O God! that one might read the book of fate
Shakespeare, King Henry IV, part II
Por fin llegas a Calafate, después de 15 horas de vuelo, hace frío en el desierto, decides no ponerte la chaqueta, quieres conectar con el lugar, sentirlo aunque te arranque temblores de vez en cuando, con el riesgo de que te pase a cobrar la factura más tarde en algún consultorio médico, no importa, decides caminar sus calles así, con el viento frío acariciándote, te sientes vivo, mientras buscas un hostal te acercas a una oficina de información turística, preguntas que tan lejos está el Chalten, motivo de tu viaje.
Compras un boleto para el día siguiente, por fin conocerás
el sitio que una tarde de Octubre viste en tu computadora, aún recuerdas ese
momento, tu corazón dio un vuelco y decidiste pisar esta tierra en la primera
oportunidad, casi con sentido de urgencia, ahora, en Calafate, solo te separan
220 kilómetros de una cita con tu destino, no sabes que encontrarás, solo sabes
que tienes que estar ahí, cuando lo veas lo sabrás, lo reconocerás, esa es tu
única certeza.
Te levantas a las 5, aún está obscuro, no hay agua caliente,
así que antes de entrar y someterte al baño helado, haces un ejercicio de
respiración severo, inhalas y exhalas, convenciéndote que todo es producto de un
estado mental, incluyendo el frío, si te concentras podrás soportar esa agua
helada algunos momentos, entras, tu brazos y piernas se mueven como con vida
propia, frotas tu pecho, tus nalgas, tus piernas con fuerza, te repites que no
está tan fría, todo al mismo tiempo, definitivamente despiertas, tomas un
respiro mientras te enjabonas y entras de nuevo, a repetir el ejercicio, por
fin terminas, te descubres tiritando y en un espejo observas como tu fiel
compañero se ha hecho minúsculo, te hace reír, excelente, comenzamos el día con
una sonrisa, aunque el motivo no sea del agrado de hombre alguno.
Tomas el camión, hoy cumples 50 pero te sientes pleno, como
de 18, supones que los otros 32 son de experiencia, buena tesis. El viaje durará
tres horas, contra todas tus costumbres tomas una ventana y decides mantenerte
despierto para asimilar lo que puedas de esta tierra del sur.
Llegas al Pueblo, caminas un poco, te impresionan las
montañas blancas que lo rodean, el sonido del silencio, te sorprende la
limpieza, imaginas esas casas en el invierno, cubiertas de nieve y entiendes lo
pronunciado de las pendientes de esos techos laminados.
Entras en una agencia y solicitas un mapa, te enumeran las
caminatas disponibles, cotejas el horario de tu boleto de regreso y decides
encaminarte al Cerro Torre, serán ocho horas más una de estancia, justo a tiempo. Te
internas en el sendero, a los 15 minutos el sudor te obliga a quitarte la
chamarra, tu cámara dispara a cada momento, te gusta caminar solo, detenerte
cuando tus sentidos te lo piden, como un esclavo de ellos que son tu, y tú que eres
ellos, todo sentidos. El camino es cautivador, rocas y árboles forman figuras
caprichosas, tu Cannon busca los recuerdos, casi pudieras decir que tiene vida
propia, aunque tú y ella saben que los registros solo serán referencias, les
hará falta el viento, el frío, los aromas, la luz, el silencio.
Caminas, roba tu atención un capricho rocoso, intentas llevarlo contigo desde diferentes ángulos y acercamientos, es entonces cuando la percibes más que escucharla, levantas la vista y te encuentras con su mirada, tu respiración prácticamente se detiene y no sabes que hacer o decir, la experiencia se la ha llevado el carajo. Alcanzas a asentir con la cabeza en algo que pretende ser un saludo y ella te responde con un hola suave, apenas audible, al menos para ti, lleno de paz, dulce, tierno, musical, mientras estás ocupado tratando de asimilar lo que sientes, ella sigue su camino y tú te quedas ahí, de pié, sin poder moverte ni saber qué hacer, sin saber si continuar el sendero o seguir ese hola que te ha tocado en lo más profundo de tu ser.
La imagen de la montaña con su espacio de nieve que ha crecido
en la última hora literalmente te saca del trance, decides continuar, el aire
frío toca tus pulmones y agradeces el estar acá. Caminas, encuentras un bosque
de árboles sin hojas y troncos claros, con la luz da la impresión de ser un
bosque plateado, la imagen detona un
cuento de tu niñez donde el bosque encantado era el personaje principal, capaz
de vivir las pasiones de los hombres, sonríes.
Un árbol recostado en el camino alza sus ramas hacia ti, te llama, es como si te ofreciera un abrazo, decides aceptar la caricia, te quitas la mochila, enciendes un cigarro y te sientas en su regazo, Observas la montaña, sientes la tierra y su fuerza. No sabes cuánto tiempo ha transcurrido, agotaste la cajetilla, te levantas para continuar tu camino y poder regresar a tiempo cuando la ves venir de nuevo, aquella mujer de chaqueta roja, ahí viene, te preguntas como es que la vuelves a encontrar si se cruzaron hace más de una hora tomado caminos contrarios, pretendes explicarlo suponiendo un sendero circular lo cual desechas, la montaña siempre ha estado frente a ti, piensas en un sendero paralelo por el cual ella hubo de regresar para retomar de nueva cuenta el tuyo, tampoco te convence pero para entonces ya está frente a ti, reconoces su mirada que parece traspasarte, en esta ocasión te sonríe y te vuelve a encarar con ese hola que te ha acompañado a través del bosque plateado, en ese momento lo entiendes, a eso has venido.
La sigues, ella voltea y te sonríe, es como si te estuviera esperando para caminar juntos, cruzan caminos verdes, ocres y marrones, pasan dos o tres horas, se detienen junto a un lago, se quita la chamarra, la ropa y las botas, te muestra su piel, tu, hipnotizado haces lo propio, el frío te lastima, tratas de convencerte que todo es producto de un estado mental, incluyendo el frío. Recuerdas tu regreso pendiente, Calafate, Ushuaia, Buenos Aires, Torreón, has perdido la noción del tiempo, no importa, tomas su mano, sientes su calidez y como se amoldan perfectamente, te lleva al lago, la sigues, al contacto con el agua mil agujas taladran tus pies, estás entrando en agua del deshielo, eso lo explica, te sigues repitiendo que todo es producto de un estado mental, los agujas ahora se insertan en tus piernas, en tus genitales, en tu pecho, te acalambras, nada importa, a eso has venido, a seguir tu destino, adonde sea.