Todo
mi cuerpo en este Otoño se siente crepúsculo en la lluvia
Tagami Kikusha
Para Sabrina
Te encontré, me encontraste, no importa, un día nos
descubrimos caminando tomados de la mano en la vieja ciudad de hierro, los
pasos terminaron por llevarnos a Chapultepec, a sus arboles y sombras, un
extraño temor a ellas te hacía caminar por los espacios irregulares de luz,
como si el pisar las sombras fuera a marcar de alguna manera tu destino. Cuando
el cielo emitió un rugido y súbitamente comenzó a llover, me sorprendiste con
un grito de alegría, levantaste los brazos dando la bienvenida al Dios de los
ancestros, uno que no es el tuyo pero que sin duda adoras, le sostuviste la
mirada mientras purificaba tu rostro. Yo, por el contrario, en un acto reflejo
de un hombre del desierto me metí bajo las hojas de un árbol como si temiera
ser contaminado, manchado por una de las mayores bendiciones de la naturaleza.
Mientras tu bailabas y yo me escondía, me vino a la
memoria esa escena donde el protagonista está en medio de un aguacero y
pretende cubrirse con una de esas hojas gigantes que hay en la selva, mientras
un simio lo miraba extrañado, ¿cubrirse de que?, ¿para que?, tan es solo
agua, fuente de vida. Me relajo y doy un paso, dos, diez hasta llegar a tu
lado, me animo a levantar la mirada hacia esas nubes que pintaron de gris al
cielo, pasan unos minutos, estoy empapado, tu sigues dando vueltas, bailando,
no te importan las miradas curiosas de los pocos que con su paraguas pasan a tu
alrededor, te ven como si estuvieras loca, no saben que simplemente eres feliz,
hay tiempos en los que la felicidad suele confundirse con la locura y
viceversa.
Con cada vez menos testigos entramos a un prado, te
quitas los tenis y echas a correr, contagiado por tu entusiasmo hago lo propio.
Al quitarme las botas y los calcetines me saco un peso de encima, el de los
prejuicios, sintiéndome de 5 decido seguirte en una loca carrera como aquellas
que narra Carlos Castaneda en su experiencia chamánica, serpenteamos, derecha,
izquierda, derecha nuevamente, brincos, maromas, el aguacero está en su etapa
mas violenta, después de media hora nos volvemos los únicos habitantes
del parque, por fin te alcanzo, estas jadeante, eufórica, te doy un beso grande
y un abrazo fuerte, nuestros labios y lenguas inician un juego que enciende
nuestros cuerpos, nuestras manos cobran vida, nuestros dedos desabrochan, las
piernas tiemblan y ceden el peso que soportan para depositarlo en el jardín del
castillo, estamos solos, nuestro traje de agua disimula los sudores, en cierto
momento me empujas con fuerza, tomas el control, me montas, me recibes, el pasto
y la tierra cubren mi espalda, los pequeños guijarros dejan marcas en ella, mi
perspectiva es sublime, tu mujer en primer plano bautizada por Cocijo, por
Tafin, por Tzahui, por Tlaloc, no importa, cada uno de ellos te abraza, las
nubes destellan y emiten rugidos ensordecedores, es ahí, en el momento supremo
de nuestros cuerpos, cuando el tuyo mágicamente pierde la solidez y se
transforma en lluvia, agua caliente que se derrama sobre mi cuerpo.
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