viernes, 26 de octubre de 2012

Lluvia




Todo mi cuerpo en este Otoño se siente crepúsculo en la lluvia
Tagami Kikusha

Para Sabrina

Te encontré, me encontraste, no importa, un día nos descubrimos caminando tomados de la mano en la vieja ciudad de hierro, los pasos terminaron por llevarnos a Chapultepec, a sus arboles y sombras, un extraño temor a ellas te hacía caminar por los espacios irregulares de luz, como si el pisar las sombras fuera a marcar de alguna manera tu destino. Cuando el cielo emitió un rugido y súbitamente comenzó a llover, me sorprendiste con un grito de alegría, levantaste los brazos dando la bienvenida al Dios de los ancestros, uno que no es el tuyo pero que sin duda adoras, le sostuviste la mirada mientras purificaba tu rostro. Yo, por el contrario, en un acto reflejo de un hombre del desierto me metí bajo las hojas de un árbol como si temiera ser contaminado, manchado por una de las mayores bendiciones de la naturaleza.

Mientras tu bailabas y yo me escondía, me vino a la memoria esa escena donde el protagonista está en medio de un aguacero y pretende cubrirse con una de esas hojas gigantes que hay en la selva, mientras un simio lo miraba extrañado,  ¿cubrirse de que?, ¿para que?, tan es solo agua, fuente de vida. Me relajo y doy un paso, dos, diez hasta llegar a tu lado, me animo a levantar la mirada hacia esas nubes que pintaron de gris al cielo, pasan unos minutos, estoy empapado, tu sigues dando vueltas, bailando, no te importan las miradas curiosas de los pocos que con su paraguas pasan a tu alrededor, te ven como si estuvieras loca, no saben que simplemente eres feliz, hay tiempos en los que la felicidad suele confundirse con la locura y viceversa.

Con cada vez menos testigos entramos a un prado, te quitas los tenis y echas a correr, contagiado por tu entusiasmo hago lo propio. Al quitarme las botas y los calcetines me saco un peso de encima, el de los prejuicios, sintiéndome de 5 decido seguirte en una loca carrera como aquellas que narra Carlos Castaneda en su experiencia chamánica, serpenteamos, derecha, izquierda, derecha nuevamente, brincos, maromas, el aguacero está en su etapa mas violenta, después de media hora nos volvemos  los únicos habitantes del parque, por fin te alcanzo, estas jadeante, eufórica, te doy un beso grande y un abrazo fuerte, nuestros labios y lenguas inician un juego que enciende nuestros cuerpos, nuestras manos cobran vida, nuestros dedos desabrochan, las piernas tiemblan y ceden el peso que soportan para depositarlo en el jardín del castillo, estamos solos, nuestro traje de agua disimula los sudores, en cierto momento me empujas con fuerza, tomas el control, me montas, me recibes, el pasto y la tierra cubren mi espalda, los pequeños guijarros dejan marcas en ella, mi perspectiva es sublime, tu mujer en primer plano bautizada por Cocijo, por Tafin, por Tzahui, por Tlaloc, no importa, cada uno de ellos te abraza, las nubes destellan y emiten rugidos ensordecedores, es ahí, en el momento supremo de nuestros cuerpos, cuando el tuyo mágicamente pierde la solidez y se transforma en lluvia, agua caliente que se derrama sobre mi cuerpo.


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