sábado, 12 de junio de 2010

La Bizantina



Estoy hasta la madre, entro a la Bizantina, esperando que un cigarrillo y un café me relajen contra toda probabilidad científica, si eso no funciona, recurriré al Buchanan de rigor, ese no falla, aunque por la noche los jugos gástricos (parafraseando al sueco de Sven en una connotación hermana) literalmente me partan la madre.

Me gusta el lugar, una casona de mediados del XX donde cada cuarto es un sitio del que puedes adueñarte, tirarte en un rincón y sacar tu libro en lo que el cafecito hace de las suyas, me gustan sus puertas, viejas, de madera firmada por el tiempo, con tierra en cada uno de sus intersticios, me gustan las obras que entre el dueño y su camarilla exhiben, rompiendo los esquemas, experimentando, rozando la delgada línea entre lo que conmueve y lo que resulta demasiado, aún para el mas avezado amigo de la morfina. El sitio está casi vacío, veo a un par de niños que aprovechan el cuarto del faje para tocarse a su gusto, el requisito para estar en esa sala es entrar acompañado, no importa por quien, ni su sexo, ni su edad, lo único que no admiten es coger. Me instalo en un rincón a un lado del baño donde me espera un almohadón con una lámpara que arroja una lucecilla que me permitirá avanzarle al libro en turno, cuando me traen mi café descubro al fondo de la habitación, en la parte oscura, el brillo de un cigarrillo que crece y disminuye al ritmo de la chupada, está frente a mi y me doy cuenta que soy lo que se dice un blanco fácil, mi falo de luz apenas alumbra el texto y extraño mis anteojos.

“El pudor es cuestión de alumbrado” según Fuentes, de testigos, diría Andrés o mejor aún, de conocidos diría yo, me visualizo en una playa nudista en Ibiza y me convenzo de nuevo.

Ya me cansé de leer, sin los malditos lentes no duro mas de una hora, claro que hay otros factores como la iluminación, el tamaño de letra, la tipografía, el contraste con el papel, el movimiento, pero el mas importante de todos y no nos hagamos pendejos es la edad, en ese sentido es de humanos sentirnos iguales, como si el tiempo no pasara, pero en los trances de soledad es cuando el cuadro se rompe, nos escupe a la cara y en un momento nos percatamos de las marcas de la vida a lo largo de nuestra frente, alrededor de los ojos y de nuestra boca, como siempre, el problema no es estar, sino sentirse viejo.

El café está delicioso, la música sabrosita y el cigarro del fondo que sigue delineando siluetas en su viaje del cenicero a los labios, ¿como serán?, me gusta jugar, trato de imaginar las posibles opciones y las historias que puedan desencadenar cada una de ellas.
- Es una mujer en sus 40s que quiere hacer los que no hizo en sus 20s, en automático me acuerdo de aquella rola de Amparo Ochoa donde termina con “mas vale vivir llorando, que morir y sin saber cuando.”
- Es una mujer en sus 20s, fumando compulsivamente al descubrirse embarazada sin tener la certeza de quien pueda ser el padre, aunque sabe que el cigarro no es conveniente en su estado, poco le importa pues tiene decidido deshacerse del feto, sin embargo, tiene los ojos hinchados, el mito de la madre tiene su peso.
- Es un hombre esperando impacientemente a su mujer, alguien le dijo que acostumbra a verse con su vecina en el socorrido cuarto del faje y espera sorprenderla, anhela sorprenderla, la táctica es la sorpresa e indignación, la estrategia sin embargo (¿Mario?) apunta a besar sin miramientos a la vecina mientras penetra a su mujer o viceversa, que no es lo mismo, pero es igual. (¿Silvio?)
- Se trata de un chavo, con el conflicto de haberse enamorado de su tía, aquella que lo alimentó mientras su madre trabajaba, la que siguió bañándolo a los 12, la que le provocó su primera erección siendo un niño, como en aquella novela de Vargas Llosa; la que lo masturbó mientras le leía un texto de la Pizarnick, la que hizo de los encuentros sexuales todo un rito donde los detalles eran lo más importante para lograr su satisfacción, en fin, aquella que lo arropó, que le dio confianza y lo hizo hombre demasiado temprano, demasiado diferente y para su desgracia, demasiado solitario.

Estoy por plantear mi siguiente hipótesis cuando el cigarro se acerca, siempre me emociona ver cual de las opciones es la más cercana. Se trata de una mujer de edad indefinible, distingo una palidez extrema, enfermiza, flacucha, de lacios cabellos y andar nervioso, pasa a mi lado y me dirige una mirada breve mientras da una chupada antes de lanzarme un escupitajo en medio del humo exhalado que cae en mi libro abierto, no alcanzo a encabronarme cuando se mete al baño y me pregunto si la conozco, de donde la conozco, ¿Que mosca le picó a esta pinche vieja?, no termino de limpiar mi libro cuando un recuerdo me sorprende, Laura, la esquelética de la secundaria, era huérfana, me parece, recuerdo aquella tarde cuando al perder una apuesta con los cuates la seduje, es fácil enamorar a una chica solitaria que vive con su abuela, la broma llegó demasiado lejos cuando la desvirgué mientras los amigos observaban y posteriormente, se encargaron de que toda la escuela se enterara, no es algo de lo que me enorgullezca, carajo, solo tenía 14, dejó la escuela y nunca más supimos de ella, llegué a extrañar ese andar nervioso por los pasillos solitarios, era la primera en llegar y la última en irse a casa, por alguna razón me atraía aunque nunca lo dije. Es ella, al fin tendré la oportunidad de disculparme, siempre cargaremos con las acciones vergonzosas hasta que las enfrentemos, una morena pretende utilizar el baño pero Laura no abre, pasan 20 minutos mientras imagino la manera de abordarla, reinicio el juego, me gusta imaginar las posibles opciones y las historias que puedan desencadenar cada una de ellas, eso ya lo sabemos, en todas salgo raspado, no es para menos, pero al fin podré abordar ciertos temas con un poco de menos culpa. Llega la dueña del café, mete la llave y abre la puerta, solo alcanzo a escuchar el grito de la morena y a vislumbrar una jeringa en el suelo junto al cuerpo de Laura, la cabeza queda en mi ángulo de visión y definitivamente reconozco esos cabellos lacios pegados a la cara, los ojos abiertos y dilatados no dejan de mirarme, me falta el aire, no puedo reprimir el vómito sobre “La región más transparente” y sobre mi persona, la escena se nubla y me descubro llorando al reencontrar a mi primer amor y a su desprecio, el último día de su vida.

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