La muerte es una amarga pirueta de la que no guardan recuerdo los muertos, sino los vivos
Camilo José Cela
Como todos los inicios de los noviembres de tu vida
consciente, te diriges al pueblo a saludar a tu sangre muerta, desde niño
tus padres, sobre todo tu madre, te enseñaron a honrarlos. Una noche todos los
muertos de la familia se volvieron tuyos, aprendiste a dedicarles pensamientos
y oraciones, la primera noche del primer día del penúltimo mes.
Tomas el autobús, te sientas como siempre en el 18, tu número
favorito, para tu fortuna, el 17 lo ocupa una mujer, en sus treintas, de belleza
discreta, cuando te sientas voltea a verte pero apenas te mira, está
concentrada en un libro de fotografía, alcanzo a ver que es de Nan Golding, no
conozco mucho de su obra pero si de sus fotos inquietantes llenas de historias
obscuras.
Al fin salimos de la ciudad, para algunos citadinos el solo hecho
de meterse en un tráfico asociado a un puente largo inhibe cualquier intención
de abandonar los paisajes grises. A medida que el verde va ganando espacio en
la ventana, entras en un estado de paz agradable, como si todos tus problemas
estuvieran resueltos, cierras los ojos y te descubres sonriendo, reflexionas
que lo que te tiene feliz es imaginar tu llegada al pueblo, te gusta hacerlo
como ahora, sin avisar, tomando por sorpresa a toda la familia. Los imaginas
con los preparativos, las frutas, las velas, las fotografías, los cientos de
flores amarillas que siempre te han remitido al Mauricio Babilonia de Macondo,
el sombrero de fieltro del abuelo, el chal de la abuela, el pato que
manufacturó la tía, la copa de brandy, las gomitas, prendas que desde hace años
ocupan un lugar en el ropero, las ropas de los muertos que los vivos decidimos
guardar, para estos encuentros, para mostrarles el camino a casa.
Abres tus ojos, la mujer del 17 se ha ido, la buscas en los
asientos vecinos como si en realidad te hubiera abandonado, te recuerda a
alguien pero no alcanzas a ubicar de quien se trata, asumes que el haberla
visto con un libro de fotografía te predispuso a querer conocerla, casi nunca
dejas ir estas oportunidades, conversar con almas afines, te preguntas en que
momento se fue, debiste haberte quedado dormido, el sueño siempre ha
sido tu amigo, desde que tienes memoria.
Te encanta descubrir desde el camino las torres del pueblo, el
lugar donde te bautizaron y donde te vestiste de monaguillo a los ocho. Por fin
llegas, te bajas, desde hace años tu maleta es un morral, te gusta viajar
ligero. Recorres las calles, despacio, concentrado en pasos muy cortos,
tratando de ver, oler y escuchar todo lo que sucede, cualquier rumor, cualquier
movimiento, cualquier sombra, este ejercicio siempre te ha ayudado a cargar los
lugares a tu memoria. Reconoces algunos rostros y casas, observas a los chicos
que juegan pidiendo su calavera, ajenos por fortuna a las realidades globales,
a los jóvenes que coquetean y cortejan, o viceversa, a los viejos que rezan,
recuerdan y lloran a sus hijos, a los hijos que lloran recuerdan y rezan a sus
padres.
Las casas están vestidas de flores, descubres enormes altares en
pasillos y cuartos, el aroma de los tamales y del atole despierta tus recuerdos
mas lejanos.
Noche de muertos, es especial, se establece un canal directo al
Mictlán. Sabes que las ánimas de los hombres se alimentan de las ánimas de
los frutos, de los panes, de las bebidas, es el momento de compartir el pan y
el vino con ellos, hasta que un día, los alcancemos, como en aquella escena de
"Un hogar sólido" de Elena Garro donde, bajo ese contexto, la muerte
del ser querido es esperada impacientemente por los muertos, solo en México.
Por fin llegas, todo el pueblo está ahí, mientras buscas el
espacio de los tuyos reflexionas que la muerte es una de las pocas realidades
que en verdad es democrática, el maestro Posada, tenía razón.
Observas, la vigilia, el silencio, los recuerdos que los llaman,
el altar que les muestra el camino, los sonidos aleatorios a través de los
cuales nos contestan y nos dicen que aquí están, con nosotros, entre nosotros,
sonriéndonos, tomándonos de la mano o acariciando la cabeza de los mas
pequeños, los sentimos, aquí están.
Ves a tu madre, a tus hermanos, hijos y sobrinos alrededor de la
tumba familiar, el corazón te late con furia, te acercas en silencio esperando
sorprenderlos mientras rezan cuando una sombra llama tu atención, un escalofrío
te recorre la médula y sientes como se erizan los vellos en tu nuca, si, ahí
están los abuelos y la tía Susana, te saludan, muerto de miedo llamas a tu
madre, a tus hijos, parecen no escucharte, se acerca tu abuela, Adelita, te besa.
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