sábado, 6 de agosto de 2016

Bebiendo té



Texto presentado el 28 de julio de 2016 en la segunda edición de ANHELARTE dedicado a la maestra Rosina Guerrero de Alvarado a casi cinco años de su partida.

UNO

   He soñado con esta casa mucho tiempo, esta casa que no es la mía pero que pudiera serlo, es extraño, nunca había estado aquí pero puedo describir cada rincón de este sitio, - esa escalera, la cocina, este espacio- me siento cómoda aquí, entre ustedes, hoy, rencontrarme con gente que conozco, con gente que amé y que me amó.

Tomar el té con una hoja en blanco que espera frente a mí me entusiasma, lleva tiempo esperando, las ideas hay que trabajarlas, acariciarlas, mimarlas, hablarles lindo para que se vayan acomodando y encuentren sus palabras, mis palabras que algún día dejarán de serlo para acomodarse a cada contexto, a cada experiencia, a cada vida. Es lo lindo de la  poesía.

DOS

   El ejercicio de escribir siempre ha llamado a mi puerta, muchas veces me han preguntado ¿qué es lo que me inspira?, ¿qué es lo que me mueve? para acomodar palabras y decir algo que valga la pena de ser dicho, o recordado y romper aquel sabio proverbio chino que dice que si no tienes nada inteligente que decir, lo mejor es permanecer callado.

El escribir es, como cualquier otra disciplina, producto del trabajo, de la dedicación, del estudio, de la insistencia en acomodar, en mi caso palabras e ideas, en las de un pintor, tal vez formas y colores, en las de un músico las notas adecuadas para interpretar o crear una composición, que, como el lienzo, o la hoja blanca nos invitan a unos y a otros a contar, a crear o a tocar.

El proceso creativo no se da necesariamente en la producción de la obra, está más allá, en la concepción, en el desarrollo del concepto que al final habrá de sustentarla.

Ayer, en el marco de una cena recibí una invitación sui géneris, me la entregó un jovencito, consistía en participar como soporte en un ejercicio de body painting, invitación de por si extraña al hacerla a una mujer en sus setentas, pero el que el evento se vaya a realizar hasta dentro de cinco años, en el 2016, es francamente inverosímil, seguramente la sorpresa se reflejaba en mi rostro, cuando el muchacho me preguntó si asistiría, en un impulso le dije que sí, que vería la manera de hacerlo.

TRES

   Hoy, a diferencia de muchos eventos en los que he participado y donde la poesía ha sido mi mejor aliada, esta noche no voy a leer parte de mi obra, tampoco habré de comentar la de algún otro colega, me toca solamente estar, conmigo misma, retraída hasta el extremo de la inmovilidad, la necesaria para que el artista me vista de colores.

¿Qué siente un lienzo? La pregunta podría parecer estúpida, pero creo que no hay preguntas estúpidas, cuando mucho, perspectivas limitadas.

Ya estamos aquí, en un encuentro con las artes, yo, en esta mesa, que bien pudiera ser mi favorita, en este sitio que reconozco de otro tiempo, otra vida quizá, bebiendo té, dispuesta a encontrar la respuesta del lienzo, a sentir el cosquilleo que los pinceles habrán de ejercer sobre mi piel, la frescura de los colores, las texturas que se irán creando y acomodando en mi cuerpo y mis ropas, la simbiosis consciente entre el artista y su obra, el reconocer su concentración y entusiasmo, la comunicación que no necesita palabras, ni signos, aquella que se encuentra en otro plano de las relaciones interpersonales, una que espero experimentemos todos en algún momento de nuestra vida.

Aquí, hoy, en esta mesa, congelada en el tiempo, en un momento de reflexión perfecto y constante, con una hoja blanca frente a mí, llamo a los signos, aquellos que al juntarse expresen lo que siento, lo que me ha tocado vivir, aquí, en esta casa, en este tiempo, bebiendo té, saboreando té, anhelándote, esperándote , abrazándote, recordándote, sintiéndote, conmigo, aquí, ayer, mañana, cerquita, dentro y fuera de mí, alrededor mío, respirándote, hoy o dentro de cinco años o toda la vida, mi vida, nuestra vida, sus vidas, quien sabe, ¿qué es el ahora? sino la consciencia del estar, del vivir, del amar, sin tiempo, rompiendo cuantas leyes de la física sea necesario y todo por el privilegio de una vez más, beber té.

domingo, 3 de abril de 2016

El Colono

   Es la una y después de una noche de antro decido caerle al David a su casa, vive en un fraccionamiento, allá por el Territorio Santos Modelo, catedral de élite del futbol lagunero.

   Doy mis datos en la caseta, me piden mi credencial de elector, anotan las placas del auto y por poco me piden abrir la cajuela para revisarla, bah, si no fuera porque los “after” en casa del David de verdad se ponen buenos ya me hubiera ido a dormir.

   Me sirvo una cerveza, me encuentro a mucha banda conocida, la música de lo mejor, los grupos con sus diversas charlas están buenos, en uno de ellas, una mujer defendía a Maduro, el presidente Venezolano y su política social, lo hacía con una vehemencia que me llamó la atención, me daban ganas de comentarle que ninguna política vale la  pena ser defendida si hay desabasto en todos los frentes y se es el país más corrupto de América de acuerdo con el último reporte publicado por Transparencia Internacional. Afortunadamente me contengo.

   Entro en un cuarto que despide una rolita del Erick Burdon, espero a que mi vista se acostumbre a la oscuridad, identifico un sillón vacío en un rincón, el humo baña el ambiente mientras ese rockcito en la peculiar voz de Burdon me acaricia los sentidos, “I fell in to that burning ring of fire, I went down, down, down”, cierro los ojos y me acuerdo de algo que leí en un libro de Albert Espinoza:

   -La base de todo es pensar que hoy es el día que morirás. Eso da sentido a la vida. No hay más-

   Pienso, que estaría haciendo hoy si solo me quedaran unas horas de vida, me descubro sonriendo, definitivamente escuchar rock clásico en una habitación a oscuras rodeado de camaradas con tus mismos gustos no está mal.

   Creo me quedé dormido, el rock ha terminado, me reintegro a la fiesta donde encuentro al David, le doy un abrazo, hemos sido amigos toda la vida, y seguro seguiremos siéndolo.

   Otro camarada está contando chistes prácticamente gritando, no lo conozco, le pregunto a David quien es, es un colono me dice, ¿como…?, si, un vecino, fui a comprar unos cigarros al OXXO y pues ahí estaba, lo vi aburrido así que lo invité y ya.

   El colono resulta que se llama José, habla hasta por los codos, se nota tiene una necesidad importante de ser escuchado, demanda público como no había visto a otra persona, intuyo que otros químicos aparte del alcohol corren por su sangre.

   Ocho de la mañana, a estas alturas discuto con Ernesto declaraciones recientes de un Jefe de estado, quien considera a la corrupción como cultural, que estupidez, ciertamente la corrupción existe en todo el mundo pero ese no es el problema, el verdadero problema es la impunidad. ¿Quién te tomará en serio cuando pretendes castigar la corrupción si tu casa es de color blanco?, en este momento me descubro realmente alterado, tomo un respiro y para mi sorpresa José está a mi lado observándome fijamente, supongo se sumará al debate, doy un trago  a mi cerveza y lo encaro con un contundente ¿Qué?, ¿ya vas a comenzar a gritar lo que piensas?

   El tipo tiene los ojos vidriosos, parece triste, comienza a hablar de su vida, lo hace en voz alta y a toda velocidad, solo quedamos nosotros tres en la fiesta, habla de su infancia, alterna sus miradas con Ernesto y conmigo, menciona las voces, que no lo dejan dormir, que lo persiguen día y noche, todo el tiempo, por eso habla tan fuerte, se justifica; para silenciarlas, para olvidarlas, calla de repente, está sudando. Ernesto y yo intercambiamos una mirada, casi nos ponemos de acuerdo en batir retirada, mientras pienso como despedirme, José vuelve a tomar la palabra, ahora por ejemplo, ahora por ejemplo, repite, las voces no dejan de ordenarme “mátalos a todos”. Alcanzo a ver el destello del metal que sale de su costado, como se levanta y proyecto el arco que habrá de describir su trayectoria hasta tocar mi pecho.

   I fell in to that burning ring of fire, I went down, down, down”

jueves, 3 de diciembre de 2015

El guitarrista

   



Para Ernesto

   Es una convocatoria interesante, cuatro piezas breves del Suizo Frank Martin, me parece fue su única contribución a la guitarra como solista. Hoy, a casi ochenta años de haber sido escrita, será lo que los Jueces del evento en el Cuzco Perú, habrán de calificar. Nunca la has interpretado, por lo que el tiempo de estudio apenas alcanza, habrás de trabajar duro para tenerla a punto, por otro lado, conocer el ombligo del mundo en la cosmogonía Inca deberá ser toda una aventura.

   La historia de la obra involucra por supuesto a Martin, al español Andrés Segovia y al compositor italiano Castelnuovo-Tedesco, en un primer tiempo, entiendes que la obra que fue escrita para Segovia, quien la ignoró y no fue sino hasta algunos años después cuando el Austriaco Hermann Leeb la interpreto por primera ocasión. Lo sorprendente de la Obra es que Martin no tocaba la guitarra.
   
   Horas de estudio, desvelos, soledades, frustraciones, regocijo, y los reclamos de la novia que no entiende que la guitarra es para ti mucho más que un instrumento, es como una extensión de tu cuerpo que tiene la necesidad de expresarse, receptiva a tus caricias en cualquier momento, y casi siempre, complementándote, cuando en el dar-recibir del impulso-sonido nos volvemos uno, atendiendo al ritmo del metrónomo y las notas del pentagrama.

   Seis meses para preparar la obra, tiempo suficiente, mientras practicas también te documentas sobre los lugares que habrás de conocer, volar a Lima, tres días en la capital paseando por el barrio de miraflores que conociste a través de Vargas Llosa solo para constatar, seguramente, que no es como lo imaginabas, por eso te empeñas en visitar los sitios que otros describen; después, El Cuzco, pueblito situado en medio de montañas, donde los vestigios de los viejos Incas se manifiestan a pesar de los siglos, habrás de recorrerlo completo, sus sitios sagrados, subiendo y bajando callejuelas en la madrugada, casi sientes el frío en tu cara.

   Faltan tres días para el viaje, estás listo aunque ansioso, piensas en los guitarristas que admiras, Russell, Madrigal, Garibay, Arody, Dukic, Marco Aurelio; todos hubieron de enfrentar a sus demonios antes de cada concurso o concierto, charlar con ellos, llegar a acuerdos, convencerlos o hasta amenazarlos y una vez ahí, en el escenario, frente a las luces, simplemente tocar.

   El aeropuerto de Cuzco no trabaja, te dice la peruanita que tienes enfrente, un problema con la guerrilla, sendero luminoso te dice, no lo puedes creer, pensabas que esa guerrilla ya no existía, es del tiempo de tus abuelos, seguramente los nietos de los antiguos guerrilleros heredaron la lucha, ¡puaf! te pasaron a joder. Tendrás que tomar un autobús de Lima a Cuzco, de 20 a 22 horas te dicen, tu boleto de avión se te rembolsará en seis meses, sientes que te comienzas a encabronar, respiras profundo y alcanzas a reprimir una puteada, entiendes que el mensajero no tiene la culpa, pones a prueba tu capacidad de resolución, si te apuras y tomas un bus, apenas llegarás tres o cuatro horas antes del evento.

   Corres con suerte, llegaste a la terminal y prácticamente te subiste al camión, asiento número 3, hasta adelante, una ventaja es que al menos podrás disfrutar del viaje en un primer plano, el bus se dirige a Nazca, de ahí a Abancay y finalmente al Cuzco, hay que estar relajado, no debes dejar que el inconveniente del transporte afecte tu interpretación del día de mañana. Respiras profundo.

   Los momentos previos a la entrada al escenario siempre te ponen nervioso, escuchas al participante actual en un segundo plano, el primero son tus pensamientos, tratas de no valorarlo técnicamente y mantener la concentración en la que has estado trabajando desde hace algunos días. En tus primeros concursos te pasaba lo mismo, siempre pensaste que a medida que fueras ganando experiencia te quitarías esta ansiedad, no es así y te parece que ella (en femenino), habrá de acompañarte siempre, más vale te acostumbres.

   Siempre que viajas te pasa lo mismo, vas al mundo de los sueños con una facilidad impresionante y cuando regresas no lo haces totalmente, te encuentras como en un estado de semiinconsciencia donde te es difícil discernir que es real y que no.

   El bus para, una hora para comer anuncia el chofer, te despabilas, bajas como siempre, acompañado de tu guitarra, te llama la atención un restaurante que anuncia cuyos como plato especial, decides comerte uno, está delicioso, la carne es suave y su cocción con diversas hierbas te dejan plenamente satisfecho, en el avión difícilmente hubieras probado este manjar, la vida te trata bien, piensas.

   El camión sube y baja, el camino es largo y sinuoso, sonríes al asociarlo a una rola de los Beatles, un grupo famoso de los sesentas, la vista es increíble, cada kilómetro una nueva postal, el atardecer cae suavemente y el paisaje se diluye con la ausencia de luz, te descubres contento.

   Ya estás acá, en el teatro municipal andino del Cuzco, comienzas a calentar junto con otros participantes, los tres grados centígrados dificultan la tarea, no importa, te enfocas, hay otros concursantes haciendo lo propio, identificas la estrategia de intimidación en el ritual, volumen, rapidez, calidad en los ejercicios, te aíslas, sientes más que escuchar tus sonidos, los que nacen de tus manos.

1
   Sabes que el teatro está lleno, te llaman, pasas al escenario, tomas asiento, te acomodas, una luz te pega de lleno en el rostro, la percibes demasiado fuerte, no es normal, ves cómo se mueve hacia ti, definitivamente es algo extraño, te da miedo, despiertas plenamente reconociendo a un tráiler que trae la ruta contraria, que loco, te descubres agitado y sudoroso, calculas te faltan como diez horas de viaje, un dolor te atraviesa el estómago, son los nervios, piensas, tratas de ajustar de nueva cuenta tu respiración y entonces te das cuenta; el cuyo cobra venganza, sientes como devora tus entrañas para enseguida vomitarlas, se ha vuelto en el juez implacable que te saca del concurso.

2

   Sabes que el teatro está lleno, te llaman, pasas al escenario, tomas asiento, te acomodas, una luz te pega de lleno en el rostro, la percibes demasiado fuerte, no es normal, ves cómo se mueve hacia ti, definitivamente es algo extraño, te da miedo, el impacto, los cristales, el viento en tu rostro te traen abruptamente a la realidad, aunque sea por un instante.

domingo, 5 de abril de 2015

Iguazú



   Te encuentras como muchas otras veces, esperando tu equipaje, esta vez en Misiones, provincia del norte Argentino; decidiste conocer uno de las mayores prodigios de la naturaleza, Iguazú, con toda su agua, tanta, según has leído, que los hombres del desierto como tú, seguramente la percibirán como de otro mundo, uno acuático, con el que alguna vez has soñado.

   Aquí estas, esperando los 10 kilos de tu maleta, con todo lo que necesitas para vivir, mientras esperas al transporte, el Tláloc del Sur te recibe con toda su furia. Si, miserable mortal, bienvenido a mis dominios que se extienden del cielo a la tierra, en todo lo que puedan abarcar tus 360 grados de percepción esférica, donde una de mis bocanadas es suficiente para detener la vida como la conoces. Si, Dios maravilloso, Dios voluptuoso, golpea mi pecho y mi rostro, purifícame, lava mis soledades, mis fobias, mis mezquindades, limpia lo aprendido, libérame, llévame contigo, con el arroyo, con el río y deposítame en el sitio de todas las aguas, en la tierra húmeda que da paso a la vida renovada.

   No puedes dormir, café, mate y cigarro te acompañan toda la noche, bichos alados rondan tus sueños y acompañan tu vigilia, la espera hasta las seis, hora en que pasa tu transporte te parece interminable. Esto te ha pasado otras ocasiones, es como si algo que fuera a marcar tu vida estuviera a punto de suceder y a ti no te queda más que esperar, pones en una fumada la paciencia que no tienes y que te lleva a estados de exaltación que te hacen comenzar una carrera, adentrado en la noche de un pueblo desconocido.

   Iguazú, agua grande, Iguazú, su exuberancia nubla tus sentidos, árboles altísimos se delinean dibujando una metrópoli en el horizonte, imaginas a los antiguos guaraníes rondando estas tierras, venerándolas, respetándolas con todos sus seres, construyendo su cosmovisión alrededor de este espacio que tú, hombre del desierto, tienes la suerte de pisar.

   Comienza tu caminata, el taxista te dice que después de una hora llegarás a la entrada del Parque Nacional, enciendes tu primer cigarro de la mañana y te adentras en la vereda, a cada paso te parece descubrir múltiples movimientos a tu alrededor, monos, serpientes, aves, puede ser cualquier cosa. La vereda está llena de charcos y cubierta de mariposas, abundan las amarillas, cientos, no, miles, te recuerda al Mauricio Babilonia de 100 años de soledad. Los sonidos te llaman, son poderosos, muchísimos, uno a un lado del otro, se traslapan, te embriagan y confunden, no puedes ignorarlos más, les das la cara y decides simplemente entrar. Avanzas esa selva con dificultad, diez metros tal vez, la sinfonía parece haberse hecho más poderosa, te detienes, abrumado, te sientas en un pequeño lugar de un mundo desconocido, decides comulgar con el espacio, cierras los ojos.

   Te descubres caminando entre caídas de agua, como nunca antes has visto, arriba, abajo, a tus lados, las pasarelas esparcidas como venas a lo largo del parque te dan ese efecto, tu cámara atestigua prácticamente cada paso que das, la mañana es fría pero la caminata te ha calentado, te percatas que perdiste tu chamarra, debió quedar en la selva, que la aprovechen los monos, piensas.

   Subes y bajas, hay poca gente, te gusta conocer espacios fuera de temporada, es mejor en muchos sentidos, te diriges a la Garganta del Diablo que de acuerdo al plano, es el salto de agua más alto de los más de 250 que hay en este lugar, te detienes un momento a descansar, te quitas los zapatos y metes tus pies en un arroyo de agua helada, sientes como si te clavaran miles de agujas con la precisión de un chino milenario, descansas. En algún momento, un Coatí acostumbrado a robar abre tu mochila, al descubrirlo, prácticamente se pelean por ella y en tu sorpresa termina llevándose un chocolate que te acompañaba desde México.

   Sabes que estás cerca, el ruido del agua es majestuoso y mientras avanzas solo te preocupas por mantener tu cámara seca, al fin llegas, te quedas sin habla al descubrir como la tierra se traga literalmente toda el agua del mundo, sientes la adrenalina correr por tu cuerpo, te electriza, agradeces el estar acá, luchas por mantener los ojos abiertos mientras una ráfaga de agua intenta vencerlos, ves a un chico a tu lado, con la chamarra que perdiste por la mañana, la reconoces, es una del Santos Laguna, verde con rayas blancas, intentas imaginar cómo es que la tiene pero eso no importa, la garganta del diablo te tiene hipnotizado, a él también.

   Por alguna razón lo tomas de la mano y te sientes bien, como si lo conocieras de siempre y lo necesitaras, él te aprieta fuerte y por un momento te sonríe, tampoco puede desviar su vista de la caída por demasiado tiempo, lo observas de perfil, se parece a ti, cuando tenías su edad. Juntamos nuestras fuerzas y nos acercamos al borde, el ruido es ensordecedor, toda el agua del mundo, todo el vértigo, el chico te suelta, te mira a los ojos y balbucea algo que no alcanzas a oír, le gritas que no lo escuchas, “gracias”, percibes, “es lo que necesitaba” te dice mientras dando un paso certero se pierde en el vacío.

jueves, 27 de noviembre de 2014

Jubilación



Para ser realmente grande, hay que estar con la gente, no por encima de ella
Charles Louis de Secondat – Montesquieu

                Para Manuel Alanis

   Llegas al restaurante, uno oriental cuyo nombre no recuerdas en algún lugar del sur de la moderna Tenochtitlan, te dice quién te recibe que tu grupo se reunirá en el segundo piso, subes las escaleras y en el descanso te encuentras con un monumental Samurai con piel de bronce, te impacta, lo observas, el detalle de sus ojos y manos es sobresaliente, está parado sobre una de sus piernas y el efecto de equilibrio que transmite es muy bueno. Tratas de imaginar cómo fue su proceso de creación, el boceto del artista, el modelado con el detalle necesario para volverlo casi real, la cobertura de yeso, la impregnación de cera, el vaciado del metal, el pulido hasta llegar a la conclusión de la obra, no sé cuánto tiempo he estado aquí, en ocasiones veo lo que pienso aunque no siempre pienso lo que veo, Cortazar?

   Comienzan los tragos, tu pides una cerveza, la modelo especial de siempre, clara, fría, rechazas el vaso aunque violes algunas reglas, el estar entre amigos o entre desconocidos te da ese privilegio, limpias el pico, le retiras con cuidado esa envoltura de papel metálico y das un trago firme.
Estás contento, rodeado de camaradas, has visto en una de las mesas un reconocimiento para Manuel, entiendes que esta comida será el pretexto para su entrega.

   Mientras degustas tu cerveza, observas a quienes te rodean, todos te han acompañado en tu camino profesional. Inconscientemente viajas a los primeros años de tu carrera, cuando la arrogancia de la juventud era tu fiel compañera, suspiras. En tus recuerdos entras a aquella sala de operación del sistema eléctrico del Área Norte, espacio apreciado por los Operadores del Sistema, donde las decisiones en tiempo real se vuelven adictivas, donde la diversidad del trabajo era lo que lo hacía atractivo y donde el mayor reto era estar preparado para la peor contingencia.

   Cuidar el detalle técnico de la operación era lo que la volvía digamos… elegante.

   Pides otra cerveza mientras rechazas un taco de Pato que te ofrecen, soy vegetariano murmuras, alguien te pregunta el porqué,  pregúntale al pato, respondes.
Nuestro Director General toma la palabra y platica del motivo de la celebración, menciona a los amigos que se jubilan y nos cuenta algún aspecto de su relación con cada uno de ellos, hay un silencio solemne en la sala, casi todos pensamos en la jubilación como en una despedida y ese inconsciente nos vuelve más emocionales.

   Pasan a recibir sus reconocimientos Jesús, Gilberto, Gustavo, Héctor y finalmente Manuel, mientras Enrique da lectura, a nombre de todos nosotros, a este último reconocimiento, te pide que pases al frente para recibirlo, surge un aplauso fuerte y sincero.

   Nos platicas tus primeros años en la compañía, como conociste a algunos de nosotros y compartes anécdotas que guardas en tu memoria, las cuentas con esa sencillez y calidad humana que te caracterizan, mientras hablas, hurgo en esos espacios que solo yo conozco llenos de enlaces sinápticos y te encuentro, en la sala de operación, en reuniones de trabajo, en comidas, en bares, pateando el balón, en congresos, en la presa, en debates, en proyectos, en restablecimientos, en consejos; otro aplauso fuerte me regresa, todos se incorporan para felicitarte, a medida que espero mi turno me congratulo de haber tenido el privilegio de conocerte y cuando te doy un abrazo, las palabras que esperaba expresar escapan a mi garganta y solo alcanzo a balbucear lo orgulloso que todos estamos de ti.


   La compañía es espléndida y la confianza de estar entre amigos nos lleva a los excesos, los Bailey´s en las rocas se multiplican a medida que transcurre el tiempo, en algún momento alguien pide un taxi y decides irte también, mientras bajas las escaleras, el Samurai parece observarte fijamente, descubres un brillo en su mirada que te provoca una descarga de adrenalina, avanzas otro escalón aunque más lentamente, con cuidado, la hoja de su sable emite un reflejo con el cambio de perspectiva, Nacho, que viene detrás de ti tropieza y te empuja hacia la mole de bronce, lo golpeas, con el empellón rompes lo que los ingenieros llamamos “equilibrio críticamente estable” el muro que se encuentra detrás evita su caída pero el rebote es todo tuyo, el bronce te pertenece mientras rueda contigo escaleras abajo en ese lugar… enemigo de los patos.

domingo, 2 de noviembre de 2014

16th Street


                                                                                                                         Para Nemorio

Mañana regresas, esta es tu última noche y aunque estás cansado, piensas aprovecharla, te despides de tus nuevos amigos y fiel a tu costumbre  decides recorrer las calles de esta ciudad por tu cuenta. Una ciudad que es más que calles, parques y edificios, museos y esculturas, la ciudad que te interesa conocer es la que vive en su gente, la que se manifiesta en sus costumbres, en sus ritos, en sus comportamientos, en sus historias. Cuando cruzas la puerta del hotel, el portero te pregunta si saldrás solo, le dices que sí, te avienta un discurso en un inglés cargado de hindú que no alcanzas a entender, le sonríes y te despides.

Mientras caminas, enciendes un cigarrillo y bajas el ritmo, el caminar despacio y concentrarte en percibir todos los detalles que puedas en tu trayecto es un ejercicio que ejecutas con frecuencia, especialmente en lugares que no conoces, el frío de otoño te da la bienvenida.
Entras en un sitio que anuncia Jazz en vivo, le pides a la chica una cerveza, tomas asiento en un rincón a lado de una pareja y cierras los ojos dando todo el poder de la percepción al sentido del oído.
Una rola cuasieterna te mantuvo fuera de este mundo, agradeces en el alma la improvisación que te tocó atestiguar y le sonríes en la oscuridad a tu mujer quien no necesita estar contigo para acompañarte.

En algún momento la chica te sirvió tu cerveza, desapareces el contenido del tarro en 20 segundos y prometes comprar la playera que viste por la mañana con la sentencia “No soy un alcohólico, soy un borracho, los alcohólicos van a reuniones”.

La trompeta te acaricia suavemente, a ti y a todo el recinto, una de las bondades de la música es su capacidad de sintonizar espíritus, sin importar sexos, culturas o edades, observas la pista de baile donde algunas parejas mueven sus cuerpos al ritmo que marca el sensual  saxofón, despacio, sin prisas, desinhibidos, bien, no puedes reprimir un gesto de sorpresa cuando te percatas como en cierto momento dos parejas intercambian y siguen fajando, él con él, ella con ella.

El aire frío de Denver te recibe nuevamente, golpea tu rostro mientras caminas por la calle 16 de regreso al hotel, lo haces despacio como te gusta, observas, descubres sombras que se deslizan al cobijo de los intersticios de los edificios que como tú, también observan, con ojos acostumbrados a la ausencia de  luz, homeless que buscan tomar de la noche lo que sea, lo que se pueda.

El frío de la madrugada comienza a calar, tu cabeza sin cabello es un sensor que te pide apurar el paso y olvidarte del proceso de observación, te faltan como diez cuadras, recuerdas aquellos textos Chamánicos que leíste de Carlos Castaneda hace algunos años y decides realizar un ejercicio que Don Juan, el personaje principal puso a sus pupilos; emprender una caminata de poder para meterle un poco de onda al regreso; te prometes caminar firme y decididamente, como si tuvieras prisa, al menos una cuadra con los ojos cerrados, confiando solo en tu instinto y en la guía que te pudieran dar las energías del entorno para no chocar con algún poste, hidrante, arbusto o banca de esta calle, estudias la cuadra que te reta silenciosa, visualizas los próximos metros y te programas para cambiar levemente tu dirección en el momento preciso para evitar la farola que se interpone en tu camino, acoges el reto, sabes como muchas otras veces que has llegado al punto sin retorno donde tienes que ejecutar la idea, das tres bocanadas sonoras de ese aire frío que te despabila, cierras los ojos y con firmeza, casi con fiereza comienzas tu recorrido.

Tropiezas con algo, escuchas un grito ahogado y por poco caes de bruces, instintivamente abres los ojos, una mujer que dormía te grita en un idioma que no entiendes, balbuceas repetidamente un  “I´m sorry, I´m sorry” que solo parece irritar más a la vieja, sacas tu cartera buscando resarcir de alguna manera el daño pero alguien te la arrebata, tu visa americana va en ella, piensas, entonces percibes más sombras, mimetizadas en los edificios, que se acercan, el frío desaparece, te acorralan, surgen de los resquicios, dispuestas a tomar de la noche lo que sea, lo que se pueda.

lunes, 18 de agosto de 2014

El mural






Cuando se sabe de manera absoluta que todo es irreal, no tiene ningún sentido fatigarse para demostrarlo.
Emil Cioran


Para el colectivo ENAMURO

   
Te juntas con los amigos a lanzar ideas, el tema a desarrollar es de luchadores, las imágenes se forman y deshacen en tu mente a medida que las palabras de los otros las evocan, algunos papeles por fin las materializan y después de discutir pros y contras, finalmente se deciden por uno de ellos para hacer un boceto.

   Te toca trabajarlo, la diferencia de proporciones de ancho y alto del muro disponible representa todo un reto para lograr que los personajes respondan a los conceptos del colectivo, te concentras, trabajas acompañado solo por humo y café, el resultado te satisface, las horas invertidas han valido la pena, cada obra es como un pequeño hijo, dice el maestro.

   La pared espera impaciente, el proyecto te llevará algunas horas y consiste en multiplicar las dimensiones del boceto, mientras preparas la pintura, vas y vienes del boceto a los colores, y esa noche, te lo llevas a lo más profundo de tus sueños, los personajes aparecen una y otra vez, bajo diversas circunstancias, te despiertas con una ansiedad que nunca habías sentido, no puedes esperar más, es como si te hubieras dado cuenta que hacer este mural cambiará tu vida.

   Pasas tus manos sobre esa pared, cierras los ojos y sientes las múltiples texturas que presenta, es un rito que siempre realizas, tocar el soporte, sentir, es parte del protocolo al iniciar un trabajo. Realizas los primeros trazos, cubres las firmas que los chavos del barrio han plasmado por años, reclamando como suyo cada centímetro cuadrado de esta pared, esta tarde, trabajaras para el barrio, regalando tu talento, convencido que mejorar el entorno también mejora la vida de las personas.

   El muro está lleno de imperfecciones, hoyos e irregularidades dificultan la pintada, así son los muros de nuestros barrios, el tiempo, las pintas y los hoyuelos observan a las personas en su tránsito por las calles, son mudos testigos de los juegos de los pequeños, de actos de violencia de los perversos, y en ocasiones, cuando tienen suerte, de las caricias de los amantes  que buscan burlar al pudor al cobijo de los rincones más oscuros.

   Te gusta el azul, comienzas a aplicarlo y a medida que cubre las piernas del personaje casi pudieras afirmar que sientes como se tensan tus propios músculos abductores. Imaginas el ambiente en una arena real, los gritos de la gente, los rostros de los niños que ven en las máscaras de sus ídolos a esos héroes que no pierden su esencia humana; nada que ver con aquellos de la liga de la justicia de los comics gringos. Acá, en esta arena, los rudos y los técnicos, el bien y el mal, se enfrentan cada semana para dirimir viejas rencillas.

   No te das cuenta y ya estás trabajando el abdomen, decides pintar uno que denote horas de entrenamiento, uno que sea capaz de soportar cualquier golpe, cualquier patada sin que disminuya la efectividad del contraataque. Te gustaría contar con uno así, diferente a esta pancita cervecera que te caracteriza, uno que, al mostrarse, enseñara una disciplina de carácter que definitivamente no tienes.

   Trabajas los pectorales, deltoides y bíceps que te permite la perspectiva, buscas transmitir la tensión, fuerza y coordinación que un salto desde una tercera cuerda seguramente requiere. Imaginas al personaje, consumando uno de los grandes sueños del hombre, volar.

   El sol lagunero te pasa la factura de la pintada, te quedas sin agua pero no puedes parar, es un estado que muy pocas veces logras cuando estás desarrollando una obra, pareciera que el pincel cobrara vida propia, va y viene del muro al bote de pintura, al bote de agua, imprimes luces y sombras que dan el volumen que necesitas.


   Trabajas la cabeza, una máscara azul la cubre,  mientras pintas, imaginas lo que debe significar una lucha a dos de tres caídas sin límite de tiempo portando una máscara de estas; el ejercicio por sí mismo es capaz de generar litros de sudor, pero con la máscara encima el efecto debe ser multiplicador, se debe sentir algo parecido a lo que tú ahora sientes, al pintar bajo el sol, el agua resbala por tu cuerpo y rostro, el pincel sigue su movimiento de autómata que no te permite descanso, te duelen los brazos, especialmente el izquierdo, como si hubieras recibido un fuerte golpe; los ruidos de la calle se desvanecen y son sustituidos por gritos de personas, te descubres en tensión, dispuesto a golpear, tu cabeza caliente, tu mirada fija en el objetivo, derrumbar y preparar la caída, lastimar sin lastimarte, un momento que parece volverse eterno, detenido en el tiempo mientras con el rabillo del ojo, a tu derecha, observas a un hombre que te mira fijamente, muestra una mueca que quiere parecer una sonrisa, satisfecho, liberado, mientras tú, te quedas acá, atrapado en un muro, volando.

martes, 25 de febrero de 2014

TEMAZCAL


Quien busque el infinito, que cierre los ojos
Milan Kundera


Después de una noche que duró tres días, despiertas, abres los ojos, confundido te descubres en un camastro, un techo de paja te cobija, el inconfundible ruido de olas besando una orilla te dice que estás en alguna playa, aún recostado tratas de recordar que hiciste, como llegaste a este sitio. Una mujer entra corriendo a la choza, te sonríe y te apura diciendo que el ritual está por comenzar, enseguida sale a toda prisa dejando todavía más preguntas en tu mente. Te incorporas, descubres una botella de agua y la apuras con avidez, al primer trago sientes como quema tu garganta y esófago, demasiado tarde, es una especie de mezcal que te descompone volviendo a la sed lo menos importante en este momento, sales a la luz, una lluvia de fotones te recibe mientras tus ojos tardan un momento en acostumbrarse al cambio, aunque siempre lo logras, reflexionas, adaptarte al cambio.
   
La imagen es increíble, un inconfundible verde turquesa te dice que estás en el Caribe, la brisa de la mañana acaricia tu rostro, respiras hondo, llenas tus pulmones de ese aire salado que te hace tanto bien, cierras los ojos para concentrarte en las sensaciones que tus  pies transmiten mientras se hunden en la arena, ahora te fijas en los sonidos, escuchas con atención, mides el tiempo pretendiendo encontrar la frecuencia escondida en el oleaje, realizas algunos cálculos y determinas un rango que consideras aceptable, tu formación siempre te ha impuesto estos ejercicios; recuerdas un personaje de Asimov que se entretenía planteando las ecuaciones diferenciales de los cuerpos en movimiento, definitivamente no llegas a tanto; una brisa te acaricia, abres los brazos, los labios, la reconoces y saludas con una sonrisa, se trata de la hija del viento, tu amigo.

Un grito te trae de vuelta, la mujer de la choza te hace señas para que te acerques, caminas, descubres un gran domo blanco, un Temazcal enorme, el más grande que has visto en tu vida adornado con una serpiente emplumada, México lindo, un hombre con el pelo larguísimo te da un abrazo fuerte, gracias por estar acá vagabundo, te dice, asientes sin saber de quien se trata, maldita memoria; mientras esperas, tratas de recordar cómo has llegado a este sitio, la vista del mar a través de las palmeras es maravillosa, te hipnotiza y decides llevártela en uno más de tus recuerdos de vida, aquellos que habrás de nombrar la noche que te despidas, unas volutas de humo te sacan del trance, hay una gran fogata que otro muchacho atiza con una pala.

El ritual comienza pidiendo sabiduría a Quetzalcóatl hacia el Oriente,  volteamos al Poniente y nos dirigimos a Xipe Totec solicitando recibir y dar amor, al Norte invocamos a Tezcatlipoca buscando la inteligencia para reconocernos y hacia el Sur llamamos a Huitzilopochtli para que nos ayude a desarrollar nuestra voluntad en armonía con la voluntad divina. Asumes el rito con toda seriedad, por algo estás acá, no hay casualidades, te repites. El guía explica la forma de entrar, caminaremos rodeando el temazcal hacia la derecha, entraremos por la pequeña puerta y dentro caminaremos ahora hacia la izquierda hasta completar otro circulo completo, entendido, si, contestamos, emularemos el símbolo del infinito regresando al vientre materno, el común a todos los hombres, sin importar culturas o religiones, posiciones sociales o creencias, el vientre de la tierra, nuestra madre.

Soy el primero en entrar, la puerta es pequeña, el abdomen no me permite hacerlo en cuclillas de modo que lo hago gateando, las piedrillas del suelo me lastiman, hago el círculo interior y busco sentarme cerca del hoyo del centro delimitado por piedras, como nos pidieron, observo como entran el resto de las personas, 4 hombres y tres mujeres, todos toman su sitio, el guía nos dice que esta mañana haremos una puerta por cada uno de nosotros, también dice que compartirá un conocimiento que aprendió de sus padres y ellos de los suyos y así sucesivamente hasta el inicio de los tiempos. Nos pide que mantengamos la menta abierta, libre de prejuicios, que tratemos de sentir y dejemos de pensar, nos presenta a quienes llama sus águilas de fuego, el chico que estaba en la fogata y una mujer de cabello rubio que físicamente responde a patrones nórdicos.

El águila varón entra con una cubeta llena de piedras que se perciben muy calientes, en ese momento, siguiendo al guía comenzamos un cántico “Bienvenidas, bienvenidas, abuelitas de la antigüedad”, el muchacho deposita las piedras en el ombligo del temazcal, se retira y ahora quien entra es la chica con otra carga similar después de lo cual sella la entrada de luz, lo que nos lleva a una oscuridad casi total, solo el centro arroja algunos destellos producto de la incandescencia, dejamos de cantar, ahora nos pide relajarnos mientras diversos aromas inundan el ambiente - estamos aquí quienes tenemos que estar, bienvenidos hermanos, bienvenidos a casa, limpiaremos nuestro cuerpo y nuestro espíritu, estamos seguros, en paz, en el vientre de la tierra, nuestra madre, aquí todos somos iguales, no importa de dónde vengamos ni nuestras posesiones, todos somos hijos de la tierra, venimos a purificarnos, a dejar lo malo, a renacer como mejores personas.

El espacio se llena de vapor, alguien ha vertido agua sobre las piedras, comienzas a sudar copiosamente, sientes como tu cuerpo de agua se desprende del de carne en muchas pequeñas gotas, resbalan formando caminos caprichosos a través de los montes, valles, cicatrices, tatuajes y vellos que forman tu cuerpo. Los cánticos sobrevienen, uno tras otro, los sigues, concentrado, tus sentidos atentos, alertas, sin querer perderse un solo detalle de la experiencia, como si cada uno de ellos tuviera voluntad propia y al tomar preponderancia en la percepción del mundo, estuvieran jubilosos. Las piedras calientes siguen entrando, ocho puertas, ocho recargas, ocho nacimientos.

Permiso para hablar, Concedido, el tiempo de las confesiones ha llegado, de tirar lo malo al fuego, de lanzarlo a las abuelitas que con su sabiduría sabrán que hacer, de quitarnos el lastre de las acciones vergonzosas mediante una confesión pública, de reconocer, de arrepentirnos, de aprender, Jop.

Permiso para hablar, Concedido, agradeces al guía y a sus águilas la experiencia, agradeces a tus hermanos su compañía, comprometes tus acciones futuras con la tierra de testigo, escuchas el tono de tu voz, te suena distinta, es la voz de mis entrañas, piensas, Jop.


El momento de renacer ha llegado, gritamos con todas nuestras fuerzas, mientras se abre la puerta de luz, salimos, ahora eres el último, estás cansado, calculas que las ocho puertas se han llevado poco más de tres horas, definitivamente estás deshidratado, piensas en lo bien que te caería una cerveza fría, te pones de nueva cuenta a gatas, por alguna razón te duelen muchísimo las rodillas, te levantas, intentarás pasar de cuclillas, te sujetas del marco de la pequeña puerta mientras flexionas tus piernas ausentes de fuerza, algo que no calculaste, al intentar dar el primer paso, pierdes el equilibrio, te vas hacia un lado, alcanzas a recomponer pero ahora te vas hacia atrás, no hay retorno, el ombligo del temazcal te recibe.

domingo, 17 de noviembre de 2013

El lienzo

  


 Amanece, la luz de Octubre me abraza por completo dejando mi pálida piel al desnudo, te observo por primera vez y siento como tus palmas resbalan por mi cuerpo, alisándolo, me gusta, podría acostumbrarme a tus mimos matutinos por siempre.

   No sé quién eres ni porqué llegaste a mí pero me gusta observarte, mi estructura sensorial de tres metros cuadrados me permite verte desde diversas perspectivas, la parte baja, media o alta, por un lado o por el otro. En ocasiones me permito concentrar todas las visiones en una sola, donde tus rasgos terminan por perderse y solo queda un espacio de luz cálido y difuso que me encanta descomponer una y otra vez en cada una de tus perspectivas. Así, en una maravilla del aprendizaje y autodominio, mágicamente voy y vengo de tu rostro al espacio de luz y de vuelta a tus manos, tu cuerpo, tu luz, tu color, tu aroma, tu luz.

   Te esmeras en cubrir mi piel con esos colores y brochas de diversos tamaños, hay ocasiones en que tu mentón y entrecejo se arrugan un poco, es ahí, cuando descubro ese gesto; que concentro todas mis miradas en una sola viéndote directamente a los ojos, fijamente, esperando te acerques lo suficiente para jugar al cíclope de Cortazar, o al menos lo necesario para veme en ti, en el reflejo de tu concentrada mirada y descubrir el nuevo tono de mi piel, las formas con que has decidido tatuarme de por vida, esperando que descubras mi presencia, que me sientas como yo te siento a ti amor, desde ese primer Octubre de mi vida, cuando me tocaste.

   La pintura cubre mis imperfecciones, en ocasiones pasas más de un tono por el mismo sitio, es como si no decidieras que ropa ponerme, no importa, al final siempre me cubres, me haces diferente. Hay un momento de tu técnica que anhelo y espero cada día, ese que acompaña al ruido de un compresor mientras un aire tibio comienza a acariciarme llenándome de cosquillas, me río a carcajadas mientras tú, seria y concentrada me ametrallas con ese aire colorido formando las grecas que tanto te gustan.

   Tengo tu atención, me gusta el hecho, sentir como me cuidas, como me transformo bajo tu influencia y tus colores y tu música y tu danza de libélula feliz. Me regocijo siendo el objeto que la lente de tu cámara enfoca cada tarde, documentando la transformación, juego a tratar de adivinar el momento preciso en que finalmente oprimirás el botón.


   Estoy vestido, sonríes, te alejas un par de metros y me observas detenidamente, tomas un pincel delgado, vestido de  verde y retocas mi frente, sonrío, te alejas, tomas de nueva cuenta ese pincel pero ahora bañado de negro, te concentras mientras lo apoyas en mi costado marcándome con esos 11 símbolos que rompen la paleta y la composición, sé que habrán de acompañarme el resto de mi vida, te retiras nuevamente y muestras tu sonrisa satisfecha, presiento que dejaremos de vernos y un sentimiento de tristeza me asalta, no te vayas, al menos dime quien eres, por favor.

domingo, 13 de octubre de 2013

Medellín


Cuando se sabe de manera absoluta que todo es irreal, no tiene ningún sentido fatigarse para demostrarlo.
Emile Cioran 

Llegas a la plaza Botero, en el centro de Medellín, las mujeres gordas llaman tu atención, especialmente aquella que recostada tiene un espejo diminuto que refleja una imagen eterna, cumpliendo el sueño de los hombres, detener las huellas del tiempo en rostro y cuerpo.
   El descaro de sus formas te hipnotiza, sales del trance cuando percibes a tu lado a un mimo que sigue tus posturas y gestos, lo pones a prueba, te acercas a la escultura, la tocas, comienzas el viaje por uno de sus pies, como lo haría un amante, paseas tus yemas apenas haciendo contacto, extrañas la piel de gallina que el efecto casi siempre surte, tu espejo viviente te sigue, fiel, observas en su rostro la concentración del tuyo, continúas, te detienes en aquellos espacios que son tus favoritos, como si estuvieran solo tú y ella en una oscura habitación de hotel, algunos curiosos observan la escena donde un hombre y su sombra acarician una mujer desnuda al alcance del pueblo.
   Caminas una de esas calles peatonales donde las personas andan sin rumbo fijo, por el solo placer de mover las piernas, te encuentras con mujeres de todas las edades que tienen el mismo oficio, algunas, discretamente, sostienen tu mirada, otras, más osadas, te sonríen en una invitación franca a disfrutar de los placeres de la carne.
   Entras en un pequeño restaurante, pides una Club Colombia, siempre bebes lo que la casa produce, no importa en donde te encuentres, estudias una guía turística tratando de planear el resto de tu día, Te llama la atención el metro-cable que promete vistas maravillosas de la ciudad, sobre todo al caer la tarde; te distrae un hombre que te ofrece una bolsa de frutas amarillas por solo tres mil pesos, piensas rechazarla cuando un viejo, sentado a tu lado, te dice que son uchuvas, se venden en Europa bañadas en chocolate como “exotic dessert” a 100 veces el precio que le ofrecen, lo mejor es acompañarlas de un antioqueño de tapa azul, dice, fiel a tus costumbres, decides comprar pidiendo además una copa del licor de referencia, al pagar la fruta, el hombre sonríe mostrando una dentadura amarilla, como las de los mineros de Mapimí en el norte de México.
   Siguiendo las instrucciones del viejo, partes una de las uchuvas, la bañas con limón, apuras el antioqueño y pasas a comer la fruta, delicioso, te encantan estos momentos, descubrir coincidencias culturales, te recuerdan el rito del tequila con sal y limón.
   Conversas con el viejo, mientras lo escuchas, llama tu atención al fondo del local una mujer madura de edad indefinible, con unos labios carnosos pintados de un rojo intenso, el viejo descubre el punto de tu interés, es una puta, dice, nadie sabe quién es pero siempre viene acá, sonrío, el negocio del amor no conoce épocas ni fronteras.
   Camino hacia el metro, me siento diferente, el efecto del licor tal vez, lo descartas, solo fueron dos antioqueños y una colombiana, aunque las uchuvas te las comiste casi todas, estaban buenísimas, imaginas que tal vez produzcan un efecto que agudiza tus sentidos, sonríes, tomas la dirección Niquía. En el trayecto se bordea el río Medellín, te das cuenta que es ahí donde viven los parias de esta parte de la tierra, tratas de imaginar una vida como esas, aunque sabes que por más que te esfuerces, estarás lejos de las realidades lastimosas y lacerantes para quienes las viven y para quienes nos acostumbramos a convivir con ellas.
   Me bajo en la estación Acevedo y me dirijo a Santo Domingo para tomar el metro-cable recomendado, se trata de un teleférico como los que hay en algunas ciudades como Zacatecas o Durango, con la diferencia que en lugar de uno o dos carros acá son muchos más, es de transporte público, los carros suben y bajan la montaña cíclicamente con un sistema muy ingenioso de frenado en las terminales para que las personas puedan subir o bajar con el carro en movimiento. Cuando compras tu boleto la chica te dice que todos están bajando, que si subes no te puedes quedar arriba ya que el tren está por cerrar, le dices que eres un turista y que solo quieres ver la ciudad desde lo alto, como dice el librito, le prometes que no bajarás en la cima y que seguirás de regreso, te sonríe, son cuatro mil pesos, dice.
   Subes a la cabina, los carros están muy limpios, la verdad es que el metro en esta ciudad es de primer nivel, te da gusto, cualquier logro latinoamericano lo sientes como propio, aunque también cualquier agravio, el balance no siempre es positivo.
   Como dijo la chica, eres el único que sube, todos bajan, un terrible sopor te abraza, piensas que las uchuvas te han pegado. Después de 20 o 25 minutos llegas a la cima, el camino es espectacular, estas contento, bajas un momento para lanzar alguna foto cuando un guardia te dice que ya debes regresar, el metro está por cerrar, y no admitirán más pasajeros, accedes, tomas el carro de regreso, vuelves a estar solo, no puedes mantener los ojos abiertos a pesar de la majestuosidad del Medellín iluminado, te recuestas, cansado.
   Despiertas, nuevamente hacia arriba, te pasaste, es de noche y constatas en los carros de enfrente que nadie baja más, te da frío, buscas en tu mochila alguna chamarra aunque sabes que no la encontrarás, los hombres del desierto casi nunca las necesitamos. Tratas de mantenerte despierto cuando el carro se detiene, alcanzas a ver que estás en la torre 18 entre las estaciones Santo Domingo y Arví. Sopesas tu situación, el servicio se reanudará hasta la mañana, los sonidos de la noche, del campo de abajo te alcanzan, aves, insectos y el viento, te acurrucas en un rincón dispuesto a dormir, si el frío te lo permite, piensas.

   Un dolor de cuello te despierta, te incorporas en el asiento, los sonidos de la noche te reciben, tus pupilas se dilatan en uno de esos maravillosos mecanismos de adaptación que los hijos de la naturaleza tenemos y que la tecnología trata de emular en los nuevos tiempos, es ahí, cuando te das cuenta que no estás solo, un escalofrío recorre tu espalda mientras a tu lado una mujer madura de edad indefinible, con unos labios carnosos pintados de un rojo intenso te mira fijamente.

miércoles, 31 de julio de 2013

Amor en Santiago




          Por fin llego a Santiago, a 1000 kilómetros de la Habana, una ciudad que nació en los albores de 1500, la primera capital Cubana que tuvo además por primer alcalde a Hernán Cortés, el conquistador que desde allí emprendiera su cruzada para someter al emperador Moctezuma, a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Desde hace mucho quería venir, el festival del Caribe resultó una magnífica oportunidad para hacerlo en un ambiente festivo, rodeado de teatro, baile, pintura, música y especialmente de las letras, quienes desde niño me han cautivado, en algún momento se volvieron mis amantes silenciosas, siempre fieles, nunca me han negado una caricia, ni aún en mis noches mas oscuras.
El saberme en la Cuba de los Eliseos, Diego y Alberto termina por conmoverme, recuerdo aquel texto donde Lichi narra una vieja historia de amor entre Laura Marx y  Pablo Lafargue, el Santiaguero, el suicidio anunciado con cianuro de potasio como vehículo liberador de años viejos, donde el olor a almendras amargas me pegó de lleno un jueves por la mañana mientras un abrazo suave y eterno los acompañaba al otro lado de la vida.

            La música me sigue a cada paso, en cada esquina, me asalta en cada rincón, los cuerpos vecinos se mueven en franca autonomía al ritmo de guitarras y tambores, como siempre, las mujeres me llaman, sus cuerpos, sus movimientos, sus gestos roban mi atención, me gusta observarlas cuando bailan, imaginar como es posible que muevan la cadera con esa cadencia circular, como desarticulada del resto del cuerpo, mientras, al mismo tiempo, brazos, piernas, hombros, miradas te retan a seguir esa indescriptible sincronía que se habla de tu con los ritmos nacidos en otro continente, uno negro, cuna de todos los instintos y placeres.

Los pasos me llevan a la casa del Caribe, una exposición de diversas deidades con poderes e influencias diferentes me espera, el sincretismo del catolicismo español y la cultura africana presenta a sus hijos pródigos, Babalú Aye, Changó, Agayú Sola y muchos otros, una mulata con vestido anaranjado me persigue mientras paseo por el recinto, termina por ponerme nervioso así que decido enfrentarla, le pregunto que desea, sonríe, muestra unos dientes amarillos en una mueca que pretende ser una sonrisa, la peluca rubia contrasta con su tez negra dándole un aspecto que mueve a risa, eres mexicano, sentencia, lo se, le digo; los cubanos pueden identificar las nacionalidades de las personas por su forma de andar, de moverse, de comportarse, aún antes de escucharlos. Te leo las cartas, afirma, sé que no me la quitaré de encima así que decido darle los 5 CUCs que me pide por el servicio. Nos sentamos en un rincón, saca unas cartas de Tarot que se deshacen de viejas, reflexiono por un momento cuantas decisiones habrán han salido del mazo de naipes que la mulata revuelve frente a mi.

Eres una persona de buenos sentimientos, harás amistades nuevas en este viaje, alegría para ti y tu familia, ¿me entiende?, hay una persona que te hará pasar momentos desagradables por un dinero, eres muy confiado, no debes entregar dinero a nadie porque no te van a pagar, ¿me entiende? ¿me esta escuchando?, una persona le va  a pedir dinero prestado, alguien de su familia, no le debe prestar, alegría para ti, la vida te da un cambio muy exitoso de un día para otro, hay que mantener la calma siempre, prestigio social, siempre vas a estar hablando con muchas personas, no digamos que eres una persona muy inteligente pero tienes un talento que llama la atención y la gente te rodea, captas con facilidad las cosas, ¿me entiende?, mucha gente depende de ti, eres una gente totalmente independiente, tiene que ser selectivo con las amistades, la gente te envidia por tu talento, ¿me entiende?, es mejor para ti no hablar, tratar de pasar desapercibido, mantener la boca cerrada, voy a hacer una maestría, callado, voy a iniciar un negocio, callado, porque si hablas lo haces en un sentido bueno pero se va a tomar como malo, tienes que tener en tu casa muchas flores blancas, en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo, no te pueden faltar las flores a ti, en estos días, acá, conocerás al amor de tu vida, se trata de una mujer negra, te enamorarás perdidamente, dejaras todo por ella, la llevarás a vivir contigo porque solo ella te hará feliz, ¿me entiende?, me escucha, tendrá mucho éxito con respecto al amor, tu tienes suerte, muchas personas se molestan por tu suerte, por eso te digo que no hables mucho, alguien en tu familia le duelen las piernas, debe tomar vitaminas, hasta tu puedes padecer de eso, te gusta aprender, escuchas mucho, ¿ me entiende? , eso te da éxito, ¿me escucha?.

De vuelta al hotel saco un habano, inicio el protocolo, lo corto, lo pongo en mi boca, saco un cerillo y lo acerco al borde, doy vuelta al puro buscando una prendida uniforme mientras chupo y suelto en repetidas ocasiones, la llama baila frente a mis ojos mientras cambia de color, el tabaco enciende, me gusta sentir como el humo acaricia mi lengua, el paladar, resistir la tentación de aspirarlo y llevarlo a mis pulmones si no quiero acabar vomitando como hace años mi hermano y luego soltarlo, poco a poco, sentir que roza mi nariz y resistiendo de nueva cuenta la tentación de aspirarlo en lo que pudiéramos llamar una fumada reciclable.

El séptimo mojito me tiene eufórico, toda parranda tiene el comportamiento de una curva de distribución normal y ahora me encuentro en la cima, adoro esta sensación, supongo que muchos alcohólicos decidimos serlo por vivir estos breves momentos de exaltación donde nos sentimos los dueños del mundo, en la penumbra del ambiente descubro a una mulata guapísima, se por experiencia que el alcohol embellece a las personas, he despertado muchas veces con mujeres francamente feas que en la víspera me parecían hermosas, sopeso esa realidad y decido que en esta ocasión mi visión es verdadera, tiene ojos claros y mirada tierna, hipnotizado me dirijo a su mesa sin importarme lo que piense el hombre a su lado, lo ignoro y la invito a bailar, acepta. Me muevo como un perfecto robot de los imaginados por Asimov en su primera generación, mi incapacidad corporal se acentúa al lado de esta diosa del movimiento donde su cadera ha venido a sustituir al aburrido reloj de cadena en la entrada al trance hipnótico. Es ahí, en ese preciso momento cuando la música parece apagarse dando paso a las palabras de la Santera “conocerás al amor de tu vida, se trata de una mujer negra, te enamorarás perdidamente, dejaras todo por ella, la llevarás a vivir contigo porque solo ella te hará feliz”.  Aunque eres un escéptico en esas suertes adivinatorias, la mujer que tienes enfrente, esa que te ha embrujado con solo verla te hace considerar que la mulata tenía razón, sientes una necesidad espontánea de llevarla contigo, a la calle, a tu hotel, a tu país, a tu vida.


Has perdido todo, familia, trabajo, ahorros, te ves derrotado al final de la novela, una vez mas te encuentras ebrio, entre el humo del tabaco y los sopores del alcohol la única certeza que tienes es que tu futuro acaba ahora, con esta botella. Ahora te explicas las reacciones de todos, tantas preguntas, que si estabas loco, que le veías a esa mujer, que te pasaba y a ti, nada te importaba, no lo entendías, hasta ese día, cuando se despidió de ti y se largó a Miami, fue entonces que pudiste verla tal y como era, con unos dientes amarillos en una mueca que pretendía ser una sonrisa, la peluca rubia contrastando con su tez negra dándole un aspecto que movía a risa.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Beijing´s Silk Market



Hay una oferta para cada demanda
Florence Scovel




   La guía nos explica que tengamos cuidado con lo que compramos, hay imitaciones separadas por clases, es decir, algunas muy buena calidad, cercana al original y otras muy pobres; nos dice también que en el Silk Marquet, como casi en todo China, el regateo es parte del protocolo de compra venta.

   Se trata de un edificio de 6 pisos donde encuentras de todo, como en nuestro Tepito mexicano, Los pisos repletos de las mercancías mas variadas para todos los gustos, un ejercito de vendedores te espera, comienzan hablándote en inglés pero no tardan en darse cuenta que eres latino, es entonces que la palabra “amigo” nos acompaña toda la tarde buscando llamar nuestra atención.

   Apenas entras cuando se te acerca una chica en sus 20s, le sonríes, error, te toma del brazo y te quiere arrastrar hasta su local para mostrarte su mercancía, te resistes, le dices en español y en inglés “no, gracias” pero ella insiste, aquello se vuelve un forcejeo donde tratas de mantenerte firme sin lastimarla en el jaloneo, hasta que uno de tus amigos prácticamente te rescata de sus garras, cuando al fin te sueltas, sales a paso veloz en otra dirección, te fijas de que pasillo se trata para no volver a pasar por ahí.

   Te acompañan dos camaradas, Alejandro  y Abel, te parece una buena idea hacer juntos el recorrido en un sitio que se rige con sus propias reglas. Coincidimos en que necesitamos una maleta pequeña para nuestro viaje de regreso, además ahí podremos guardar lo que compremos.

   Preguntamos por algunos modelos, Abel suelta su primer ¿how much? de la tarde, un chico y un par de muchachas nos atienden, con unas cuantas palabras en inglés por parte de ambas partes es suficiente, el regateo lo hacemos mediante una calculadora, ellos teclean, nosotros tecleamos, vienen los reclamos por parte de los vendedores en un idioma que se habla fuerte y donde por el lenguaje corporal mas que por lo que escuchas entiendes su posición, “codo, codo” te espetan, tu solo sonríes y amagas con salir de la tienda, te jalan, regresas, teclean, tecleas, compras.

   De 950 Yuanes queda en 250 cada maleta, buen trato para todos, lo entiendes en la amplia sonrisa que una de las chicas te dedica cuando sacas la plata.

   Definimos a nuestro negociador, consumado maestro del regate con capacidad de leer cuando se debe seguir forzando y cuando parar. Antes de entrar, nos ponemos de acuerdo si a alguien le interesa algo de esa tienda, ofrecer comprar doble o triple es una estrategia poderosa.

   El primer golpe es contundente, ofrecer el 10% del precio que nos ofrecen, invariablemente el vendedor se altera y se da cuenta que tiene frente a si a un posible cliente, pero del tipo desalmado que le exigirá poner en práctica sus mas avezadas dotes para vender sin perder.

   Los vendedores son insistentes, agresivos, los pasillos se llenan de gritos, muchos gesticulan por llamar tu atención, cada local tiene una raya amarilla pintada en el piso sobre la entrada, parece ser una regla el que los vendedores no la sobrepasen, después te das cuenta que en los pasillos hay instaladas cámaras que vigilan.

   Pasamos la tarde, Uno de mis amigos se enamora por cinco minutos de una chica con un nombre impronunciable que se hace llamar Ice Cream, piel blanquísima, ojos y cabellos negros de acuerdo al prototipo de la belleza de esas latitudes. Ahí la estrategia de compra se va a la mierda, no pretendemos importunar el estado de la mujer, seguimos apostando por no borrar la sonrisa que nos regala, todos compramos al primer precio, bah.

   Como buenos consumistas, llevamos cosas que no necesitamos, ya para salir entramos a un local atendido por tres preciosas muchachas, una de ellas te toma de la solapa, retira tu bufanda, la alisa, te la vuelve a poner mientras te acomoda de nueva cuenta el saco, “handsome” te dice mientras toca tu pecho, siente el bulto de tu cartera, “mucho dinelo” dice, sabes perfectamente que esa es su estrategia de venta, atraer a los varones, coquetear y vender a toda costa, se te acerca peligrosamente, es una niña, piensas, das dos pasos atrás mientras sus ojos rasgados te siguen, logras romper el contacto visual y alcanzas a escuchar como tu líder negociador, vencedor de mil batallas, el inconmovible ya no regatea, al contratrio, paga 100 Yuanes por una prenda de 20 dejando además la mercancía, joder, los héroes también pueden ser vencidos, sales de la tienda.

   Te encuentras con Alejandro, te dice que quiere ver los relojes, te pide lo acompañes, de acuerdo, aún nos quedan 20 minutos para tomar el autobús, nos dirigimos al 4º piso, entra en uno de los locales, lo atiende un varón y dos chicas, tu lo esperas afuera observando otros aparadores, en un momento escuchas fuertes gritos, te asomas y ves a tu camarada en un rincón con los vendedores rodeándolo, no lo dejan salir, se cruzan nuestras miradas y percibes un dejo de angustia en la suya, entras y tocas el hombro del varón, lo percibes agresivo, tal pareciera que una vez que entraste a su tienda le tuvieras que comprar a huevo. Alejandro trata de avanzar a la salida pero una de las chicas lo toma del brazo, mi amigo jala con fuerza y golpea con el codo a la otra chica, su rostro se baña de rojo mientras grita, el chino empuja a mi amigo, quien cae en un aparador, el ruido de cristales rotos inunda el ambiente, cuando se dispone a golpearlo, lo agarro por la espalda con todas mis fuerzas, el maldito chino se tira al piso y se me escurre, siento un golpe en la cabeza, se me nubla la vista, gritos, desde el suelo alcanzo a ver como nos tunden a patadas, alguien apaga la luz.

sábado, 2 de marzo de 2013

Habana




   Si, al aeropuerto por favor, pego mi rostro al cristal del auto y me despido de esta ciudad, de la brisa con sal de su malecón, de sus olas enormes que se estrellan en el Morro, de los otrora cañones que adornan las calles, del capitolio y su ironía, del Granma, de los mojitos, del Capri y sus mujeres de traseros erguidos, del Partagras, del Gato Tuerto y sus boleros, del café, de la Casa de la Música y sus ritmos, de la Casa de las Américas y sus letras, de las cervezas Cristal y Bucanero, del aromático Cohiba, de las santeras vestidas de blanco, del Tropicana y sus bailes, del Habana libre y la historia en sus muros, de la guagua, de la gasolina rica en plomo, de los museos y sus restauraciones, de la casa Guayasamín con sus Fideles, de las callejuelas y sus miradas furtivas, de sus olores, de su gente.

   Llegamos, mientras espero en la fila, no resisto la tentación de verle el trasero a una joven que está delante de mi, es hermosa, un taco de ojo no le hace mal a nadie, decido distraerme en una lectura que cuenta las andanzas del mafioso Mayer Lansky en esta tierras. Me llaman, documento el equipaje y me dispongo a matar las tres horas de espera a golpe de recuerdos cercanos, tomo un asiento y me desparramo, cierro los ojos dispuesto a iniciar un ejercicio de reflexión y síntesis de la experiencia, lo que habré de recordar por siempre.

   Me remonto a mi llegada, mientras esperábamos pasar por migración, un policía vestido de civil buscaba en la respuesta de unos viejos que solo hablaban inglés, razones ocultas al placer de solo viajar, me pareció exagerado el interrogatorio, se trataba de un policía atrapado en los tiempos del recontra ultra espionaje de la guerra fría.

   Recuerdas tu turno frente a la oficial de inmigración, fue ahí, que viste por primera vez la puerta cerrada, esa que solo se abrió cuando ella verificó que eras un turista mas, hiciste un comentario que a cualquier otra mujer le hubiera arrancado una sonrisa, pero la mulata no estaba para bromas, recibiste un ceño fruncido y una especie de reprimenda como respuesta, de inmediato te arrepentiste. Mientras te volvías de nuevo un hombre aburrido, llenó un formulario y dándote una ultima mirada oprimió el botón que te abrió la puerta a la Habana.

   Esperaste tu equipaje, la maleta tardaba en aparecer, no te importaba, estabas respirando el aire de la tierra de Martí, de Silvio y Pablo, versos y guitarras que marcaron tu juventud, tierra donde Ernesto alcanzó las alturas de ícono revolucionario.

   Se te antoja un cigarro, los minutos parecen haberse detenido en esta sala de espera, nunca te han gustado, te meten en un estado de nerviosismo donde el humo del tabaco es lo único que parece calmarte, volteas y ves un letrero que prohíbe fumar.

   Para tranquilizarte cierras los ojos, recuerdas tus años de juventud, los debates, cigarros, las críticas al partido dominante, cervezas, las marchas de apoyo al pueblo nicaragüense en la glorieta de los Insurgentes. Te descubres suspirando con esa sonrisa del pasado mientras las palabras de Salvador Allende vienen a tu memoria “Ser joven y no ser revolucionario, una contradicción hasta biológica”, casi en automático, en voz inaudible repites la cita que no habían tocado tus labios en décadas, “las dictaduras engendran revoluciones”. Recordando sombras de la historia ves a Díaz en México, a Pinochet en Chile, a Stroessner en Paraguay, a Somosa en Nicaragua, a Duvalier en Haití, a Trujillo en Dominicana, a Noriega en Panamá, todos interpretaron la lección a su manera, “milicos del mundo, uníos”. Irremediablemente la reflexión te lleva a Fidel, el sempiterno Fidel.

   Vuelves a tu ensueño, te hospedaste en la Habana vieja, cogiste la mochila y saliste a la calle, después de rechazar a los choferes de taxis que no entendían tu vicio por caminar te sumergiste en esas calles de edificios grises, vestidos de hollín y de tiempo, el único color que ostentaban era el de la ropa tendida al sol de sus ventanas y balcones. La ciudad de las columnas de Carpentier te recibía, los vitrales de abanico rojos, azules o amarillos con huesos de plomo o de madera te saludaban, la música en los pequeños rincones te asaltaba y tú, que siempre has sido un tronco para el baile, te movías discretamente, provocando la risa de quien te veía, siempre había alguien observando.

   Nunca viste tantos autos clásicos juntos, algunos impecables, de colección en otras partes del mundo, un collage tecnológico del siglo pasado, carrocería americana, transmisión alemana, carburador checoeslovaco, suspensión soviética, los hermanos cubanos se adaptaron al bloqueo del tío Sam y se volvieron los padres del ingenio, resolvieron las carencias con lo que tenían, lo fabricaron, lo repararon, lo ajustaron, lo utilizaron.

   Caminaste por las calles de una de las primeras ciudades de la conquista, te preguntas como luciría en aquel tiempo, cuando la poderosa España y su iglesia, eran dueños de la tierra, de los mares, de los hombres y de las almas de los hombres.                  

   Cuando llegaste a la plaza de la revolución, un imponente Martí te sonrió… Yo soy un hombre sincero de donde crece la palma y antes de morirme quiero echar mis versos del alma… Yo vengo de todas partes y hacia todas partes voy: Arte soy entre las artes y en los montes monte soy. Guardaste silencio, a 120 años de su vida, le rendiste homenaje a un hombre que trascendió su tiempo y su espacio.

   Parece que te dormiste, abres los ojos, dos chicas y un joven están frente a ti, una de ellas es la cubana que te gustó en la fila de documentos, te tocas el rostro y tratas de ahuyentar al sueño frotándolo con fuerza, sin querer escuchas su charla, los percibes nerviosos, se preguntan porque tardamos tanto en salir, la verdad es que estamos a tiempo, una de ellas aprieta el boleto de avión, como si su futuro dependiera de ello, te das cuenta que por primera vez salen de la isla.

   Mencionan algo de un decreto, si, ahora lo recuerdas, lo leíste casualmente en el diario oficial, la política para salir de la isla para los cubanos que no son ni atletas, ni militares, ni diplomáticos, se suavizó. La nueva ley ya no exige la carta de invitación y tampoco la autorización del estado para salir, me parece que se requiere una autorización del responsable del centro de trabajo donde se labora, tiene que ver con el control de la fuga de cerebros, si, ya recuerdo.

   Vuelvo, una de las chicas transmite ansiedad, le sonrío, trato de imaginar la realidad que está sintiendo, me regresa el gesto, me sostiene la mirada, estamos así algunos segundos que me parecen eternos, sus ojos verdes son como imanes que no permiten que me aparte, una capa de humedad les atenúa el brillo, poco a poco, comienza a llorar, es un llanto silencioso, discreto, las lágrimas bajan por sus mejillas, aunque sigue sonriendo denota una profunda congoja, miro su mano, sus nudillos están blancos, el boleto ha perdido su forma, yo, por mi parte, sigo hipnotizado en el contacto, las palabras que conozco me abandonan, en un acto solidario mis ojos se humedecen también, me parece que si… su futuro depende de ello.