“La vida es lo poco que
nos sobra de la muerte”
Walt Whitman
Siempre que vas a volar te abraza la misma ansiedad, la
noche previa no puedes dormir y tienes la sensación permanente de que algo se
te olvida, lo que te obliga a repasar el contenido de tu mochila, de tu
portafolio, de tus recuerdos, te descubres revisando tus cosas una y otra vez
de manera casi enfermiza verificando el pasaporte, tarjetas, dinero.
Te acomodas en el asiento, de un tiempo a la fecha te gusta
la ventanilla, alguien te enseñó a mirar a través de ella, a descubrir la
magnificencia de las nubes desde una perspectiva de altura, a intentar calcular
su tamaño con ausencia de puntos de referencia, mirarlas desde arriba, intentando
como siempre acomodarlas en algún patrón de tus recuerdos. Te despierta de tu
ensueño la aeromoza, una morena de cabello rizado que te dio la bienvenida,
cuando pasaste a su lado le regalaste un “merci”
con la mejor de tus sonrisas, anuncia las salidas de emergencia, hace una breve
demostración de cómo utilizar una máscara de oxigeno en caso de que se presente
una pérdida de presión en la cabina, al mismo tiempo se transmite un video, la
grabación muestra la salida de las máscaras y como los pasajeros deben
ponérsela, primero los adultos, luego los chicos. Tu, que te sabes de memoria
el discurso, ignoras al monitor y te concentras en ella, sus movimientos, sus
brazos y manos, sus gestos, su profesional mirada viendo al fondo del pasillo,
evitando engancharse con la tuya o con la de otros, que como tu, simplemente le
quitan la ropa.
Un pequeño de tal vez cinco, sentado a tu lado, te separa de
su madre, no deja de hablar, es su primer vuelo, las primeras experiencias siempre
son memorables, no importa si son malas, intentas recordarte a sus años, te
transportas a la ciudad de México, en Santa María la Rivera, tu padre llegando
a casa y tu corriendo a recibirlo, tu mirada se cruza con la madre del pequeño,
seguramente estas sonriendo, ella te regresa el gesto.
La morena indica donde se encuentran los chalecos
salvavidas, explica como ponérselos, se inflan automáticamente nos dice, si eso
no sucediera, hay un tubito y habrá que soplar.
El avión toma pista, sientes la aceleración mientras
imaginas la diferencia de velocidades y presiones de la parte superior e
inferior de las alas lo que al final elevará la nave con todos nuestros kilos.
La ansiedad que te producen los despegues y aterrizajes se manifiesta en el
blanco de tus nudillos mientras clavas tus uñas en el brazo del asiento.
Cuando por fin abres los ojos, te asomas y miras la ciudad,
observas como los objetos se alejan y empequeñecen, como los recuerdos de tu
niñez. Aflojas el cuerpo y te desabrochas los zapatos. Abres el libro que
tienes entre tus manos y te encuentras con una de esas frases que necesariamente
requieren la reflexión “Cuando una mujer se desnuda su rostro embellece”, las
letras de Fadanelli siempre tienen ese efecto en ti, tratas de recordar a todas
aquellas que te han mostrado su cuerpo, no estas seguro de que la sentencia sea
cierta, me parece que el tema del embellecimiento solo se da si está ligado al
del amor, el efecto doble del que habla Paz.
En algún momento te duermes, en tu miedo a volar el avión
colapsa sobre el Atlántico, sientes los gritos, el caos, por alguna extraña
circunstancia que solo se presenta en los sueños sobrevives al impacto, te
asomas a tu ventanilla y te encuentras con el mar y la ausencia del ala, sabes
que en cuestión de minutos la cabina se irá a pique, recuerdas la clase de la
morena y sacas tu chaleco, te lo pones, jalas, no se infla el maldito,
comienzas a creer que es tu mala suerte hasta que te percatas que todos tus
vecinos sufren la misma decepción, todos habremos de soplar por nuestra vida, que
los no muertos interpongan las demandas necesarias.
El “gusta algo de tomar” te rescata del naufragio, la mujer
del C pide un Whisky, cuando la morena voltea hacia ti y está a punto de
preguntarte lo mismo, te adelantas y le dices que quieres lo mismo que la dama,
buscas leer en el rostro de tu vecina si entendió el verdadero sentido de la
frase.
Regreso a Fadanelli “Se ama lo que no es evidente, lo
oculto, lo que se puede contemplar una mañana de verano o una noche de marzo
solo si se cuenta con un poco de suerte” de nueva cuenta buscas la coincidencia
de tu verdad en esas letras, es cierto que el misterio de lo oculto siempre ha
cautivado a los hombres, también es cierto que habremos de apreciar en su justa
dimensión aquellos momentos donde la belleza se desnuda ante nosotros, sin
importar si es una noche de invierno o una mañana de octubre.
Pides otro Whisky, te gusta desde que el Ron te presentó a
las agruras, cierras los ojos, piensas que 10 horas de vuelo son demasiadas
para no intentar ligarte a la madre del güerco, recuerdas aquel filme que
rompió paradigmas en el 74, donde sin mediar palabra, un hombre como tu, carga
en vilo a Emmanuelle para hacerle el amor a 40000 pies.
Se escucha un tronido, tu corazón responde a mil, la nave
comienza a perder altura como si estuvieras en la montaña rusa de Chapultepec,
hay un ruido agudo que envuelve la escena, supones que proviene de una de las
turbinas, se escuchan gritos e imprecaciones, el niño despierta llorando, las
máscaras caen, en tu fila, de tu lado, solo una, el niño y tu tendrán que
arreglárselas para respirar, maldita mala suerte, ajustas tu cinturón y tratas
de acomodar tu pecho sobre tus piernas, el vientre no te lo permite. Volteas y
ves a la mujer, también llora, tratas de imaginar por que razón no cayó tu
máscara, que los no muertos interpongan las demandas necesarias.
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