“La fuerza es el
derecho de las bestias”
Marco Tulio Cicerón
Le das de cenar a tu hijo y lo acuestas, tu madre te observa
a través del espejo, como cada noche, con un gesto que reconoces de toda la
vida, el del desamor.
Te vas a trabajar, tomas el camión de siempre, el trayecto
hasta el centro te lleva de 40 a 50 minutos, reconoces a dos hombres y tres
mujeres que como tu, cada día toman esta misma ruta, una especie de complicidad
se ha tejido entre todos, a los hombres terminas por saludarlos con un leve
movimiento de cabeza, las mujeres en cambio, sostienen tu mirada con una mueca
fría, distante.
Hace frío, decides caminar un poco para entrar en calor, prendes
un Marlboro sintiendo como el humo inunda tus pulmones, lo retienes, te gusta
soltarlo poco a poco, despacio, provocando una caricia etérea sobre tu rostro,
con el riesgo de que se humedezcan tus ojos. Piensas en tu hijo, buscas darle
las oportunidades que no tuviste y sobre todo, los besos que tu madre siempre
te negó.
Tomas la Juárez, hacia el poniente, piensas en la renta, el
teléfono la colegiatura y los libros de inicio de curso, la falta de dinero ha sido
la única constante en tu vida, hace tres años le prometiste a Beto llevarlo a
la playa, una que solo conoces a través de revistas, él no lo sabe, en
ocasiones la omisión de los detalles nos hace fabricar verdades.
Te cruzas con los parias de siempre, son como una congregación
donde los planes no existen, todo se centra en sobrevivir, conseguir algo de
dinero, no importa como. Casi todos te saludan como si fueras uno de ellos,
pero no, tu tienes planes, irás a la playa, Beto estudiará y será amado, será
feliz.
Aparecen unas luces azules que rayan de forma intermitente
los muros de tu calle, muestran el graffiti que los del barrio han puesto
marcando su territorio que es el tuyo. Los uniformados te miran con descaro,
sienten que la placa les otorga derechos y los hace superiores, dale un poco de
poder a un hijoeputa y obtendrás un policía. Algo me dicen y enseguida se
carcajean, afortunadamente las luces se atenúan hasta desaparecer, junto con sus
voces y prepotencia.
Me encuentro con Perla, tiene la boca reventada, me regala
una mueca que pretende ser una sonrisa, no le digo nada, solo la abrazo fuerte,
en este oficio la vida te llena de golpes, literalmente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario