domingo, 23 de septiembre de 2012

Volar




“La vida es lo poco que nos sobra de la muerte”
Walt Whitman

Siempre que vas a volar te abraza la misma ansiedad, la noche previa no puedes dormir y tienes la sensación permanente de que algo se te olvida, lo que te obliga a repasar el contenido de tu mochila, de tu portafolio, de tus recuerdos, te descubres revisando tus cosas una y otra vez de manera casi enfermiza verificando el pasaporte, tarjetas, dinero.

Te acomodas en el asiento, de un tiempo a la fecha te gusta la ventanilla, alguien te enseñó a mirar a través de ella, a descubrir la magnificencia de las nubes desde una perspectiva de altura, a intentar calcular su tamaño con ausencia de puntos de referencia, mirarlas desde arriba, intentando como siempre acomodarlas en algún patrón de tus recuerdos. Te despierta de tu ensueño la aeromoza, una morena de cabello rizado que te dio la bienvenida, cuando pasaste a su lado le regalaste un “merci” con la mejor de tus sonrisas, anuncia las salidas de emergencia, hace una breve demostración de cómo utilizar una máscara de oxigeno en caso de que se presente una pérdida de presión en la cabina, al mismo tiempo se transmite un video, la grabación muestra la salida de las máscaras y como los pasajeros deben ponérsela, primero los adultos, luego los chicos. Tu, que te sabes de memoria el discurso, ignoras al monitor y te concentras en ella, sus movimientos, sus brazos y manos, sus gestos, su profesional mirada viendo al fondo del pasillo, evitando engancharse con la tuya o con la de otros, que como tu, simplemente le quitan la ropa.

Un pequeño de tal vez cinco, sentado a tu lado, te separa de su madre, no deja de hablar, es su primer vuelo, las primeras experiencias siempre son memorables, no importa si son malas, intentas recordarte a sus años, te transportas a la ciudad de México, en Santa María la Rivera, tu padre llegando a casa y tu corriendo a recibirlo, tu mirada se cruza con la madre del pequeño, seguramente estas sonriendo, ella te regresa el gesto.

La morena indica donde se encuentran los chalecos salvavidas, explica como ponérselos, se inflan automáticamente nos dice, si eso no sucediera, hay un tubito y habrá que soplar.

El avión toma pista, sientes la aceleración mientras imaginas la diferencia de velocidades y presiones de la parte superior e inferior de las alas lo que al final elevará la nave con todos nuestros kilos. La ansiedad que te producen los despegues y aterrizajes se manifiesta en el blanco de tus nudillos mientras clavas tus uñas en el brazo del asiento.

Cuando por fin abres los ojos, te asomas y miras la ciudad, observas como los objetos se alejan y empequeñecen, como los recuerdos de tu niñez. Aflojas el cuerpo y te desabrochas los zapatos. Abres el libro que tienes entre tus manos y te encuentras con una de esas frases que necesariamente requieren la reflexión “Cuando una mujer se desnuda su rostro embellece”, las letras de Fadanelli siempre tienen ese efecto en ti, tratas de recordar a todas aquellas que te han mostrado su cuerpo, no estas seguro de que la sentencia sea cierta, me parece que el tema del embellecimiento solo se da si está ligado al del amor, el efecto doble del que habla Paz.
En algún momento te duermes, en tu miedo a volar el avión colapsa sobre el Atlántico, sientes los gritos, el caos, por alguna extraña circunstancia que solo se presenta en los sueños sobrevives al impacto, te asomas a tu ventanilla y te encuentras con el mar y la ausencia del ala, sabes que en cuestión de minutos la cabina se irá a pique, recuerdas la clase de la morena y sacas tu chaleco, te lo pones, jalas, no se infla el maldito, comienzas a creer que es tu mala suerte hasta que te percatas que todos tus vecinos sufren la misma decepción, todos habremos de soplar por nuestra vida, que los no muertos interpongan las demandas necesarias.

El “gusta algo de tomar” te rescata del naufragio, la mujer del C pide un Whisky, cuando la morena voltea hacia ti y está a punto de preguntarte lo mismo, te adelantas y le dices que quieres lo mismo que la dama, buscas leer en el rostro de tu vecina si entendió el verdadero sentido de la frase.

Regreso a Fadanelli “Se ama lo que no es evidente, lo oculto, lo que se puede contemplar una mañana de verano o una noche de marzo solo si se cuenta con un poco de suerte” de nueva cuenta buscas la coincidencia de tu verdad en esas letras, es cierto que el misterio de lo oculto siempre ha cautivado a los hombres, también es cierto que habremos de apreciar en su justa dimensión aquellos momentos donde la belleza se desnuda ante nosotros, sin importar si es una noche de invierno o una mañana de octubre.

Pides otro Whisky, te gusta desde que el Ron te presentó a las agruras, cierras los ojos, piensas que 10 horas de vuelo son demasiadas para no intentar ligarte a la madre del güerco, recuerdas aquel filme que rompió paradigmas en el 74, donde sin mediar palabra, un hombre como tu, carga en vilo a Emmanuelle para hacerle el amor a 40000 pies.

Se escucha un tronido, tu corazón responde a mil, la nave comienza a perder altura como si estuvieras en la montaña rusa de Chapultepec, hay un ruido agudo que envuelve la escena, supones que proviene de una de las turbinas, se escuchan gritos e imprecaciones, el niño despierta llorando, las máscaras caen, en tu fila, de tu lado, solo una, el niño y tu tendrán que arreglárselas para respirar, maldita mala suerte, ajustas tu cinturón y tratas de acomodar tu pecho sobre tus piernas, el vientre no te lo permite. Volteas y ves a la mujer, también llora, tratas de imaginar por que razón no cayó tu máscara, que los no muertos interpongan las demandas necesarias.

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