, que otra se puede abrir en una mañana de 33 grados en el Norte de México, en medio de una de las sequias más crudas de la historia.

Vuelves al espejo, aunque te has refrescado te sigues viendo jodido, las crudas arriba de los 50 tienen un efecto devastador, te vistes con uno de tus pantalones peruanos que tanto te gustan y cualquiera de tus playeras negras, esas te gustan todas, cada una encierra una historia, un sitio, una circunstancia, un concierto, una mujer.

Tomas un pan y un vaso de leche, te dan nauseas, vomitas, te metes un enjuague bucal y su sabor llama a las arcadas de nuevo, lo que necesitas es una cerveza, te enfilas a La Sevillana, el bar de Víctor, por alguna razón tienes la esperanza de que esté abierto y que tengan algo de la paella que prepara Josué, con una cerveza claro, a eso vas.

Almuerzas, te sientes un poco mejor aunque te sigas viendo del carajo, decides visitar al señor Sosa, el viejo tiene toda su vida peluqueando a los hombres de La Laguna, te gusta visitarlo y escuchar sus historias.

Hace pasar su máquina por tu cabeza, recorta todos tus cabellos dejándolos más o menos del mismo tamaño, te preguntas cuando le pedirás que finalmente te rasure el cráneo, no te decides porque sabes que será como casarse con la navaja, deberás amarla a tiempos regulares, incorporarás a tu vida una nueva rutina que probablemente habrás de odiar, como te ha pasado tantas veces. Decides que aún no ha llegado ese momento.

Se dispone a lavar tu cabeza, ajusta la temperatura, te recuesta, te masajea,  como siempre cierras los ojos, te duermes uno o dos minutos, te despiertas de ese micro sueño breve y reparador, cuando una brocha de cerdas suaves pinta tu cara de espuma, la distribuye en todos los espacios que se habrán de limpiar, con sus dedos alcanza la piel entre tu labio inferior y el candado de tu barba, llegando a aquellos sitios donde la brocha no funciona. Pone sobre tu rostro una toalla caliente, das un respingo mientras las manos del peluquero la sostienen con firmeza, sientes tu cara roja, imaginas la dilatación de tus poros como abriéndose a la vida, soltando un poco las ataduras del rostro. Retira la toalla solo para poner de nueva cuenta otra más que ya tenía preparada, el choque térmico en esta ocasión es menor por lo que tu piel no protesta y terminas por relajarte, retira la toalla y sientes como la navaja se resbala por tus mejillas hasta llegar a la frontera de tu cuello retirando la espuma, recuerdas tu reflejo de la mañana, esperas haberlo ayudado un poco.




Cierre 1

El maestro se concentra en tu candado, busca la simetría que los cánones dictan, pasea la navaja por tu cuello, sube y baja con extremo cuidado, sabe que tiene literalmente tu vida en sus manos, por fin termina, te lava en alcohol, sientes el ardor en tu rostro y reflexionas que en ocasiones no es tan perjudicial, te levantas, pasas tu mano sobre tu cara, te gusta sentir la piel suave, tersa, es una sensación que disfrutas, sabes que algún día dejarás de hacerlo, cuando los años pesen lo suficiente sobre tu rostro o tus dedos, te observas al espejo, eres el mismo pero diferente hombre del reflejo matutino, tu cabello está arreglado, tu barba se ha recuperado, la capa de tus ojos definitivamente se ha ido y te permite ver mundo mejor, ha llegado el tiempo de enfocar.



Cierre 2


El maestro se concentra en tu candado, busca la simetría que los cánones dictan, pasea la navaja por tu cuello,  sube y baja con extremo cuidado. Una detonación que proviene de la calle nos hace brincar a todos, parece que algún malo lanzó una granada a una patrulla, se rompieron algunos cristales, la gente sale a ver qué pasa, te incorporas, ves que el señor Sosa te observa asustado, está manchado de rojo, tu primer pensamiento es que lo ha alcanzado alguna esquirla, te fijas en su mano y navaja, están cubiertas de sangre, entonces entiendes, algo caliente te brota del cuello, a tus ojos parece cubrirlos una capa de humedad que te dificulta el enfoque, estas mareado.




viernes, 6 de abril de 2012

El Chalten


O God! that one might read the book of fate
Shakespeare, King Henry IV, part II


Por fin llegas a Calafate, después de 15 horas de vuelo, hace frío en el desierto, decides no ponerte la chaqueta, quieres conectar con el lugar, sentirlo aunque te arranque temblores de vez en cuando, con el riesgo de que te pase a cobrar la factura más tarde en algún consultorio médico, no importa, decides caminar sus calles así, con el viento frío acariciándote, te sientes vivo, mientras buscas un hostal te acercas a una oficina de información turística, preguntas  que tan lejos está el Chalten, motivo de tu viaje.

Compras un boleto para el día siguiente, por fin conocerás el sitio que una tarde de Octubre viste en tu computadora, aún recuerdas ese momento, tu corazón dio un vuelco y decidiste pisar esta tierra en la primera oportunidad, casi con sentido de urgencia, ahora, en Calafate, solo te separan 220 kilómetros de una cita con tu destino, no sabes que encontrarás, solo sabes que tienes que estar ahí, cuando lo veas lo sabrás, lo reconocerás, esa es tu única certeza.

Te levantas a las 5, aún está obscuro, no hay agua caliente, así que antes de entrar y someterte al baño helado, haces un ejercicio de respiración severo, inhalas y exhalas, convenciéndote que todo es producto de un estado mental, incluyendo el frío, si te concentras podrás soportar esa agua helada algunos momentos, entras, tu brazos y piernas se mueven como con vida propia, frotas tu pecho, tus nalgas, tus piernas con fuerza, te repites que no está tan fría, todo al mismo tiempo, definitivamente despiertas, tomas un respiro mientras te enjabonas y entras de nuevo, a repetir el ejercicio, por fin terminas, te descubres tiritando y en un espejo observas como tu fiel compañero se ha hecho minúsculo, te hace reír, excelente, comenzamos el día con una sonrisa, aunque el motivo no sea del agrado de hombre alguno.

Tomas el camión, hoy cumples 50 pero te sientes pleno, como de 18, supones que los otros 32 son de experiencia, buena tesis. El viaje durará tres horas, contra todas tus costumbres tomas una ventana y decides mantenerte despierto para asimilar lo que puedas de esta tierra del sur.

Llegas al Pueblo, caminas un poco, te impresionan las montañas blancas que lo rodean, el sonido del silencio, te sorprende la limpieza, imaginas esas casas en el invierno, cubiertas de nieve y entiendes lo pronunciado de las pendientes de esos techos laminados.

Entras en una agencia y solicitas un mapa, te enumeran las caminatas disponibles, cotejas el horario de tu boleto de regreso y decides encaminarte al Cerro Torre, serán ocho horas más una de estancia, justo a tiempo. Te internas en el sendero, a los 15 minutos el sudor te obliga a quitarte la chamarra, tu cámara dispara a cada momento, te gusta caminar solo, detenerte cuando tus sentidos te lo piden, como un esclavo de ellos que son tu, y tú que eres ellos, todo sentidos. El camino es cautivador, rocas y árboles forman figuras caprichosas, tu Cannon busca los recuerdos, casi pudieras decir que tiene vida propia, aunque tú y ella saben que los registros solo serán referencias, les hará falta el viento, el frío, los aromas, la luz, el silencio.


Caminas, roba tu atención un capricho rocoso, intentas llevarlo contigo desde diferentes ángulos y acercamientos, es entonces cuando la percibes más que escucharla, levantas la vista y te encuentras con su mirada, tu respiración prácticamente se detiene y no sabes que hacer o decir, la experiencia se la ha llevado el carajo. Alcanzas a asentir con la cabeza en algo que pretende ser un saludo y ella te responde con un hola suave, apenas audible, al menos para ti, lleno de paz, dulce, tierno, musical, mientras estás ocupado tratando de asimilar lo que sientes, ella sigue su camino y tú te quedas ahí, de pié, sin poder moverte ni saber qué hacer, sin saber si continuar el sendero o seguir ese hola que te ha tocado en lo más profundo de tu ser.

La imagen de la montaña con su espacio de nieve que ha crecido en la última hora literalmente te saca del trance, decides continuar, el aire frío toca tus pulmones y agradeces el estar acá. Caminas, encuentras un bosque de árboles sin hojas y troncos claros, con la luz da la impresión de ser un bosque plateado,  la imagen detona un cuento de tu niñez donde el bosque encantado era el personaje principal, capaz de vivir las pasiones de los hombres, sonríes.



Un árbol recostado en el camino alza sus ramas hacia ti, te llama, es como si te ofreciera un abrazo, decides aceptar la caricia, te quitas la mochila, enciendes un cigarro y te sientas en su regazo, Observas la montaña, sientes la tierra y su fuerza. No sabes cuánto tiempo ha transcurrido, agotaste la cajetilla, te levantas para continuar tu camino y poder regresar a tiempo cuando la ves venir de nuevo, aquella mujer de chaqueta roja, ahí viene, te preguntas como es que la vuelves a encontrar si se cruzaron hace más de una hora tomado caminos contrarios, pretendes explicarlo suponiendo un sendero circular lo cual desechas, la montaña siempre ha estado frente a ti, piensas en un sendero paralelo por el cual ella hubo de regresar para retomar de nueva cuenta el tuyo, tampoco te convence pero para entonces ya está frente a ti, reconoces su mirada que parece traspasarte, en esta ocasión te sonríe y te vuelve a encarar con ese hola que te ha acompañado a través del bosque plateado, en ese momento lo entiendes, a eso has venido.



La sigues, ella voltea y te sonríe, es como si te estuviera esperando para caminar juntos, cruzan caminos verdes, ocres y marrones, pasan dos o tres horas, se detienen junto a un lago, se quita la chamarra, la ropa y las botas, te muestra su piel, tu, hipnotizado haces lo propio, el frío te lastima, tratas de convencerte que todo es producto de un estado mental, incluyendo el frío. Recuerdas tu regreso pendiente, Calafate, Ushuaia, Buenos Aires, Torreón, has perdido la noción del tiempo, no importa, tomas su mano, sientes su calidez y como se amoldan perfectamente, te lleva al lago, la sigues, al contacto con el agua mil agujas taladran tus pies, estás entrando en agua del deshielo, eso lo explica, te sigues repitiendo que todo es producto de un estado mental, los agujas ahora se insertan en tus piernas, en tus genitales, en tu pecho, te acalambras, nada importa, a eso has venido, a seguir tu destino, adonde sea.