miércoles, 12 de septiembre de 2012

Calle




“La fuerza es el derecho de las bestias”
Marco Tulio Cicerón

Le das de cenar a tu hijo y lo acuestas, tu madre te observa a través del espejo, como cada noche, con un gesto que reconoces de toda la vida, el del desamor.

Te vas a trabajar, tomas el camión de siempre, el trayecto hasta el centro te lleva de 40 a 50 minutos, reconoces a dos hombres y tres mujeres que como tu, cada día toman esta misma ruta, una especie de complicidad se ha tejido entre todos, a los hombres terminas por saludarlos con un leve movimiento de cabeza, las mujeres en cambio, sostienen tu mirada con una mueca fría, distante.

Hace frío, decides caminar un poco para entrar en calor, prendes un Marlboro sintiendo como el humo inunda tus pulmones, lo retienes, te gusta soltarlo poco a poco, despacio, provocando una caricia etérea sobre tu rostro, con el riesgo de que se humedezcan tus ojos. Piensas en tu hijo, buscas darle las oportunidades que no tuviste y sobre todo, los besos que tu madre siempre te negó.

Tomas la Juárez, hacia el poniente, piensas en la renta, el teléfono la colegiatura y los libros de inicio de curso, la falta de dinero ha sido la única constante en tu vida, hace tres años le prometiste a Beto llevarlo a la playa, una que solo conoces a través de revistas, él no lo sabe, en ocasiones la omisión de los detalles nos hace fabricar verdades.

Te cruzas con los parias de siempre, son como una congregación donde los planes no existen, todo se centra en sobrevivir, conseguir algo de dinero, no importa como. Casi todos te saludan como si fueras uno de ellos, pero no, tu tienes planes, irás a la playa, Beto estudiará y será amado, será feliz.

Aparecen unas luces azules que rayan de forma intermitente los muros de tu calle, muestran el graffiti que los del barrio han puesto marcando su territorio que es el tuyo. Los uniformados te miran con descaro, sienten que la placa les otorga derechos y los hace superiores, dale un poco de poder a un hijoeputa y obtendrás un policía. Algo me dicen y enseguida se carcajean, afortunadamente las luces se atenúan hasta desaparecer, junto con sus voces y prepotencia.

Me encuentro con Perla, tiene la boca reventada, me regala una mueca que pretende ser una sonrisa, no le digo nada, solo la abrazo fuerte, en este oficio la vida te llena de golpes, literalmente.

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