Fotografía de Tatiana Parcero
Una noche, casualmente, decidí escribir sobre tu cuerpo y mí índice llenó de palabras tu espalda. Al día siguiente, la vida me trató bien. Nunca te lo dije, soy lo suficientemente egoísta para negarte y negarme de ser necesario, para inventar historias sobre historias y fabricar verdades aunque se dificulte recordarlas con el transcurrir del tiempo.
La escritura en tu cuerpo se volvió parte del ritual erótico, por supuesto que las escenas de The Pilow Book venían a mi memoria cuando pasé al siguiente nivel y una estilográfica te hacía cosquillas desde la nuca hasta la espalda baja. A diferencia de Nagiko que exigía a sus amantes escribir sobre su cuerpo, la obsesión de escribirte no solo a ti, sino sobre ti era enfermizamente mía. Después, cuando prácticamente el sueño te había vencido y nos enfrascábamos en los ritos del amor cobijados por un verano que en el norte de México dura siete meses, los símbolos se desvanecían dejando solamente esbozos de los deseos planteados y por supuesto las sábanas sucias.
Me di cuenta que los textos plasmados en tu cuerpo eran poderosos solamente en tu espalda, intenté la magia en tu pecho, tu muslos, brazos y aún en las plantas de tus pies sin éxito. Solo tu espalda tenía el poder de fabricar el futuro, el tuyo, el mío, el nuestro. Descubrí además que las tareas más difíciles solo se cristalizaban a medida que la tinta permanecía más tiempo adherida a tu piel, me dediqué entonces a conseguir fórmulas especiales de adhesión prolongada, te aplique prácticamente todo lo que el mercado ofrecía sin importarme las eventuales reacciones alérgicas que de vez en cuando manifestabas.
No entendías mi fijación entre tu cuerpo y los textos que nunca pudiste o te atreviste a leer, te hubieras dado cuenta que te tenía atada desde la primer consigna.